ENJOY THE SILENCE
Estoy acostado. Ayer tomé muy poco, pero siento una resaca terrible, quizás sea por acumulación, algo que es bastante probable. Escucho el soundtrack de "Cenizas del Paraíso", una de mis películas preferidas, no tanto por la cinta en sí misma, sino por todo lo que simboliza en mi vida. Fue la última que vi con mi vieja y el Nico. Miro el techo y me llaman la atención los relieves de la pasta con que lo pintaron, muy parecida al látex, si es que no lo es. Sus pequeñas montañas parecen hechas con un cepillo de dientes muy delgado, como si hubieran barrido minuciosamente cada gramo de la pasta. Levanto una mano y un pequeño rayo de sol, el único que se filtra por la ventana, alumbra mi anillo como si fuera el protagonista de una ópera o un monólogo teatral. Me habla muchas cosas. Es raro que todavía lo use. Despojado de su valor sentimental, debería ser un objeto tan desechable como cualquier otro, tan prescindible como los calcetines. Me doy cuenta que inconcientemente le había concedido otro simbolismo. Refleja la oportunidad que me di de llevar una vida normal, de proyectarme hacia un futuro como el de cualquier hijo de vecino. Es paradójico que un objeto tan minúsculo, que para muchos significa un gusto estrafalario, artesa o hasta gay, represente para mí el fracaso de la estabilidad con la que soñé.
La canción número 4 es un baile griego. El corazón se aprieta tanto que olvido el anillo. Me da mucha pena. Me encojo como un feto sobre la cama, tratando de aguantar el llanto. No puedo. Una amiga me dijo que no entendía cómo podía contar cosas tan mías en este blog, pero, la verdad, a estas alturas, me da lo mismo cuidar mi careta. Si se cae, si desilusiono a alguien, si me me encuentan un tipo pátetico, me importa un carajo. Escribo para mí, además que tampoco esto lo leen muchas personas.
Sigo. No logro entender cómo he llegado a este nivel de inseguridad. Hay días que soy el mismo de siempre, echando la "talla", peluseando como pendejo, pero se alternan con otros en que, francamente, no quiero ver a nadie. Sacaría pasajes a un lugar inhabitado y vacío, donde no existiera el sentido de trascendencia, donde no sintiera que me paseo por la vida sin alterar nada, sin que nada de lo que toco valga la pena.
Quizás el cine sirva. El viaje de Concón a Viña se hace eterno y me preocupa la hora porque juré que nunca más iba a llegar tarde. Parece que me atrasé, pues la cara de mi amiga no es de las mejores. Un frío "hola" y vamos andando. Entramos a ver "Hada ignorante". Es una película estremecedora, llena de lecturas paralelas, de esas que nos hacen cabecear a la salida. Cada escena es una reflexión nueva, un motivo para conversar por horas. Hoy no tengo ganas de conversar. Nos subimos rápidamente a la micro. Sé que mi silencio es raro, pero, a pesar de la confianza, no es el momento ni el lugar para desmadejar el rollo. Ahora lo sabes.
Vuelvo a mi pieza. Enciendo un cigarro y miro otra vez el techo. No necesito música. Retomo "Rayuela", magnetizado por el encanto de la Maga. A esta hora, mientras escribo estas líneas, me entero que un amigo ariqueño está sufriendo mucho. Confirmo que Dios no existe. El superhombre tampoco. Silencio...
La canción número 4 es un baile griego. El corazón se aprieta tanto que olvido el anillo. Me da mucha pena. Me encojo como un feto sobre la cama, tratando de aguantar el llanto. No puedo. Una amiga me dijo que no entendía cómo podía contar cosas tan mías en este blog, pero, la verdad, a estas alturas, me da lo mismo cuidar mi careta. Si se cae, si desilusiono a alguien, si me me encuentan un tipo pátetico, me importa un carajo. Escribo para mí, además que tampoco esto lo leen muchas personas.
Sigo. No logro entender cómo he llegado a este nivel de inseguridad. Hay días que soy el mismo de siempre, echando la "talla", peluseando como pendejo, pero se alternan con otros en que, francamente, no quiero ver a nadie. Sacaría pasajes a un lugar inhabitado y vacío, donde no existiera el sentido de trascendencia, donde no sintiera que me paseo por la vida sin alterar nada, sin que nada de lo que toco valga la pena.
Quizás el cine sirva. El viaje de Concón a Viña se hace eterno y me preocupa la hora porque juré que nunca más iba a llegar tarde. Parece que me atrasé, pues la cara de mi amiga no es de las mejores. Un frío "hola" y vamos andando. Entramos a ver "Hada ignorante". Es una película estremecedora, llena de lecturas paralelas, de esas que nos hacen cabecear a la salida. Cada escena es una reflexión nueva, un motivo para conversar por horas. Hoy no tengo ganas de conversar. Nos subimos rápidamente a la micro. Sé que mi silencio es raro, pero, a pesar de la confianza, no es el momento ni el lugar para desmadejar el rollo. Ahora lo sabes.
Vuelvo a mi pieza. Enciendo un cigarro y miro otra vez el techo. No necesito música. Retomo "Rayuela", magnetizado por el encanto de la Maga. A esta hora, mientras escribo estas líneas, me entero que un amigo ariqueño está sufriendo mucho. Confirmo que Dios no existe. El superhombre tampoco. Silencio...