PLAYA LUNA
Ya no hay que caminar media hora para llegar a Playa Luna. Sin ser seguidor del nudismo, Hernán Vegas aprovechó un sendero cercano a la caleta de Horcón para armar un estacionamiento y levantar una sencilla posada. Adán fue expulsado del Paraíso sin conocer la electricidad. El hombre comió del árbol prohibido y por desobediente recibió la descarga divina más duradera: ganarse el pan con el sudor de la frente. Si el tipo no se hubiera puesto la hoja por el súbito pudor de verse desnudo, quizás hoy no estaríamos rabiando con la flexibilidad laboral o los subcontratistas. Hernán, después de una odisea de martillazos y cables, consiguió tener luz, transformando su local en el único lugar donde se puede pedir una bebida helada.
“Más adelante pienso abrir un pub, a medida que se vaya armando el negocio”, cuenta con optimismo. Tras bajar una escalera contigua, tan larga como la de Cau-Cau, vecina playa que tiempo atrás también acogió a los nudistas, se llega a una zona bastante rocosa, más por estos días debido a las fuertes marejadas del último tiempo, que han arrastrado de todo hasta la orilla. Una gaviota parlanchina, como la que aparecía en el comercial del antiguo suplemento festivalero de Las Últimas Noticias, es lo único que altera la tranquilidad. Dan ganas de aterrizarla de un balazo. Si el visitante anda con chalas, es posible que se complique un poco por las piedras, aunque por poco rato, pues desde el final de la escalera hasta la Playa Luna no debe haber más de 200 metros.
René Rojas, director de la Corporación Naturista Playa Luna, entidad formada por el grupo que se “tomó” este balneario hace 6 años, no despega de sus ojos unos lentes que le regaló un reportero del programa “CQC”. Pese al plateado reflejo de los cristales, su estricta alimentación no lo hace ver como Terminator cuando viaja al pasado y aparece desnudo y entre relámpagos en una solitaria calle. Se nota la ausencia de cazuelas en la dieta. Es la tónica: no se ven cuerpos esbeltos, sino sólo gente normal, gordos y flacos, que disfruta de la libertad de romper con la formalidad.
René no se incomoda al ver la cámara que cargamos. Como fotógrafo, ha participado en proyectos del Museo de Arte Contemporáneo y el frenético encuentro de Spencer Tunik.
“Sé que ustedes no quieren tomar “monos” con la cara de la gente. Sé cuál es la pega. Lo que pasa es que parte de la gente que viene piensa que los van a “paparazear” y no quieren verse en los diarios”, explica.
No queremos que nos traten de voyeristas y nos aplaudan sarcásticamente hasta convencernos que debemos partir. Nos movemos con prudencia.
René cree que en estos años se ha producido una apertura de mente. No cree que, de asistir nuevamente a televisión, un abogado lo increpe asegurando que esta práctica fomenta la pedofilia, como alguna vez le ocurrió en el desaparecido programa “Línea de Fuego”, que era conducido por Tati Pena.
Mientras conversamos, un tal Harry, con un bronceado de pensionado de Miami, se acerca a nuestro anfitrión y le pregunta si ha visto a Nelson Castro, el nuevo concesionario de la playa, al que pocos conocían antes que la Capitanía de Puerto de Quintero le concediera el permiso.
-¿Y lo has visto?
-¿A quién?
-A Castro, poh
-Lo he visto una vez, pero parece que se ubica al fondo.
Durante la noche, algunos campistas angustiados quemaron dos de los cuatro carteles de seguridad que Castro había clavado en la arena, siguiendo las indicaciones de la Armada.
“No es que pasen seguido estas cosas, pero, de vez en cuando, la gente que viene con carpas causa estos daños y ensucia el ambiente. Como no hay leña, agarran cualquier cosa que puedan quemar y les de calor en la noche”, lamenta René.
Por lo que nos contó José Palacios, encargado de Concesiones de la Capitanía de Puerto, el concesionario también tiene que disponer de un salvavidas.
Para cumplir con la exigencia, Castro también las oficia de “Bay-watch”, sin ninguna Pamela Anderson que lo distraiga. Aquí, afortunadamente, nunca se ha registrado accidentes. Además, la playa no es muy buena, por lo que el público, que a los más llega a 250 en un buen fin de semana, opta por mojarse los pies y echarse agua con las manos por el resto del cuerpo.
Castro es un patiperro escurridizo. Tiene su residencia familiar en Colombia, durante el años trabaja en el área de construcción en España y ahora tiene estadía veraniega en su tierra natal. El año pasado vino a Playa Luna y decidió postular este año al permiso con el objetivo de dar un nuevo impulso al proyecto nudista y ganar algunos pesos. Hasta ahora, no ha cosechado nada, porque todavía no levanta el quiosco que prometió.
“Lo pienso construir después del 15 de enero. Yo mismo me voy a quedar para cuidarlo, pues sería ridículo tener a un guardia. Mi único lucro será a través del quiosco y el arriendo de quitasoles. Sé que es una aventura, una iniciativa difícil, pero, si funciona, espero postular el próximo año y tener un quiosco más grande, con una terraza con mesas. También se podrían colocar baños. Como resulta difícil tener electricidad, ya he calculado cuánto me costaría poner energía solar”, anuncia con convicción.
El sol pega fuerte. Los cuerpos que no están acostumbrados, se enrojecen más que el resto. Es el precio de la libertad.