martes, febrero 22, 2005

CARTA DE MIGUELITO A MAFALDA

MAFALDA CUMPLIÓ 40 AÑOS. ENCONTRÉ ESTA CARTITA Y QUISE COMPARTIRLA CON USTEDES....


Querida Mafalda:

En este día tan especial me acordé de tu cumpleaños...

¡Como pasa el tiempo!

Nacimos en el corazón de un país que soñaba.

¡Cuántas utopías! ¡Cuántos deseos de crecer, de mejorar las cosas!.

Nos tocó convivir con un tiempo de hombres creativos: Luther King, Che Guevara, Juan XXIII, John Kennedy; nos trasmitieron el sentido de la justicia, el valor de los sentimientos, la maravillosa aventura de pensar con la propia cabeza.

Ayer me preguntaba por nuestra amiga Libertad, aquella pequeñita que un día encontraste en una playa, no me acuerdo si era Santa Teresita o Mar del Tuyú, me acuerdo todavía cuando la presentaste a tus padres.

Era vivaracha y quemadita por el sol de febrero.

¿Dónde vive Libertad? ¿Es verdad que la mataron durante la dictadura? . Dicen que la torturaron y su cuerpo desapareció en el Río de la Plata. Me cuesta pensar que se murieron sus sueños. ¿Y si vive? ¿Estará filosofando sobre la fragilidad de las cosas y el sentido de la vida?

¿Que fue de Susanita? ¿Se casó? ¿Pudo realizar su vocación de ser madre? La imagino viviendo en alguna ciudad de provincia, paseando del brazo del marido (un hombre bajo y calvo) en una tarde de verano, contenta con sus hijos y cuidando el primer nieto, realizada como tantas comunes mujeres.

Supe de Manolito, que perdió sus ahorros durante el corralito y no soportó tanta crisis. . Los últimos días lo vieron cabizbajo, murmurando palabras incoherentes, abandonado como un mendigo en una estación de trenes, triste y abatido como tantos.

Sé que Felipe vive en La Habana, que probó con el cine, que tiene un taxi y que habla a los turistas de Fidel y de la revolución con el mismo entusiasmo de cuando vivía en Buenos Aires.

A Guille, tu hermano, lo escuché tocar, hace poco, en la Scala de Milano. Vive en Ginebra, nunca se arrepiente de haber emigrado en los últimos años de Alfonsín, me contó que es feliz con su nueva pareja.

Y vos, querida amiga, ¿como estás?

Hace tanto tiempo que no tengo noticias tuyas.

Sé, por otros, que seguís escuchando la radio, que leés los diarios del mundo, que te duele el Irak como te dolía Vietnam, sé que trabajas para la FAO por los pueblos del hambre, que estás indignada por la prepotencia de Bush. Me llegó tu pedido para juntar medicinas para los Médicos sin Fronteras, sé que siguen las reuniones en tu casa de París, que estás confundida, inquieta y preocupada por el futuro del mundo...

En fin, Mafalda, sé lo suficiente como para saber que seguís viva, viva en el alma, niña como siempre.

De parte mía sigo escribiendo siempre, renegando porque me falta tiempo; creyendo, como siempre, en el valor de la sinceridad, perdiendo oportunidades por manifestar mis ideas. Algunos días estoy triste y deprimido, pero puede siempre más la alegría que la tristeza.

El mundo no mejoró mucho desde la época en que vivíamos juntos en nuestra patria.

A veces, cuando miro el globo terráqueo, encuentro tu mirada, pienso en todos aquellos que lo miran como vos, en los ojos de los que protestan, de los que no se conforman, y de los que viven en la atmósfera del optimismo y de la justicia.

Esos ojos, junto a los míos, te desean un buen día, querida amiga, por otros cuarenta años tan intensos y jóvenes como los que has vivido.

Un beso grande de tu amigo que te quiere como siempre.

Miguelito.

lunes, febrero 21, 2005

5 AÑOS

Me apoyo en un ventanal que todavía está empañado por el sudor y el aliento de los que despidieron a los pasajeros del bus anterior. Me tapo los ojos por los costados para ver cómo el Nico sube su mochila al compartimento del bus.
Hace unos minutos nos abrazamos fuertemente, sin decirnos nada, sólo sintiendo que nos tenemos el uno al otro. Después de cruzar el umbral de control, se dio vuelta.

-Aguante, hermano, ya queda poco. Te espero...

No le respondí nada. A veces no hay que decir nada.

Ahora lo sigo mirando en su asiento. No puedo ver sus ojos, pero intuyo que se va feliz. Ayer se cumplieron cinco años de la muerte de nuestra madre y, a pesar de todo, sorteando mil inconvenientes, estuvimos juntos. Antes que llegara, le prometí a ella que le daría a mi hermano las vacaciones que se merecía y creo que lo hice bien. Fuimos felices, como hace mucho tiempo no estábamos.

Sé que al Nico le debe haber dolido que el papá no nos haya llamado en todos estos días, ni siquiera ayer, pero preferí no comentar nada. No me gustaría influir en los sentimientos de mi hermano hacia él, quizás porque siento que es un ejercicio íntimo, individual, ajeno incluso para mí. El Nico se tiene que dar cuenta por sí mismo que nuestro padre es una sombra, una versión desaliñada de lo que alguna vez fue. Además, no quería arruinar estos días hermosos con nuestros achaques de siempre. Por dos semanas no hubo deudas, tesis, bancos ni intereses usureros. El desierto, que antes me parecía tan agresivo, nos cobijó con su calidez, convirtiéndose en el escenario ideal para este reencuentro con la inocencia, con esas ganas de pasarlo bien sin importar nada más que el presente. Fuimos niños otra vez.

El motor del bus suena fuerte. Corro hacia la salida del terminal para darle un último saludo desde la calle. Llego justo. Me acuerdo de esa vez en que fui a La Serena y el Nico corrió al lado de mi ventana deseándome suerte en el campeonato de fútbol. Pienso en hacer lo mismo ahora. Dudo unos segundos, pues tengo claro que al Nico ya no le gustan esos gestos tan efusivos. Finalmente, decido quedarme apoyado en un automóvil, sintiendo la mirada de un acomodador al que le llaman la atención mis lágrimas.

Doy unos pasos, hurgueteo en mi bolso y saco el discman. La grabadora me hace recordar que tengo varias notas pendientes y que la tarde será pesada debido a esta pausa. No importa. Me clavo en un poste manchado con la ácida mierda de los patos yeco, mientras elijo Placebo como música de fondo para revisar en formato video-clip todo lo que hicimos en estos días: Chungará, Tacna, parapente desde el Morro, el viaje en tren hasta Central y tantas cosas más.

El celular vibra en mi bolsillo. Reviso el mensaje de texto: "YA QUEDA POCO..SUERTE Y PACIENCIA, YA? TE QUIERO, NICO".

Todo salió bien, viejita.

EXTERMINIO

Me costó dar otra oportunidad a Danny Boyle. "Trainspotting", calificada como "La Naranja Mecánica" de los 90', me deslumbró como a todos los universitarios que se encuentran en búsqueda de nuevos caminos y sensaciones, pero quedé muy decepcionado con "La Playa", que fui a ver al cine a pesar de estar Di Caprio en el reparto.
"Exterminio" resitúa a Boyle dentro de los directores comerciales que vale la pena seguir. Un grupo de ecologistas libera a unos monos que servían de chivos expiatorios en Cambridge, sin saber que son portadores de un virus similar a la rabia y que se contagia a los humanos a través del contacto con saliva o sangre. Así se desata una epidemia tan fulminante como la de Orán en "La Peste" de Albert Camus, aunque el doctor Rieux es reemplazado por un mozalbete sin demasiados aires humanistas.

Inglaterra se pudre y sobreviven pocos. Es inevitable no asociar las calles vacías, los negocios saqueados y el encierro militar con el ambiente de "Ensayo sobre la ceguera" de José Saramago, quedando la impresión, casi la certeza, que Boyle tiene que haber consultado
ambas novelas. Tal como en el libro del portugués, el tema central no es la epidemia misma, sino cómo afloran los peores instintos humanos frente a la desesperación. Los protagonistas terminan temiendo más a los sanos que a los enfermos, en un gran metáfora, por lo menos para mí, de cómo seres aparentemente inofensivos, de corbata italiana y perfume caro, muerden más fuerte que un primate mal educado. Una cinta ágil, que no da tregua, atrapa y angustia.

viernes, febrero 18, 2005

LA BROMA

Antes que brotara la Primavera de Praga y los soviéticos arrasaran con los sueños liderados por Dubcek, Milan Kundera publicó "La Broma", una obra que conmueve por su contenido histórico y humano. El punto de partida de cualquier escritor que quema sus primeros cartuchos literarios es su propio diario de vida y el entorno en que le tocó crecer. A Kundera le tocó una etapa dura, dolorosa, con el Partido Comunista vigilando cada paso o conversación. El "Gran Hermano" en su expresión más lúgubre, intruseando hasta en los sueños, con derecho a husmear en todas partes gracias a la invocación de una deformada y mal concebida paternidad. Kundera puede decir que es una novela de amor, que en parte lo es, pero es imposible no detenerse en una realidad tan patéticamente absurda, con tipos discurseando sobre la libertad del individuo, mientras en uno de los tantos congresos del partido se decía, por fin, que las purgas de Stalin habían quitado más vidas que cualquier peste imperialista. Está bien, la Guerra Fría permitió tantas cosas irrepetibles, pero, la verdad, uno todavía se asombra con la ceguera de los dirigentes, su incapacidad de ver más allá de sus narices y notar que estaban pisoteando sus propias raíces.

En ese tiempo ni siquiera había espacio para el humor o la ironía, carencia que condena a Ludvik, el protagonista, a un destino injusto, apartado de las aulas y el reconocimiento que tanto le pedía su ego. Por una simple "talla" en una carta, un guiño a Trostsky, es apuntado como escoria por los mismos compañeros que antes tanto lo adulaban. El relato de su vida mezcla la pasión del amor juvenil, la pololita por la que todos enloquecimos, con la venganza contra el canalla que lo jodió por quedar bien con el partido.

jueves, febrero 17, 2005

21 GRAMOS

Suena curioso, contradictorio, pero no hay dudas que la muerte marca las vidas. Yo no soy el mismo desde que perdí a mi madre, aunque me cueste aceptarlo o, a veces, ni siquiera me dé cuenta. "21 Gramos", la cinta de los mismos creadores de la impactante "Amores Perros", está ligada íntimamente a la muerte, a cómo ésta va determinando nuestros destinos, querámoslo o no. Es una historia dura. Como dice un amigo: si la ves un domingo, quedarás marcando ocupado toda la semana. En una primera lectura, el espectador se queda pegado con la acrobacia temporal del director, quien va dinamitando planos en cuestión de segundos, uno tras otro, sin mayores vínculos entre sí, salvo la "pelá" que se pasea invisiblemente. Va corriendo la cinta y, por momentos, debo confesarlo, uno se cuestiona si será capaz de fusionar todo. Es como si el guionista hubiese trabajado linealmente en un documento "Word" y, luego de bajarse media botella de whisky, se le haya antojado cortar y pegar al azar, así no más, hasta formar un frenético tango fúnebre.

Tal como en "Amores Perros", un maldito accidente reúne a una serie de personajes regidos por un patrón común: son contradictorios de pies a cabeza. Lamento no contar nada de la historia, pero, en cierto modo, se trata de esas películas en que, si uno cuenta algo, un detalle que en apariencia puede ser minúsculo, arruina todo. Uno tiene que descubrir el camino y, en esa búsqueda, el mayor aliento es la misma cámara, que se siente respirar en todas las escenas. Al filmar con cámara en mano, a veces en las mismas narices de los actores, se obtiene una potencia que remece, sacude, estremece, sobre todo cuando se cuenta con un reparto tan sólido: Sean Penn, Naomi Watts y Benicio del Toro.

EL HABITANTE DEL CIELO

Todos hemos soñado con volar. Cuando chico, juraba que dando los tres pasos del raquítico rubio de la serie "El Súper-Héroe Americano" podría elevarme a las nubes y tocar las torres de mi barrio. Los porrazos me hicieron ver duramente la realidad. György Nagy, el protagonista de la novela de Collyer, es inmune a los golpes, le sirven como aliento para seguir buscando la fórmula de emular a un pájaro. Ya termina el siglo XIX y, tal como Lilienthal, Mouillard, Pilcher o Blanche Miller, este húngaro está obsesionado con vencer la ley de la gravedad. Es lo que algunos llaman un "loco lindo": vive en otra dimensión, a veces absolutamente desconectada al resto, pero es inevitable sentir simpatía por él. Narrativamente, el lector logra esa sintonía gracias a que la historia la cuenta Marcos, un adolescente que acompaña a Nagy en todas sus aventuras y costalazos, sin hacer muchas preguntas, actuando como un cómplice silenciosamente adulador.

Las ganas de volar es un tema muy recurrente en la literatura y el cine, pero creo que desde la película "Birdy" de Alan Parker no me encontraba con una historia tan consistente. La prosa de Collyer, quizás la más refinada de la artificial Nueva Narrativa junto a la de Gonzalo Contreras, no es de gusto masivo, lo sé. Varios de mis amigos lo encuentran demasiado "intelectualoide" y ambicioso. No se la compran.

En todo caso, el tema sustancial de la obra, más que la obsesión por el vuelo, es la pasión. Nagy tiene una razón para vivir y no necesita más que ella para levantarse cada mañana. Hoy, me parece, con tanta vorágine comercial y cultural, cuesta encontrar elementos que motiven de esa manera, que hagan sentir que uno abre los ojos por una misión específica, por un destino que, finalmente, nos haga libres.

miércoles, febrero 16, 2005

SPIDERMAN

Siempre hay que elegir en la vida: Maradona o Pelé, Beatles o Stones, Borges o Cortázar. En mi barrio, hace más de 20 años, todos eligieron a Superman y subieron de los muros para volar aunque fuera sólo unos segundos y les quedaran moretones en las rodillas. Yo prefería soñar con pegarme a las paredes y botar con mi telaraña toda la ropa que la vieja del frente colgaba sin pudor en su ventana. El director Sam Raimi salió airoso del desafío que se planteó en la segunda versión del "Hombre Araña". No es fácil que una cinta reúna acción, humor y romanticismo sin que la fusión parezca un poco forzada. Ahí está la muñeca de Raimi: apuesta por los personajes en vez de venderse a las pirotecnias digitales. Le pasa lo contrario que al doctor Octopus, el rival de turno del súperheroe, cuyos artificiales tentáculos dominan su cerebro. Raimi eligió con precisión los recursos, concentrándolos en secuencias que son fundamentales en la película (la persecución del tren es notable), sin dejar que la tecnología se impusiera en la historia ¿Se entiende? Mi sentido arácnido me dice que sí. Peter Parker (Tobey Maguire) es un héroe atípico, tan quemado como el Coyote en sus correrías detrás del Correcaminos. Todo le sale mal. La exquisita Mary Jane (Kirsten Dunst) ya no confía en él y su vida en general no marcha bien. Clark Kent se hace el gil para despistar a Luisa Lane, en cambio al pobre Parker le sale natural. El protagonista flaquea y se cuestiona si vale la pena seguir poniéndose el traje. La crisis de identidad del súperheroe es el sello de la película, muy en la onda de los personajes freaks de Tim Burton, y es imposible que el público no empatice con Parker, incluso las personas que en su infancia prefirieron al compuesto Superman.

SPIDERMAN

Siempre hay que elegir en la vida: Maradona o Pelé, Beatles o Stones, Borges o Cortázar. En mi barrio, hace más de 20 años, todos eligieron a Superman y subieron de los muros para volar aunque fuera sólo unos segundos y les quedaran moretones en las rodillas. Yo prefería soñar con pegarme a las paredes y botar con mi telaraña toda la ropa que la vieja del frente colgaba sin pudor en su ventana. El director Sam Raimi salió airoso del desafío que se planteó en la segunda versión del "Hombre Araña". No es fácil que una cinta reúna acción, humor y romanticismo sin que la fusión parezca un poco forzada. Ahí está la muñeca de Raimi: apuesta por los personajes en vez de venderse a las pirotecnias digitales. Le pasa lo contrario que al doctor Octopus, el rival de turno del súperheroe, cuyos artificiales tentáculos dominan su cerebro. Raimi eligió con precisión los recursos, concentrándolos en secuencias que son fundamentales en la película (la persecución del tren es notable), sin dejar que la tecnología se impusiera en la historia ¿Se entiende? Mi sentido arácnido me dice que sí. Peter Parker (Tobey Maguire) es un héroe atípico, tan quemado como el Coyote en sus correrías detrás del Correcaminos. Todo le sale mal. La exquisita Mary Jane (Kirsten Dunst) ya no confía en él y su vida en general no marcha bien. Clark Kent se hace el gil para despistar a Luisa Lane, en cambio al pobre Parker le sale natural. El protagonista flaquea y se cuestiona si vale la pena seguir poniéndose el traje. La crisis de identidad del súperheroe es el sello de la película, muy en la onda de los personajes freaks de Tim Burton, y es imposible que el público no empatice con Parker, incluso las personas que en su infancia prefirieron al compuesto Superman.

LA VENTANA SECRETA

El escritor Stephen King siempre ha sido despreciado por los críticos, partiendo por Harold Bloom, quizás el más despiadado de todos. Su paradójico karma, el mismo de Isabel Allende, es vender demasiados libros. A pesar de todo, las adaptaciones de sus novelas en la pantalla grande han dado buenos resultados: "Carrie", "El Resplandor", "Sueños de Fuga", "Missery" y varias más. Los cinéfilos no olvidan la magistral actuación de Nickolson como el sicótico Jack Torrance en el abandonado hotel de la cinta dirigida por Kubrick. A King no le gustó porque, objetivamente, la versión cinematográfica superó claramente a la escrita. No lo reconoció, pero sus quejas delataron su impotencia.

"La Ventana Secreta" está basada en "El Jardín Secreto". El guionista David Koepp, responsable de historias sólidas como "Carlito's Way" o "Panic Room", se dio el gusto de dirigir otra vez. Johnny Depp, siempre atento a elegir personajes 'freaks', es un escritor de cierto éxito que atraviesa un bloqueo creativo debido a su reciente y traumática separación matrimonial.

En una siniestra cabaña junto a un lago, Depp se encierra con el objetivo de escribir una novela que enjuague la rabia que siente. Una tarde golpea su puerta John Shooter (John Turturro), un desconocido que lo acusa de plagiar uno de sus trabajos y exige una explicación. La relación es inquietante, dura, aunque no alcanza el nivel de tensión del encuentro entre James Caan y Kathy Bates en "Missery", comparación válida si se recuerda que Caan también es un escritor popular. Depp recibe un plazo para demostrar que no copió el cuento y, si no lo logra, Shooter le hará honor a su apellido. Depp cree que no demorará mucho en demostrar quién es el copión, pero el asunto adquiere una dimensión distinta, que incluye, por cierto, fuego y sangre. El final es predecible y, lo peor de todo, uno lo anticipa cuando todavía queda bastante para los créditos. ¿Le habrá gustado a King?

SHREK

"Mi amor, tienes que conocer a mis padres". La frase incomoda hasta al novio más galán y educado. Algunos creen que es la señal precisa para agarrar el cepillo de dientes y salir arrancando. Si el pretendiente es verde, gordo, pelado, mal genio y ventila las sábanas para sentir sus gases tóxicos, el asunto es doblemente complicado. Aunque digan que el ogro Shrek volvió más domado, menos original, su visita al palacio de los padres de Fiona es divertida y casi no tiene altibajos. Si no se ríe con la parodia que hace Pinocho a la actuación de Tom Cruise en "Misión Imposible", tirándose valientemente al vacío con una cuerda sostenida por Los Tres Chanchitos, piense seriamente en tomar unos días de descanso en la pega o busque un siquiatra que reciba bonos de Fonasa.

Shrek mantiene al Burro como su partner del alma, pero también agrega al mítico Gato con Botas, con un rol parecido a Gollum en "El Señor de los Anillos", aunque con más pelos y una buena dosis de Valium. El felino espadachín, contratado por el suegro para asesinar a Shrek, es un acierto de los genios de Dreamworks, porque alivia un poco al asno y no lo recarga tanto.

En la parte técnica, gráfica, digital o como se llame, se nota que han pasado tres años desde el lanzamiento de la primera parte y los 250 millones de dólares que se invirtió en ésta. Es lo mismo que comparar el FIFA 2004 con la versión del 2001: los movimientos son más perfectos, prácticamente humanos, más coordinados que varios de mis amigos cuando intentan jugar a la pelota. Dentro de la industria animada, el ogro se ha transformado en adjetivo, porque ya se puede hablar de universo o concepto 'shrekiano', casi como guía de género. Eso pocos lo consiguen.

EL ULTIMO SAMURAI

A priori, sólo viendo los afiches de promoción o la sinopsis, cuesta comprar la imagen de Tom Cruise como un samurai gringo. Es algo tan inverosímil como ver a un oriental disparando a lo John Wayne en un western o Bush vestido de jeque árabe. Hay dos bombas atómicas de por medio, aunque la globalización envíe a la papelera de reciclaje todos los episodios históricos que no la favorecen.

Inteligentemente, el guión está situado a fines del siglo XIX, poco después de la Guerra Civil Norteamericana. Cruise interpreta al capitán Nathan Algren, el típico héroe que tiene pesadillas con los horrores que vivió en el campo de la batalla, como si fuera un antepasado de los personajes de Oliver Stone en cintas como "Pelotón" o "Nacido el 4 de julio". Un asesor del emperador japonés, un desagradable y ambicioso chupamedias, solicita sus servicios para contrarrestar el poder que ejerce Matsumoto, el líder de los samurai, en la tierra del sol naciente. Matsumoto no quiere que su pueblo ceda a la influencia occidental y pierda sus tradiciones. Este punto es lo más rescatable de la película, incluso sobre las batallas calcadas a "Corazón Valiente"o "El Patriota", porque el espectador se introduce en la cultura nipona sin la mirada peyorativa del turista o lector de enciclopedias baratas, sino que de una forma más pausada, profunda, capaz de captar la madurez milenaria de la raza oriental.

Algren se cambio forzadamente de bando y comparte con los samurais, quienes,luego de una frialdad inicial, lo adoptan como uno más. "El último samurai" es una cinta entretenida, sólida, creíble. Por otro lado, Cruise confirma que ya dejó de ser la estrella de la sonrisa perfecta, ideal para comercial dentrífico, tarea que no le ha sido fácil.

TROYA

Troya no es una cinta épica ni una rigurosa revisión histórica de los textos homéricos. No es raro que la reproducción de clásicos deje un gusto raro, ambiguo, impersonal. Como cada uno tiene grabado su propia versión de la obra, cuesta un poco aceptar la imposición de otra, menos si se tiene claro que detrás de ella existe la necesidad de ganar plata. Tal como uno no se traga a Mel Gibson en "Hamlet" de Zefirelli, Brad Pitt no cuadra con Aquiles. El guerrero, el de los pies ligeros, flota sólo a ratos en "Troya". Pitt se ha esforzado por demostrar que es más que un sex symbol que arranca suspiros en la platea, objetivo que ha cumplido en ocasiones, como en "El Club de la Pelea", pero aquí no logra trasmitir la sed de trascendencia del personaje.

Si uno olvida estos prejuicios y se entrega a la cinta, lo más probable es que quede pegadísimo, porque el director Wolfgang Petersen no escatimó en gastos para recrear la ambiciosa invasión griega liderada por Agamenón. El rey aprovecha que Paris, príncipe de Troya, le quita la mujer a Menelao, monarca de Esparta, para cumplir el propósito de extender sus dominios. Es el motivo ideal para justificar una guerra que aguardaba con ansias. Las secuencias de combate son intensas, emotivas, con varios puntos altos, como la pelea entre Héctor -hermano de Paris-, y Aquiles.

Un punto destacable, repito, si se vence los prejuicios, es que uno no está pendiente de anticipar cuándo la flecha morderá el talón del héroe o el momento en que aparecerá el famoso caballo. La historia, mérito del viejo Homero, atrapa como la primera vez. Es imposible no lamentar el inevitable choque entre Héctor y Aquiles o no conmoverse con la humildad de Príamo. Troya arde, pero no quema. A menos que uno quiera.

LADRON DE ORQUIDEAS

Spike Jonze se las trae. De la nueva generación de directores gringos, sobresale por su mirada original y alucinante, capaz de sumergir al espectador en un estado en que se olvidan los límites entre lo plausible y lo fantástico, bastante parecido a la sensación de extravío e irrealidad que se experimenta cuando uno se despierta con la resaca y no sabe bien dónde está. Si ya con "¿Quieres ser John Malcovich?" llamó la atención de los cinéfilos que esperan nuevas propuestas, con "El Ladrón de Orquídeas", la cinta que destacamos esta semana, Jonze confirma que tiene mucho que decir.

El personaje de Nicolas Cage es nada menos que el guionista de "¿Quieres ser...?", quien atraviesa por una serie crisis creativa. Pasa horas frente al computador tratando de adaptar el libro de la periodista Susan Orlean, interpretada magistralmente por Meryl Streep. Cage es un cuarentón freak que tiene un torpe hermano gemelo que pretender emular su carrera hollywoodense. Uno se introduce en el proceso creativo de una forma certera, sólida, más al estilo de Charles Bukowski en su novela "Hollywood" que del modo light en que aquí se hicieron teleseries como "Mi nombre es Lara" o "Loca Piel". Malditos bodrios. Esta vez uno se mete en la cabeza de Cage, en todos sus complejos e inseguridades y nos vamos enterando cómo va armando el puzzle para sacar la película, en la que finalmente termina convirtiéndose en protagonista. Suena raro, como todas las cosas geniales.

CAPITAN DE MAR Y GUERRA

El intercambio de cañonazos retumba en el cine. Inevitablemente, las secuencias de combate traen el 21 de Mayo a la memoria, como si fueran una seguidilla "recargada" de los cuadros de Somerscales. Los robustos buques de línea de la Royal Navy y del incipiente Imperio Napoleónico se enfrentan con las mismas técnicas que 74 años más tarde usarían Prat y Grau, incluido, por cierto, el abordaje. Este detalle no es menor, porque, en cierto modo, refleja que el último acto del capitán de la "Esmeralda" no fue una decisión de pánico o desesperación, sino que respondió a las tácticas imperantes.
El director Peter Weir, el mismo de "The Truman Show" y "La Sociedad de los Poetas Muertos", nos muestra un capítulo de la lucha de los ingleses contra el apetito conquistador de Bonaparte. Luego del triunfo en Trafalgar, que costó la muerte al almirante Nelson, héroe de los británicos, la nave "Surprise" quiere impedir que el poderoso "Acheron" haga de las suyas en el Pacífico.
Russell Crowe, ganador del Oscar por "Mente Brillante", interpreta al capitán del "Surprise", personaje basado en nuestro conocido Lord Cochrane, el brillante marino inglés que ayudó a liberarnos de España y cuyo nombre está presente en calles y plazas de todo Chile.
Sin recurrir en exceso a los efectos y apostando más a la recreación, Weir nos invita a abordar al "Surprise". Uno se la cree, forma parte de la tripulación y, sin exagerar, es fácil sentir simpatía por la causa británica, por sus ganas de evitar que se instalen guillotinas en Picadilly Circus o que los niños londinenses canten la Marsellesa en los colegios ¿Cómo lo logra Weir? Igual que siempre: atrapa al espectador a través de personajes carismáticos, sentimentales. No es casualidad que el mejor amigo de Crowe sea un excéntrico doctor amante de la botánica y la geografía, quizás haciendo alusión a los viajes de Alexander von Humboldt.

martes, febrero 15, 2005

PICHANGA

En mi infancia, hubo dos juegos que nunca toleré: las quemadas y los países. En el segundo, cada jugador elige un país y debe esperar que alguien lo nombre y lance la pelota al cielo. Uno debe partir rajado a buscarla y luego avanzar no sé cuántos pasos hacia donde quedó desparramado el resto. Si apunta el pelotazo, se produce cambio de lanzador.
¿A qué viene esto? Simple. Ayer jugué una pichanga en una cancha que, por lo menos, es de siete por lado, quizás ocho. Nosotros éramos cinco por lado. Había espacio para hacer cambios de frente, centros, paredes, en fin todo el "jogo bonito" que aparece en los manuales y en la televisión, pero, lamentablemente, me tocó un equipo lleno de picapiedras sin ningún respeto por la de cuero. Fue como jugar a los países. Yo daba un pase esperando la devolución y mi compañero disparaba un puntete a la olla desde nuestra propia área. Para más remate, nuestro único delantero era chico y no se le podía exigir que ganara una pelota dividida. Eso hay que dejarárselo a Romario o Caszely.
Como aquí nunca ha habido un debate entre escuelas de fútbol, tal vez porque la única de verdad ha sido la de Fernando Riera, siempre he seguido de cerca el debate trasandino entre menottistas y bilardistas. Aunque no puedo desconocer los logros del Narigón, me quedó con la filosofía del Flaco. En su etapa de futbolista, opacada por su carrera de entrenador, Menotti fue un "8" talentoso, de trato fino al balón. Una vez un compañero le reclamó por no correr a marcar una pelota y el Flaco respondió: "Corre vos, que no sabes jugar". Otra del Flaco: cuando llegó al Santos, el entrenador le preguntó en el camarín en qué puesto quería jugar. Inocente, Menotti respondió que de "10". El Flaco se olvidó que jugaba con Pelé.

sábado, febrero 12, 2005

RÉQUIEM DE KRYPTONITA

BAJO UN VIEJO TECHO(Jorge Teillier, "Para ángeles y gorriones", 1956)


Esta noche duermo bajo un viejo techo,
los ratones corren sobre él, como hace mucho tiempo,
y el niño que hay en mí renace en mi sueño,
aspira de nuevo el olor de los muebles de roble,
y mira lleno de miedo hacia la ventana,
pues sabe que ninguna estrella resucita.
Esa noche oí caer las nueces desde el nogal,
escuché los consejos del reloj de péndulo,
supe que el viento vuelca una copa del cielo,
que las sombras se extienden
y la tierra las bebe sin amarlas,
pero el árbol de mi sueño sólo daba hojas verdes
que maduraban en la mañana con el canto del gallo.
Esta noche duermo bajo un viejo techo,
los ratones corren sobre él, como hace mucho tiempo,
pero sé que no hay mañanas y no hay cantos de gallos,
abro los ojos, para no ver reseco el árbol de mis sueños,
y bajo él, la muerte que me tiende la mano.


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Hace unos meses, fui a un matrimonio a la parroquia San Antonio. La misa fue casi en familia, como los partidos de Palestino en La Cisterna. Aunque muchas bancas quedaron vacías y no se tiró arroz, la ceremonia estuvo bastante bonita, por lo menos, en ningún momento pensé que mi "partner" estaba cayendo redondito en la trampa del "matricidio".
Mientras el cura resaltaba la importancia del compromiso, seguí con la vista el largo vía crucis que cuelga de las paredes. Me acordé cuando venía en mi niñez, antes que mis viejos me despacharan a los eternos sermones trilingües del padre Stavros en la Iglesia Ortodoxa.
Eso sí, como nací mañoso, puse una condición para ir los domingos a San Antonio: sólo asistiría si me dejaban ir con mi traje de Superman. Era la época de Superman II, la historia en que los tres delincuentes, dirigidos por el general Zord, llegan de casualidad a la Tierra y se encuentran con la sorpresa que el héroe de traje azul y capa roja es el hijo de Jor-El, el carcelero de Krypton que los había encerrado en un cristal.
Bueno, tal vez por ser el único bicho raro de la manada de cabros chicos, una monjita me tomó especial cariño. Aunque guardo su rostro en un archivo algo arrugado por el tiempo, recuerdo su cara bondandosa y sus besos. Ella era lo máximo, lo único que valía la pena de la misa. Para llamar su atención, me arrodillaba frente a la pequeña rejita que antecede al altar y rezaba cien padrenuestros y avemarías, en una pose de concentración y arrepentimiento que ahora jamás podría simular. Me imagino que la monjita se daba cuenta de mi actuación, pero igual me daba dulces mientras me colgaba de su ropa y le decía que la quería mucho. Mientras recordaba todo esto, entendí porqué empecé ir a la Iglesia Ortodoxa: la muerte de la monja me hizo llorar muchos días.

viernes, febrero 11, 2005

EL PELADO DEL PUENTE QUINTA

Al "Pelado" del puente Quinta lo conozco desde hace más de diez años. Esa vez caminaba por ahí con un compañero de colegio que llamaba la atención por una ponchera que aún le vale el apodo de "Jamón", muy apurados por una pichanga que teníamos en los Padres Franceses.
El Pelado, oportuno y atento a la contingencia noticiosa de la época, empezó a gritar a todo volumen: "Guatón Romo, te pillé, por fin te soltaron".
Por esos días aún no se sabía si el ex-agente de la Dina sería extraditado desde Brasil.
Carlos Arenas es uno de los personajes más reconocibles dentro de la fauna viñamarina. Ninguna mujer se ha salvado de sus piropos, del típico " usted sabe que la quiero..." La gente siempre ha premiado la originalidad de este discapacitado que desde hace once años pide monedas en el transitado puente peatonal.
Vive en Valparaíso, una distancia que le genera un esfuerzo mayor.
"Me cuesta harto llegar, usted sabe que nosotros somos discriminados; además, no falta la persona que me trata de curado o sinvergüenza, sin siquiera conocerme", afirma. Cuenta que la otra vez fue golpeado por un tipo que se molestó cuando le dijo "hola peladito".
No importa, nada altera el espíritu festivo de este hombre que ha sido operado cinco veces de sus piernas y que se vino a la zona para escapar de un lío de faldas que armó en la capital.
"Yo soy lo más tímido que hay. Una vez estaba en Santiago y un bolsito se me cayó y no lo podía levantar por miedo a que se me cayeran las muletas. Una abuelita lo recogió y en ese momento se me ocurrió decirle "a usted sí que la quiero". Ella sonrió, me dio varias monedas y me dijo "eso es para que me quiera más". Así partió todo", cuenta el Pelado.
Eso sí, antes de despedirnos, Carlos aclara que las que lo miran son bonitas; las que se hacen las interesantes, son feas. Coqueto y regodeón.

jueves, febrero 10, 2005

EFECTO MARIPOSA

Desde los viajes de Michael Fox en el machucado De Lorean en "Volver al Futuro", todos sabemos las consecuencias que trae modificar el pasado. Es un tema muy recurrente, tanto en el cine como en la literatura. Arrendé "El Efecto Mariposa" con poca fe, asumiendo el riesgo de perder el tiempo con un bodrio adolescente. A pesar de todas sus limitaciones, la película logra persuadir mediante el uso de mudas temporales eficaces, certeras, salvo una de las últimas, que encontré media forzada. El protagonista -el típico freak con pinta, parecido a Slater en "Suban el volumen"- lleva un diario de vida desde chico, siguiendo una recomendación médica para ejercitar su afiebrada memoria.
Casi por casualidad descubre un método para intervenir divinamente en su entorno. Cada viaje es un terremoto que regala réplicas impredecibles, una peor que la otra. La pregunta asoma naturalmente: ¿estaríamos dispuestos a retroceder en el tiempo para sanar nuestras cicatrices? La experiencia es una mochila que pesa y hay que aprender a cargarla, pero, sin duda, se trata de un reto muy tentador. Yo sacaría boletos de inmediato. No es necesario escribir un diario de vida para saber exactamente qué días marcaron nuestro destino. Uno sabe perfectamente cuándo se pudrió todo. Eludimos esa revisión para protegernos de nosotros mismos, de nuestra conciencia y culpas. Al experimentar un deja vu artificial, nacido con premeditación, es fácil marearse imaginando qué habría sido de nuestras vidas si ese maldito día hubiéramos dicho las palabras que, por motivos que hoy nos parecen tan absurdos, conservamos para nuestra bitácora personal. ¿De qué sirvió? ¿Seríamos ahora los mismos? Puede que sí. No queda más que conformarse y esperar que otra película o libro resucite la fantasía.

martes, febrero 08, 2005

NACE UNA ESTRELLA

Como la mañana está nublada, nada mejor que un trote por el barrio para sentirse más liviano. Con vergüenza, noto que mis rollos rebotan como una maldita jalea de comercial televisivo. Apuro el ritmo, la cuchara late a mil por hora. Si bien es difícil que me encuentre con alguien que se mofe de mi “tejido adiposo”, como le decía Míster Pipa a Guatón en la revista Barrabases, decido colarme en el Stadio Italiano y no correr riesgos. El pudor es más fuerte.
Mientras doy vueltas a la cancha de fútbol, recuerdo un gol de fuera del área con que le ganamos a los “tanos” hace unos años. Había hecho poco, casi nada, el gol me salvó de retornar anticipadamente al camarín. En eso estoy, sudando la gota gorda, cuando veo que un numeroso grupo de niños está participando de una clase de tenis.
Esta fiebre por el deporte blanco tiene más de una explicación. Para mí, una de ellas es el interés de las madres por ganarse el Loto con un cabro chico tipo Chino Ríos o Massú. Si el enano se transforma en crack, adiós cuentas y bienvenidos viajes de ensueño, casinos y autos fantásticos. Los niños apenas se pueden las raquetas y supongo que la mayoría prefiere la pichanga en la calle, pero es lo de menos, la mamá hace el sacrificio de levantarse temprano y llevarlos al club.
El problema surgirá cuando el niño sea eliminado en primera ronda 0/6-0/6 y la familia desista de seguir con las clases. Johann van Beethoven se obsesionó con que su pequeño Ludwig fuera el nuevo Mozart. Ludwig dio su primer concierto público a los ocho años, a la edad en que el austríaco ya había compuesto piezas y asombraba al mundo. El padre del genio, borracho empedernido, dudó de la capacidad de su hijo, sin embargo, gracias la buena voluntad de un par de profesores, Beethoven salió adelante.
En Chile, se guarda la raqueta en el closet y se compra un amplificador a ver si el niño canta y puede postular al nuevo casting de “Rojo”.

MEJOR NO HABLAR DE CIERTAS COSAS

Tengo amigos que se desesperan si no tienen algo qué hacer en su tiempo libre. Gastan todo el saldo de su celular con tal de asegurar alguna compañía, sea quien sea, hasta el perno que ignoraban en el colegio alivia un poco o, por lo menos, permite eludir la revisión de nuestras vidas. Con tantas metas que impone la sociedad, no sólo como persona, sino también como padre, hijo, hermano, trabajador y quién sabe más, muchos optan por hacerse los lesos. Más vale estar mal acompañado que cuantificar nuestros “logros”.
Manejo bien mi soledad. No la rehuyo y, en ocasiones, la disfruto. Claro, a veces también me achaco, sobre todo cuando pienso en las cosas que no hice por inmadurez o, más doloroso aún, los malos ratos que he hecho pasar a la gente que, paradójicamente, más estimo.
El único problema es a la hora de comer. Quienes viven solos concordarán conmigo que es triste prepararse un plato, sentarse y mirar el cuadro de la pared. Las tallas del “Festivalazo” y sus risas envasadas, sólo comparables a las del Chavo, algo sirven, pero es como irse al entretiempo con tres pepas en la canasta, es decir, con la certeza que, apenas se acabe ese lapso de tiempo, se retrocederá al estado anterior. Frente a estas tres líneas (soledad, almuerzo, festivalazo), resulta fácil cerrar el cuadrado con algo tan simple como echar todo rápidamente al buche antes que termine el programa radial. No es la idea. No soy un perro que espera babeando que le coloquen el banquete sintético en la bandeja que lleva su nombre. Me cuesta tanto cocinar, que sería un imbécil si devorara todo como una bestia.
Muero los domingos. Como no tengo cable, me debo conformar con el noticiero de las dos, con todas sus notas apuradas y cuñas trasnochadas. La imaginación editorial también se va de vacaciones en febrero, así es que abundan las playas, lagos, ríos, campos, en fin, todos esos lugares a los que un chileno como yo le es difícil acceder. El domingo pasado apagué la tele y, de puro picado, me di el gusto de comer afuera.

CRIMENES PERFECTOS

Los grados chacoteros del Rumpy no son las primeras categorías cariñosas de la historia. En el amor trovadoresco de la Edad Media existían cuatro grados, dependiendo del lío en que anduviera metido el poeta: “fenhedor” (tímido); “pregador” (suplicante); “entendedor” (tolerado por la dama) y “drutz” (amante). Como la mayoría de los matrimonios se hacían por conveniencia, sobraban maridos celosos y tipos arrancando de madrugada por las ventanas de los palacios.
Curiosamente, el Día de los Enamorados llega justo en medio de una viudez veraniega que permite a muchos frescos o reprimidos desatar su lujuria, aunque sea por un rato o, los menos, para un coqueteo platónico con la amiga del colegio o la vecina golosa del frente. En resumen, la cosa no ha cambiado mucho en 500 años. Lamentablemente, los actuales “patas negras”, gremio hipócritamente despreciado, no se sienten cómodos con los versos, salvo algún amante sureño que arma payas en la alcoba como si estuviera en la fonda.
Durante mi práctica en un canal capitalino, hice una nota sobre el comercializado Día de San Valentín. En una salida poco original, partí con el camarógrafo al Paseo Ahumada a capturar imágenes de parejas de la mano o besándose y alguna que otra “cuñita” sobre los regalos más frecuentes. Me gustaría tener el video para que observaran cómo al verse espiada, la mayoría soltaba a su acompañante y se metía silbando a la tienda más cercana. A los que alcancé a acorralar con el micrófono, sólo les pude sacar un par de monosílabos y algunas tonteras predecibles, por lo que supuse que también varios de ellos estaban más pensando en la excusa que iban a decir en la casa a la hora del noticiero, cuando la familia se enterara del numerito, que en la respuesta a mi pregunta sacada del manual de “estorbante” en práctica.
Nada de rosas ni cenas románticas, sólo amor a escondidas, con un ojo en la puerta y otro en el reloj. No es fácil celebrar San Valentín dos veces en el mismo día.