EXTRAÑOS PASAJEROS
Siempre se sube en el mismo paradero. También le gusta sentarse atrás, en lo posible en la última fila, seguro que para ahorrarse empujones y pisotones. No lee ni lleva discman. Trabaja en el mall. ¿Se habrá preguntado en qué trabajo yo? Nos separamos en la pasarela. Se dirige rápido a la colmena, tan atrasada como todos los pasajeros. Una mañana, muy invernal, con todos los vidrios empañados, habló con alguien por teléfono. No pude resistir escuchar que tenía problemas con el pago del arriendo. Hasta ahí no más llegué, porque me dio vergüenza ser tan intruso, aunque otros pasajeros seguían la conversación con menos pudor.
Varios paraderos más adelante, comenzó a llorar junto al vidrio. Su rostro, con ojos pequeños y nariz afilada, parecido al de un zorro desértico, se llenó de arrugas que antes eran invisibles. Vi los años que escondían el maquillaje.
Nos separamos en la pasarela como siempre. Mientras observaba los automóviles que recorrían la Kennedy, me quedé pensando si alguien en la micro estaba libre de preocupaciones. Hasta esa mañana, ella no tenía ningún gesto o mueca que evidenciara o hiciera sospechar de que no lo estaba pasando bien.
Ese mismo día, por la noche, me volví a encontrar con ella en el viaje de vuelta, como pocas veces, porque tomo locomoción por Manquehue. Se veía un poco mejor. Dudé en preguntarle cómo se sentía. Preferí concentrarme en el cuento que leía. Nos separamos en el paradero, sin mirarnos, como seres extraños que somos. Espero que haya encontrado alguna solución para el arriendo.
Varios paraderos más adelante, comenzó a llorar junto al vidrio. Su rostro, con ojos pequeños y nariz afilada, parecido al de un zorro desértico, se llenó de arrugas que antes eran invisibles. Vi los años que escondían el maquillaje.
Nos separamos en la pasarela como siempre. Mientras observaba los automóviles que recorrían la Kennedy, me quedé pensando si alguien en la micro estaba libre de preocupaciones. Hasta esa mañana, ella no tenía ningún gesto o mueca que evidenciara o hiciera sospechar de que no lo estaba pasando bien.
Ese mismo día, por la noche, me volví a encontrar con ella en el viaje de vuelta, como pocas veces, porque tomo locomoción por Manquehue. Se veía un poco mejor. Dudé en preguntarle cómo se sentía. Preferí concentrarme en el cuento que leía. Nos separamos en el paradero, sin mirarnos, como seres extraños que somos. Espero que haya encontrado alguna solución para el arriendo.