miércoles, abril 27, 2005

28: SIN POLVOS NI AUTOMÓVIL

Hace unos minutos cumplí 28 años. En mi adolescencia pensaba que a esta edad sería un exitoso abogado y echaría polvos en ascensores.

INTERRUPCIÓN. MIS COLEGAS, QUEDAMOS TRES A ESTA HORA, SE ACORDARON DE LA FECHA Y ME ABRAZAN. PENSÉ QUE NADIE LEÍA LOS AVISOS DEL DIARIO MURAL DE LA EMPRESA. DE LOS TRES ABRAZOS, UNO ES SINCERO.

Retomemos. No soy abogado y prefiero ni hablar de sexo. Basta con decir que todavía consumo altas dosis de pornografía. Tan cagado no estoy, pero estoy a años luz de emular a Peter North o Ron Jeremy. Han pasado seis minutos y presiento que este cumpleaños será de los más raros de mi vida. 28. Suficiente para ser un análisis más maduro o acabado de lo que ha sido mi vida y hacia dónde voy. Es un ejercicio íntimo, aunque supongo que algo se puede compartir. El hecho que a esta hora esté pensando en que tengo que llegar a la casa para lavar un calzoncillo y un par de calcentines para mañana, asumiendo que me pondré la misma camisa impregnada de humo de cigarro, grafica que no ando muy ordenado. Tampoco significa que haya apretado "random" para que el destino me arroje a cualquier parte o elija las canciones de mi existencia. Dentro del caos, hay algunas líneas más o menos fijas: la próxima semana vuelvo a Viña. Number one. Quizás la más importante.
En cuanto a mi "status" de vida, sigo varios cuerpos más atrás que mi círculo de amigos. Ya no me afecta, antes sí. Concluí que no puedo aceptar que la sociedad me imponga el modelo "ganadores v/s perdedores". En términos "nerds": alfa beta contra lambda, lambda, lambda. ¿Qué es ser ganador? Eso está más claro. Tener una pega estable, un buen departamento, auto, plata para tomar en un bar y no comprar la botella de pisco con la coca-cola de litro y medio en la botillería de la esquina, la misma de la tía que quince años atrás también nos vendía coca-cola, pero la tomábamos para recuperarnos de la pichanga de fútbol.
¿Y que es ser perdedor? Es un poco más subjetivo. Por lo que he oído, creo reunir varias condiciones para recibir el calificativo de "loser". No soy el prototipo del perdedor, condenado a la mierda, tal vez es sólo una aura pasajera, de la que podré sacudirme, ojalá en el corto plazo.
No puedo hacerme el huevón y no tocar el tema sentimental. Estoy solo. Tengo la tranquilidad que no siento nada malo dentro de mí, al revés de la letra de esa vieja canción de Los Prisioneros que Cabezas rehizo en el disco tributo. Me gusta parafrasear canciones.
¿Qué se ama cuando se ama? La pregunta de Gonzalo Rojas, de quien confieso que sólo he leído completo "La Miseria del Hombre" y poemas al azar, hurguetendo en libros ajenos y revistas, se me ha repetido en la mente durante estos días. He ido a dos conferencias suyas y escucho la pregunta con su voz lenta y pegajosa. ¿Qué se ama cuando se ama? Puta madre. Es para pensar días enteros, ¿no les parece? Somos tan egocéntricos que es inevitable también enamorarse de uno mismo estando con otro. No lo digo en el sentido más narciso de la expresión. Hay gente que se siente enamorado sólo por cómo actúa o se comporta estando con la pareja. Es cierto. No me digan que no. Se autoadmira y agradece con amor que el otro haya conseguido explotar tantas cosas positivas que creía perdidas o inexistentes. Por eso en tantas rupturas uno de los involucrados repite "gran parte de lo que soy te lo debo a ti y por eso quiero que me perdones por estar haciéndote daño". Pasa todos los días, en mansiones y poblaciones.
También uno se enamora de cosas insólitas, detalles absurdos que unidos configuran un sello de pareja. Ejemplo. En "Good Will Hunting", que en Chile se tradujo como "En busca de mi destino", dirigida por Gus Van Sant y cuyo guión fue escrito por Damon y Afleck, Robin Williams le dice a Damon que una de las cosas que extraña de su mujer fallecida son sus peos, que incluso llegaba a tirarse dormida. Es tan cierto. Al quebrarse una relación, ya sea por la muerte, el desamor o una canallada, uno no recuerda tanto los paseos por la playa ni las cenas románticas, sólo esos detallitos imborrables. Así llevo días pensando en cosas parecidas y me pillaron los 28 tratando de interpretar el amor, en vez de estar pegándome un polvazo en un ascensor, mientras el automóvil me espera en el estacionamiento.

domingo, abril 24, 2005

SLAVE TO THE WAGE

Estoy terminando el turno. Pasan las páginas. Los títulos bailan con los epígrafes y las notas me parecen tan fomes como siempre. Firmo por inercia. Torrejón me mira desde el cartón en que puse su foto. Se reiría al ver que heredé todas sus mañas y trampas. Queda una semana para que me vaya de esta ciudad y sé que su recuerdo me acompañará siempre. Siempre. Buscaba a Saúl Faúndez y lo encontré en este pasquín, donde el régimen no se diferencia mucho al de una oficina salitrera. Producir, producir. El desarrollo del individuo queda relegado a la cloaca, al conformismo de una vida absurda y gris. No entiendo cómo mis compañeros no se rebelan, no gritan su disconformidad. Soy el único que se atreve a exhibirla, ahora con mayor tranquilidad al saber que no me pueden hacer nada. Lo que pase, lo que me digan, me interesa un carajo. Si el gordo me joroba otra vez, le diré todo lo que pienso sobre su actitud déspota y la rotería de tirarse peos durante toda la tarde, sin importarle el resto. Su estómago está tan podrido como su alma. Me cuesta imaginar qué cruz debe cargar para transpirar tanto rencor y odio. Nunca entendí por qué me rechazaba. Alguna vez le contesté, es cierto, pero nada que ameritara ese tono tan irónico e hiriente con que siempre me trataba. A ratos me lo pasaba por la raja. En otros, me encerraba en el baño a golpear las paredes, como nunca lo había hecho antes. Nunca he sido violento. Menos mal que no lo veré más. Eso espero.
Futuro. ¿Lo tengo? En una semana, comienzo de cero. Nunca había sentido con tanta fuerza la sensación de estar viviendo una instancia decisiva. La muerte de mi mamá no dependía de mí, por eso no cuenta. Estoy clavando la bandera del antes y el después. Tengo miedo. Me aburrí de la autocompasión y ya no ando lloriqueando por las calles, menos por cosas que ya no tienen vuelta atrás. Tampoco hablo de mis dolores, trato de compartirlos lo menos posible. Siempre recuerdo esa carta en que Rulfo le dice a Clara que no quiere contarle de sus miserias porque lo hace sentir más miserable de lo que es. Rulfo tendría que haber escrito más. Dijo lo que tenía decir y se acabó. Fue su opción. Seres de esa especie ya no se encuentran, sobre todo ahora, cuando la mayoría escribe para vender o hacerse famoso.
A pesar que he conseguido ser más reservado, salvo con ella, quizás porque es demasiado especial, todavía no me acostumbro a vivir con mis temores sin consultar sobre ellos con alguien. Es un ejercicio permanente, tan exigente como las cien abdominales que debería estar haciendo para no engordar más, pero no cansa tanto.
Pensé que nunca volvería escribir aquí. Quizás esperaba el tiempo suficiente para asegurarme que algunos pensaran que lo había desechado. Tschüss.