martes, agosto 22, 2006

EXTRAÑOS PASAJEROS

Siempre se sube en el mismo paradero. También le gusta sentarse atrás, en lo posible en la última fila, seguro que para ahorrarse empujones y pisotones. No lee ni lleva discman. Trabaja en el mall. ¿Se habrá preguntado en qué trabajo yo? Nos separamos en la pasarela. Se dirige rápido a la colmena, tan atrasada como todos los pasajeros. Una mañana, muy invernal, con todos los vidrios empañados, habló con alguien por teléfono. No pude resistir escuchar que tenía problemas con el pago del arriendo. Hasta ahí no más llegué, porque me dio vergüenza ser tan intruso, aunque otros pasajeros seguían la conversación con menos pudor.
Varios paraderos más adelante, comenzó a llorar junto al vidrio. Su rostro, con ojos pequeños y nariz afilada, parecido al de un zorro desértico, se llenó de arrugas que antes eran invisibles. Vi los años que escondían el maquillaje.
Nos separamos en la pasarela como siempre. Mientras observaba los automóviles que recorrían la Kennedy, me quedé pensando si alguien en la micro estaba libre de preocupaciones. Hasta esa mañana, ella no tenía ningún gesto o mueca que evidenciara o hiciera sospechar de que no lo estaba pasando bien.
Ese mismo día, por la noche, me volví a encontrar con ella en el viaje de vuelta, como pocas veces, porque tomo locomoción por Manquehue. Se veía un poco mejor. Dudé en preguntarle cómo se sentía. Preferí concentrarme en el cuento que leía. Nos separamos en el paradero, sin mirarnos, como seres extraños que somos. Espero que haya encontrado alguna solución para el arriendo.

viernes, agosto 18, 2006

GOLPE A GOLPE

El café no funciona. Mientras algunas mujeres pretenciosas combaten la ley de gravedad para que no se les caiga el pelo, como si los hombres no les miraran primero las pechugas, invoco a la naturaleza para que me caiga una manzana en la cabeza y me deje inconsciente un rato, por lo menos hasta la noche. Estoy realmente agotado. La última vez que estuve así fue en Arica, en el tiempo que salía a las 22 horas del diario para continuar mi tesis en la casa. El ánimo decae inevitablemente. Todos parecen idiotas. Seguro que varios lo son, aunque me he llevado varias sorpresas en los últimos días.
Mi nota se cayó. No hay nada más incómodo que quedarse así. Por más que el resto esté sumergido en sus responsabilidades, uno tiene claro que, de reojo, todos se han percatado que hay uno tirándose las pelotas. Da lo mismo que sea una flojera involuntaria. Yo trabajo y tú no. Yo soy mejor que tú. Yo soy mejor reportero que tú. La fiebre, que seguro tengo, ayuda a que esas miradas me resbalen.
Ayer me dieron un predual para el dolor estómago. No quiero pedir otro para evitar malos entendidos. Tampoco la molestia es tan grande. Más me duele la cabeza. Quizás es producto del estrés acumulado, muy agravado por la presión de ayer. Me salvé en los descuentos de ser “golpeado” por la competencia. Conseguí entrevistar al viejo subiendo al avión. Si hubiese fallado, hoy me habrían descuartizado. Es raro vivir con sentencia de muerte diaria y pelear por la absolución. Uno no alcanza aliviarse cuando ya empezó la carrera otra vez. El golpe es la esencia del periodismo. Equivale a meter un gol. Lo malo es que, por más que a uno le guste el fútbol, por más que uno disfrute con la adrenalina de ser puteado por errar una jugada y a la siguiente ganar aplausos, siempre es necesario descansar entre una pichanga y otra. Aquí uno no alcanza a desconectarse. Es imposible.
Pega, pega, pega. Ring, ring, ring. Sí, ya voy. ¿Lo tiene el DF? Mierda. ¿También estaba El Mercurio? Por la concha de su madre. “Slave to the wage”, mi canción preferida de Placebo, quiebra mi mente, la abofetea para convencerme que es tiempo de salirme de esta carrera de ratas. Pero no puedo. Vocación, masoquismo, sueldo. Todo a la vez. Sólo sirvo para vivir entre abismos.
Los momentos desgraciados, que no son escasos, son compensados por la felicidad de llegar a casa y encontrar a tu pareja. El hecho de estar tan contento en la parte afectiva, de saber que estoy conectado intensamente con una mujer pura, derecha, inteligente, además de hermosa, reconforta y nutre de energía, aunque a ratos se asoma la preocupación de que pasará el fin de semana y habrá que retornar al trabajo.

miércoles, agosto 02, 2006

PERRO DE DIARIO


Soy Mr. Blonde. Al compás de "Stuck in the middle with you", reventando mis oídos para no escuchar a nadie, firme el discman en el bolsillo de la chaqueta, me paseo por la sección con ganas de cortar orejas y armar un collar como trofeo de guerra. Bencina puedo sacar de cualquier parte. Y aquí no hay ningún policía encubierto que los salve del desastre.
Mientras recojo las páginas desde la impresora, la música me incita a sonreír satánicamente. No necesito un espejo para saberlo: me basta con ver la cara de espanto que ponen unas minas que siempre encuentro conversando sobre el auto del pretendiente de turno, su puesto en una megaempresa y otras aún más pesadas cavilaciones. ¿Imaginan que podría cortarles no sólo las orejas sino también las lenguas por haberse atascado en mi camino? Algo tienen que haber intuido porque arrancan a la sala del lado. Mejor. No las soporto, tal como a la mayoría de este antro.
Muevo los huesos hacia mi escritorio. Aquí sí que reino. La sinfonía tarantinesca acaba repentinamente. La furia se apaga. Lo único que me separa de un criminal es una carga de pilas.