viernes, julio 29, 2005

SUPERNOVA


La limonada caliente no me reanima. He despertado sin ganas de hablar ni ver a nadie. Hoy, lo único que me preocupa es que una persona que apenas conozco, con suerte he conversado un par de veces con ella, apruebe su examen de grado. Me he enterado de lo nerviosa que está y cuánto se ha preparado. No entiendo bien por qué estoy pendiente de su suerte. Quizás porque me daría rabia que le fuera mal a alguien que se ha preparado a conciencia para dar el salto decisivo. En cierto modo, me he reflejado en ella, a pesar que sólo sé de su vida a través de su hermana. La impotencia se manifiesta de diversas formas, pero pienso que las veces que más remece es, precisamente, cuando uno ha apostado a ganador, calculando todas las variables, tanto externas como internas, con la mente puesta en un futuro libre, claro. Un futuro unánime, como diría Borges. Nuestra conciencia y nuestro entorno aprueban el cambio de folio con el pulgar hacia el cielo. ¿Qué es más importante? Uno mismo, por supuesto. Sin embargo, es imposible escapar de la mirada de la familia, sobre todo si en ella hay gente que escogió anteriormente el mismo camino y le ha ido bien. Yo no creo en el “Barba”. Hace rato que no basta con rezar. Las cosas pasan no más. Espero que todo salga bien. Hace unas semanas, casualmente a través de la misma persona, me enteré que alguien había reprobado su examen de grado. Su papá viajó especialmente desde el extranjero para la ocasión. La severa comisión arruinó la fiesta. Esa impotencia, esa frustración, la sentí tan mía como estas horas angustiantes de la hermana de mi amiga. Pienso en ella, mientras tomo el último sorbo de la limonada. Me sorprende un poco. Tal vez me involucro tanto para olvidarme de mis propios problemas. Puede ser. El inconsciente no pide permiso, actúa de acuerdo a sus misteriosos intereses.

Cambio de tema. Un astrónomo explicó a Warnken el mito que dice que el cuerpo humano está compuesto por polvo de estrellas. Suena como frase del realismo mágico, pero tiene mayor sustento del que podamos imaginar. Nuestro organismo está relleno con muchos elementos que aparecieron tras el surgimiento del sol, partiendo por el mismo hidrógeno. Gracias a una explosión estelar o supernova nació el astro y, con él, las partículas que viajan por nuestros circuitos. En este contexto, cuesta imaginar de qué extraña estrella proviene la materia gris de Joaquín Lavín, a quien acabo de ver en el diario vestido de aymara en el Lago Chungará. La “pawa”, en lengua andina, simboliza una petición a Dios. Lavín, cada vez más parecido a Flanders, el vecino de Los Simpsons, no sólo reza al corrupto, ladrón y machista de Escrivá de Balaguer, como buen supernumerario que es, sino también pretende convencer al dios aymara que es “the chosen one”, como Anakyn Skywalker en Star Wars o Neo en Matrix. Tata Inti no es huevón.

Favorablemente a mis ganas de no ver a nadie y hablar lo menos posible, me acaban de entregar seis DVD: “Tora, Tora, Tora”, "Ciudadano Kane", "El Halcón Maltés", "La Strada", "Nido de Ratas" y "Gandhi". La última es la única que no he visto, pero uno nunca se aburre de ver clásicos. Otra vez pensaré si tengo mi propio Rosebud, desearé ser tan rudo como Brando, soñaré con escribir una novela negra como Hammett y me asombraré con la brutalidad de Anthony Quinn. Cerveza, cigarros y silencio. No necesito más.

Antes de encerrarme, iré al estadio. Everton, uno de los equipos que más odio, junto a la Universidad Católica y River Plate, enfrenta al modesto Unión San Felipe. ¡Aguante, Uni-Uni! Una derrota de Everton es más efectiva que una limonada caliente. A la salida del Sausalito, llamaré para saber el resultado del examen. Cruzo los dedos.

martes, julio 26, 2005

TRABAJOS VOLUNTARIOS







Los trabajos voluntarios siempre se anuncian en paneles que separan pasillos universitarios. Los carteles se confunden con los avisos de arriendo de piezas y la programación del campeonato interno de baby-fútbol. A veces son tapados por alumnos que comparten un cigarrillo antes de entrar a clases o repasan materias con la falsa esperanza de retener en diez minutos lo que no aprendieron en una semana. Basta de excusas. Seré honesto: nunca miré ni siquiera de reojo el llamado a estos trabajos. Reconocía que se trataba de una actividad valiosa, pero jamás pensé en inscribirme, menos si coincidían con las sagradas vacaciones. Era una posibilidad tan lejana como tocar guitarra en la Pastoral Juvenil o colgarme un pañuelo scout en el cuello. Sentí una leve curiosidad cuando mi hermano regresó lleno de anécdotas de unos de estos peregrinajes. Se me quitó rápido.

Santa María

Estoy camino a Santa María, una comuna del valle del Aconcagua que conocen muy pocos. Queda a quince minutos de San Felipe y tiene cerca de 13 mil habitantes. Nunca pensé que participaría en estas obras universitarias. En el automóvil, muerto de frío, uno el concepto de “trabajo voluntario” con la sentencia judicial que reciben los conductores ebrios. El apellido “voluntario” es absolutamente artificial, fingido, absurdo como los personajes de Andrés Rillón. En mi caso sucede lo mismo, aunque asumo que también tiene algunas ventajas. Por fin podré ver en terreno cómo trabajan los muchachos, sin la música de fondo ni los libretos lacrimógenos de los noticieros. Empirismo puro.

Santa María no es como el pueblo ficticio de Juan Carlos Onetti. El nombre es sólo una coincidencia. Aquí no escucharé gritos tan eufóricos como los rioplatenses. La tranquilidad provinciana se desparrama por todos lados, contagiando hasta a los perros, que apenas se mueven ante el forastero. Los quiltros miran y se van. No confiaría mi casa a sus servicios de vigilancia. Seguro se venden por huesos de cazuelas añejas. Por lo que cuentan, no es necesario protegerse, porque casi no hay delincuencia. Dos bicicletas abandonadas afuera del único almacén cercano a la plaza confirman que he llegado a un sitio distinto. Si se hace una comparación proporcional, aquí se usa la bicicleta tanto como en Shangai. La gente pedalea lento, atenta a soltar el manubrio cada vez que aparece un conocido.

Los jóvenes, convocados por la Federación de Estudiantes de la Universidad Federico Santa María (USM), están alojando en el Liceo Darío Salas. Antes de dirigirme allá, busco alguna tienda donde vendan sacos de dormir. En mi casa desaparecieron y no alcancé a conseguir uno. No hay tiendas con esos artículos. Después veré cómo me las arreglo.

En el liceo me recibe una canción del grupo argentino Miranda, cuyas canciones fusionan letras chulas, ritmos ochenteros y algunas cosas electrónicas. Buena música para despertar, te guste o no. Sentado en el patio, enciendo el primer cigarrillo y me entretengo viendo como zombies delgados y chascones chocan con el frío antes de entrar a la ducha. El sol miente con su luz. No calienta a nadie. Por herencia familiar, el pecho se me aprieta más de lo normal con temperaturas extremas, igual que cuando tengo alguna preocupación. Mi vieja me dijo una vez que esta molestia se llamaba angina. Antes que la opresión se vuelva más aguda, entro a una sala y pregunto por Nicolás Faúndez, vicepresidente de la Federación. Junto con Lisette Cerda y Pablo Carrasco, se encarga de ordenar las cinco cuadrillas de trabajo, conformadas no sólo por alumnos de la USM, sino también de la Católica, Valparaíso y otras universidades del país. En total, son 60 jóvenes que martillarán durante una semana para arreglar las viviendas de las familias más pobres de Santa María.

Estrellas

La camioneta está a punto de partir. Me uno a la cuadrilla sin presentarme, como si fuera un alumno rezagado. No quiero que me vean como un infiltrado delator o algo así. Quiero que se desenvuelvan naturalmente, sin caretas ni modales de Oxford. El arriendo del vehículo les costó 147 mil pesos por toda la semana. Supongo que la empresa contará con seguro. Vamos apretados en la cabina, codeándonos con tablas de zinc, maderas y herramientas. El viento nos recuerda con furia que estamos a los pies de la cordillera.

La señora Hilda Quezada abre con amabilidad la puerta de su rancho. Se nota su felicidad por la pronta instalación de su techo. Desde hace ocho años duerme mirando las estrellas. Antes que se le desprendiera la retina, se entretenía formando figuras en el cielo, alentada por el tango de su radio a pilas. Ahora ve poco. Si se agotan las pilas, imagina la voz del cantante Guillermo Carvel, con quien compartió una vez en Santiago. En una de las frágiles paredes de la pieza sobresale un afiche donde aparece Carvel engominado y abajo se lee “para Hilda, con todo mi cariño”. Es su tesoro.
Vive de los 80 mil pesos que recibe de su pensión. Hace algún tiempo, mientras hacía un trámite en el Registro Civil, consultó si su marido, quien la había abandonado hace años, seguía vivo. El roto, como lo llama ella, había fallecido.


-De esa plata, me quedan 50 al mes, porque antes pedí un préstamo. No ando muy bien. No puedo agacharme ni hacer fuerza. Me duele el pecho si camino una cuadra. Antes me bañaba con agua helada, ahora caliento una ollita, porque yo no soy cochina.

Hilda tiene buen humor. Para protegerse de la lluvia, se cubre con un nylon que no llega a sus pies. Con todos sus problemas de salud, cuesta comprender cómo ha soportado los temporales, que suelen ser implacables en el sector.

-Ahora ni viento me entrará. Estoy muy agradecida de lo que están haciendo estos niños, de manera tan generosa, sacrificando sus propias vacaciones.

Valerio Vásquez ya egresó de Construcción Civil de la USM. Se titula en estos días. Se traslada dando saltos, porque ayer sufrió un esguince en el pie. El yeso pesa bastante, pero no le quita el entusiasmo por ayudar a sus compañeros. Obviamente, es el regalón de la señora Hilda.

-En el hospital me dijeron que tenía para una semana. Metí el pie en un hoyo que era imposible de ver. Me prestaron una zapatilla de levantar para apoyar el pie y aquí estoy.

Es tiempo de visitar otra cuadrilla. Me siento nuevamente en cabina, esta vez junto a unos niños que son las promesas del Club Las Higueras. El fútbol prende en la zona. Los lugareños están más interesados en las acusaciones en contra el presidente de la liga local que en las denuncias de Evelyn Matthei o las cuentas del MOP. Los panfletos contra la corrupción del balompié sanmaritano se reparten en todas las esquinas. Uno de los chicos, centrodelantero con personalidad y buen definidor según su amigo-manager, se divierte con el megáfono y lanza chistes a cuanta persona se cruza en la carretera. Mientras tanto, miro los campos, retrocediendo en el tiempo con el fin de visualizar cómo hace 120 años el cólera casi extermina al pueblo completo.

En un pequeño cerro, la cuadrilla completa cuelga de las débiles maderas que alguna vez sostuvieron un techo, bajo la atenta mirada del matrimonio compuesto por Marcela Galdames y Edison López, pareja a la que el municipio cedió la abandonada vivienda. Karen Welte, alumna de Administración de Negocios Internacionales de la Universidad de Valparaíso, no se asusta cuando uno de sus compañeros descubre un nido de avispas. Sus colores engañan. Demuestra que no hay que vestir de negro ni usar peinados raros para que no entren balas. No se inmuta con el vuelo de las chaquetas amarillas, famosas por sus mordeduras. Ella martilla como si nada, al mismo tiempo que yo arranco lo más discretamente posible hacia el matrimonio. La cesantía los tenía derrumbados, sin mayor anhelo que cerrar rápido el día, hasta que les avisaron de la entrega de la casa. Su hijo Edison es el más contento, porque tendrá una pieza para él solo. Los estudiantes esperan terminar luego los arreglos estructurales, pues también deben instalar los circuitos eléctricos. Se ve uno que otro cable, pero penden como lianas inservibles, incapaces de resistir un voltio. Marcela ofrece un vaso de jugo.

-Cuando llegamos, ya estaban trabajando. Han sido muy amorosos. Estábamos viviendo los tres en la pieza de una prima y necesitábamos nuestro espacio. Después queremos cerrar, porque se mete gente de afuera y saca las plantas.

Decido caminar hasta la próxima cuadrilla. La mirada de Marcela permanece en mí. No olvidaré su incredulidad, la manera en que observaba cómo se iba armando su casita y quizás recurra a ella en cada ocasión que me desanime o me sienta abrumado.
En la casa siguiente, un pastor alemán tuerto sale a saludarme. Su nombre es “Niño” y perdió su ojo derecho cuando era cachorro, tras contraer una fuerte infección. Está acostumbrado al cruce de sombras, a menos que sepa el sendero de memoria, como los hombres que se afeitan sin mirarse al espejo.
Tengo hambre. Como sólo he ayudado a ratos y mi cara no es conocida, no tengo derecho a consultar sobre el almuerzo. Veo que hay hamburguesas y papas en una caja.

-¿Ustedes comen poquito?

La pregunta de la dueña de casa, María Elena Vivanco, es válida. Se ve que la comida no alcanza para todos. No se complica: de su despensa, custodiada por el tuerto, saca algo para agregar a la mesa. El perro ladra como si el nuevo techo no lo beneficiara.

Incendio

Hace poco más de un mes, la familia de Fresia Tapia se juntó en la casa de su hija para ver el decisivo partido de la “Rojita” Sub-20 frente a Holanda. Nadie escuchó el silbato final. A los pocos minutos del segundo tiempo, cuando a Matías Fernández no le llegaba ninguna pelota en el mediocampo, sintieron el humo que provenía de la casa de Fresia. No alcanzaron a salvar nada. La eliminación del mundial pasó a segundo plano.

-Fue terrible. Por eso agradezco tanto que estos niños me estén construyendo esta mediagua. La idea es ir ampliándola de a poquito, porque el incendio se llevó todo.

Fresia todavía está con problemas de presión producto del susto. José Galleguillos, alumno del Plan Común de Ingeniería de la USM, entiende de mediaguas. Aprendió en Alto Hospicio, colaborando en la campaña “Un techo para Chile”.

-Esas son más fáciles de armar. Aquí tenemos que hacer los paneles, medir las vigas, poner el piso. Es otra cosa. Pero lo haremos como sea.

Su alegría no decae en la tarde. Luego de comer en el casino del Liceo Darío Salas junto al resto de los voluntarios, se integra a una exposición que los alumnos de Medicina ofrecen a los pobladores. Se habla de higiene corporal, planificación familiar y enfermedades venéreas. Juan Andrés, de la Andrés Bello de Santiago, mostró un terrorífico set de fotografías con enfermos de sífilis. ¡Cómo debe haber sufrido Gustavo Adolfo Bécquer! Miro las primeras y luego me tapo los ojos, con ganas de arrebatarle el control remoto del data show.

Hace frío. No tengo saco de dormir. Salgo del liceo en busca de alguna residencial o una casa donde arrienden piezas. Arranco de la única que encuentro. La familia era tan espantosa como la de Nino Manfredi en “Feos, Sucios y Malos” de Scola. En el liceo, Lisette me entrega un saco que sobra. Salvadito. Desmiento el mayor de los mitos de este tipo de trabajos. No hay borrachos. Algunos compraron unas cajas de vino y entonan canciones de fogata, partiendo por Sui Generis y Silvio Rodríguez, pero se acuestan relativamente temprano, sin hacer alborotos ni molestar a nadie. Hay que guardar energías para mañana.

jueves, julio 21, 2005

CONGELADO

ESTOY PERDIDO EN SANTA MARÍA, UN PUEBLO AL INTERIOR DE SAN FELIPE. NO ARRIENDAN PIEZAS. NO TENGO SACO DE DORMIR. YA SIENTO FRÍO. EN LA MAÑANA ME CONGELÉ. POR LO MENOS TENGO TIEMPO PARA PENSAR. Y VAYA QUE TENGO COSAS PARA PENSAR. ES ENTRETENIDO ESCRIBIR COMO SI FUERA UN TELEGRAMA. STOP. OLVIDÉ LA CAJITA METÁLICA QUE ME REGALÓ MI PRIMA. AHORA REIRÍA SOLO. A LA VUELTA ME DESQUITARÉ. VISITÉ UN CASTILLO QUE, SEGÚN LA LEYENDA LOCAL, ESCONDE UN FANTASMA. LO ESPANTÉ. DEBE SER TAN INOFENSIVO COMO EL DEL PIPIRIPAO. HOY ESTOY DE SANTO. SE ACORDARON TRES PERSONAS. NO ES TAN POCO. NADIE SE ACUERDA DE ESAS FECHAS. EL GRAN DANIEL QUE VENCIÓ A LOS LEONES. YO ME ASUSTO CON GATOS CALLEJEROS, SOBRE TODO SI SON NEGROS.

TRAJE DOS BUENOS LIBROS. ESTOY RELEYENDO “CRÓNICAS DE VIAJE” DE JUAN PABLO MENESES. VALE MÁS QUE LOS CINCOS AÑOS EN LA MALDITA ESCUELA DE PERIODISMO. TAMBIÉN TRAJE LA BIOGRAFÍA DE STANLEY KUBRICK. IDOLO. ¿ME ENCERRARÉ EN UNA PENSIÓN? ENTRÉ A UNA, PERO SALÍ ARRANCANDO. ERA UNA FAMILIA IDÉNTICA A LA DE MANFREDI EN LA PELÍCULA DE SCOLA. ME DESCUARTIZABAN O LA GORDA TÓXICA ME VIOLABA. AUNQUE ESTOY EN HORARIO DE TRABAJO, QUIZÁS ME VENDRÍA BIEN UNA PISCOLITA. PARA DORMIR, DIGO YO.

TACACATA…..TACATACA…EL DIARIO DE COOPERATIVA INFORMA:

PERIODISTA MUERE CONGELADO EN PUEBLO CORDILLERANO

BUEN TITULAR. LA ESTRELLA ME DARÍA UNA BUENA CRÓNICA. YA TENGO HIELOS PARA LA PISCOLITA. ADIÓS. CAMBIO Y FUERA.

lunes, julio 18, 2005

BIONIC



Gabo inventó Macondo. Onetti fusionó Montevideo y Buenos Aires en Santa María. Donoso introdujo toda la Unidad Popular, con el sangriento desenlace que todos conocemos, en su Casa de Campo. Sobran universos y ficciones. Si Ampuero tiene razón, hay alguien fuera de este mundo, muy lejos de nosotros, que escribió mi novela. Se entretuvo sádicamente en los capítulos, asumiendo el rol divino de matizar miserias y alegrías. Nos da un por un lado y nos quita por otro, de manera eterna, como al Chavo del 8 cuando le bajan un brazo y de inmediato se le sube el otro. Pueden pasar años o páginas, depende de cómo se asimile. Antes pensaba que mi vida era una película. Coincidía con Lucas de "Por favor, rebobinar" : al morir llegaría a un cinemark de nubes, donde distintos críticos, pocos en realidad, entrarían a ver esta cinta chilena de bajo presupuesto. Las cenizas han vuelto al papel. Y pasan capítulos, siempre con la esperanza que el cabrón, que lo imagino más como Walter Lantz dibujando al Pájaro Loco que como el Dios barbudo en el que alguna vez creí, regale un poco de tranquilidad, eliminando abismos y gemidos. Tampoco es tan viejo. La deber haber escrito en una Underwood, ni cagando con pluma. Mi historia no es para un genio del siglo XIX, con suerte para un periodista borracho, encerrado en un hotel de sábanas nauseabundas y paredes manchadas por la humedad.
Conversemos un poco, bestia sádica. Ya has golpeado mucho, ¿no te parece? No tengo ni preparador. Contrataría a Eastwood. Mejor no te hablo de boxeo, porque, de seguro, me dejarías más solo que Sonny Liston. Sé que te entretuviste con ese zapato que se mecía en el vacío, incitándome a hacer algo que no quería. Me tentaste. Me hiciste creer en la tregua, en una pausa amistosa, en el regalo que todos merecemos de vez en cuando. Supongo que la torta y el libro de la tarde fueron suficientes para ti. No podía sentirme tan querido. No hay finales felices en tu mente. ¡Cómo te debes haber reído con el profesor de música! Sabías que me iba a identificar con él, sobre todo al final, cuando el narrador dice que siguió fracasado y desconocido. Silencioso y orgulloso. Sé cómo piensas y, ojo, que estoy seguro que no estoy delirando como Norton. No me voy a pegar combos afuera del bar. Esa es ficción "real", a menos que los engendros como tú también se preocupen de los rellenos.

sábado, julio 16, 2005

TESIS


Me quedan dos notas. Seguramente saldré otra vez tarde del diario. Mi adicción al messenger retrasa todo. A partir del lunes, no lo abriré en el trabajo. Basta de distracciones. De los 120 contactos, con suerte me interesan diez. Por simple matemática, concluyo que relleno mi vida con diálogos desechables. ¿Necesito esas conversaciones? Claro que no. Cuesta explicar, entonces, por qué ingreso al chat. Quizás sea por un factor egocéntrico: sentir que estás presente en la existencia de los demás. Suena absurdo, pero es una posibilidad. Siguiendo la lógica anterior, vale la pena calcular cuántos de mis 120 contactos están realmente interesados en lo que me pasa o siento. Deben ser muy pocos.
Jorge me avisa que Mauricio, mi profesor guía, me envió un e-mail. Mauricio trabaja en otro diario de la empresa y perfectamente podría llamarme por anexo telefónico. Si no lo hizo, es natural que piense que mi tesis fue reprobada. Es probable que haya querido ahorrarse el mal rato de darme la mala noticia. Sabe cuánto me ha costado hacer la maldita tesis, incluyendo mi larga estadía en Arica para pagar su inscripción. Hace tres años que egresé de la universidad y todavía no obtengo el maldito cartón, como si el periodismo fuera una profesión tan compleja como una ingeniería. Estoy convencido que el periodismo, como la prostitución, se aprende en la calle. Bukowski, cuando fue a matricularse en la universidad, preguntó cuál era la carrera más condenadamente fácil.
Periodismo - le dijo la secretaria.
Anóteme ahí, entonces - respondió Bukowski.
Los cinco años de carrera no sirven de nada. Está claro. El cartón es una formalidad, un mero requisito para entrar al mercado laboral, aunque hay muchos reporteros, como yo, que trabajan sin él, asumiendo el riesgo a que se aprovechen de ese detalle y paguen menos de lo que corresponde.
No me atrevo a abrir mi correo electrónico. En la plantilla del messenger, noto que el mensaje de Mauricio ya ingresó a la casilla. Estoy a un par de clicks de saber si todo el esfuerzo valió la pena. Me acuerdo de las noches ariqueñas, derrumbado en ese living vacío, acompañado de una gata loca que me bailaba con saltos olímpicos para tranquilizarme. Pasan los minutos y sigo pegado al monitor, sin mover el mouse. Ya está. Tengo que encarar el asunto.
Aprobado. Por fin. No digo nada. Camino hacia el baño y me encierro de espaldas al espejo. Lloro de felicidad. Siento que mi viejita está ahí conmigo, abrazándome, celebrando conmigo. Exteriormente, se ve que he salido solo adelante. No es así. Sin su recuerdo, sin su sonrisa, sin sus palabras de aliento en momentos difíciles, jamás lo habría conseguido. En el desierto, después de perder a mi polola, sólo esas imágenes me alentaron a seguir adelante, a no dejarme abatir. Me la imaginaba saludándome con la mascarilla, alegre como siempre, firme, segura, aunque por dentro tuviera la certeza que se estaba muriendo. Si ella fue capaz de resistir tanto por mí y mi hermano, cómo iba a dejar que una universidad mediocre pisoteara mis sueños. Ahora falta el exámen de grado. Que venga, ya no tengo miedo.
Termino las notas. Quiero celebrar. No ubico a nadie. Si no puedo elegir la compañía, supongo que el destino escogerá por mí. Mosca de bar. En el "Vienes", lo más cercano que tengo al Bar Imperio de Mateos, me encuentro con el fotógrafo del municipio, un compañero de la universidad y dos compañeros del diario. Me río por separado con ellos, entretenido a ratos, pero con la secreta convicción que el destino me hará topar con algún personaje de verdad, no de reparto.
Salgo con los compañeros del diario a la calle. Ellos esperarán el bus para ir a sus casas. En la esquina de Viana con Von Schröeders, nos despedimos y me asomo al "Fusión", un pub de un vasco que me cae muy bien. No veo a nadie. Cuando estoy a punto de cruzar al "Journal", escucho una voz conocida.
-¿A dónde va, ahuevonado?
Pepe me abraza. Le cuento lo de la tesis. Reacciona como esperaba: pide de inmediato tres cervezas. Se acabó la puta tesis, tan angustiante como la de Amenábar.

sábado, julio 09, 2005

ZOMBIE




Another head hangs lowly, child is slowly taken
And the violence caused such silence
Who are we mistaken
But you see it's not me, it's not my family
In your head, in your head, they are fighting
With their tanks, and their bombs
And their bombs, and their guns
In your head, in your head they are cryin'
In your head, in your head, Zombie, Zombie
In your head, what's in your head, Zombie


(The Cranberries)


Un blog tiene al brazo derecho de Bush en el limbo. El senador Fernando Flores, tan brillante como roto, tiene razón cuando dice que esta bitácora es el medio de comunicación del futuro. Son más de 30 millones de blogs en la red. Sigo pocos. Me gustan los más íntimos, porque se leen como novelas. La estructura es la misma de obras tan conocidas como “La Tregua” de Benedetti, “Mala Onda” de Fuguet o “Papelucho” de Marcela Paz. A la vez, como autor, es entretenido convertirse en un personaje como Martín Santomé o Matías Vicuña. Respeto los blogs periodísticos, sobre todo cuando ayudan a desenmascarar a los poderosos, pero siempre preferiré los más sencillos.

He llorado por Londres, por su gente, por la irracionalidad del ser humano. Aquí es mal visto demostrar ese tipo de empatía. Uno sufre en silencio, con careta seria, sin derramar lágrimas. Estamos rodeados de zombies neoliberales, una especie que a Carpenter le daría más dinero que los vampiros. A mí, por lo menos, me da más miedo toparme con uno de ellos en un bar, con aliento a piscola y cigarros, que encontrarme con un chupa-sangre en un oscuro callejón. No hay ajos, cruces ni agua bendita que nos proteja de esa raza pedante. Lo peor es que multiplica con la velocidad de los gremlins.

-Oye, huevón, no le pongas color, si la cuestión fue en Inglaterra


Quizás el apellido “neoliberal” sea un poco restrictivo. De hecho, nunca olvidaré que, cuando los aviones se estrellaron contra las Torres Gemelas, varios “progresistas” cercanos, algunos muy amigos, dijeron que, por lo menos, por fin les había tocado sufrir a los gringos.
Por eso me encerré a ver CNN en mi pieza. Blair se equivocó al respaldar a Bush en su ataque a Irak, incluyendo todas las mentiras que inventaron para demostrar la existencia de las armas de destrucción masiva, pero, nuevamente, como siempre, como en New York y Madrid, pagó el ciudadano anónimo.
Quiero descargar la rabia. Sirve cualquier extraño. Basta que escuche un rato. Recuerdo el cuento de Onetti en que el protagonista ataca a la alemana que encuentra en la calle. La mina le coquetea y le pide que la acompañe un rato. El tipo, emputecido frente a la vida, inventa historias sórdidas en África, donde, supuestamente, mataba negros como deporte. Pasa de una historia a otra, cada vez decayendo más moralmente. Quiere ver la reacción de la mujer, captar el momento justo de la explosión. La alemana no lo hace. Me imagino que él se va más triste que nunca a su casa.
Algo parecido le pasa a Marcelo Mastroianni con Sofía Loren en “Un día muy particular”, dirigida por Ettore Scola. Lo han expulsado de la radio fascista por ser gay y, más encima, debe soportar que Roma se paralice por la llegada del Führer. En cualquier momento pueden encerrarlo o hacerlo desaparecer. Loren es la única con la que puede descargarse. Sin embargo, a pesar de la pelea en la terraza del edificio y después en el departamento, encuentra paz en ella

Los dos descargaron, pero no cumplieron su objetivo. Hoy odio al ser humano por su mezquindad y por su capacidad, única dentro de las especies, de auto-aniquilamiento. No buscaré a ningún extraño, pero, si encuentro a un zombie, lo mato.

viernes, julio 08, 2005

PLAZAS DE VIÑA


A los griegos, que tenían una fijación con el número diez, incluso más fuerte que la de los argentinos con la camiseta de Maradona, se les ocurrió, al construir las polis, que éstas debían desarrollarse en torno a una plaza y que todo debía ubicarse, a lo más, a diez cuadras de distancia. La plaza era el núcleo de todas las actividades. Como hoy las ciudades se expanden con fuerza taurina, ese ideal se perdió irremediablemente. Las plazas sobreviven, están ahí, donde siempre, con sus árboles y bancos, pero no tienen la relevancia de antes. Así se han perdido historias y personajes.
Tres funcionarios municipales limpian la pileta de la plaza José Francisco Vergara. Sus botas no pisan ninguna moneda. Hace 20 años, mucha gente recurría a "la fuente de los deseos" con la esperanza de conseguir trabajo, el perdón de la polola o la nota para eximirse de matemáticas. Lanzaban las chauchas desde las barandas, siempre rayadas con corazones flechados y algunas groserías, con la misma fe del actual apostador de Kino o Loto.
Tampoco hay muchas palomas, quizás porque los proveedores de pan han desaparecido. Podía quedar incluso harina para tres días, como juraban algunos, pero siempre había alguien que se acordaba de los pájaros, cargando pequeñas bolsas con migas, escondidas en el bolsillo, lejos de los picotazos.
Todas han cambiado. Muchos se acuerdan de los antiguos juegos de la plaza Colombia, que hace poco fueron reemplazados por unos de plástico, simples copias de los que se ven en los locales de comida rápida. En la esquina con 5 Norte, había tres pequeños toboganes, dos con techos. El favorito de los niños era el último, tanto que se formaban filas y no faltaba el patudo que cobraba peaje antes de autorizar el ingreso. Unos pasos más allá, había unos columpios sujetos a un solitario mástil, que era girado por un ciego. Por unas cuantas monedas, rotaba toda la tarde, a veces muy rápido, dependiendo de la audacia de los chicos. A oscuras, sólo escuchando la euforia de los enanos, sabía perfectamente cuándo debía acelerar. Nunca se mareaba.
Era común ver a los niños jugar a la pelota en unos de los jardines colindantes. La cancha tenía nombre: La Estrella. La bautizaron así por la figura rellena de plantas que servía como círculo central, donde se partía después de que la pelota cruzara alguno de los arcos, hechos con chalecos o botellas de plástico. Ya nadie juega. Los fines de semana se va a padres ensayando penales con sus hijos, pateando balones livianos de supermercado.
La plaza México es una de las pocas que perduran con cierta dignidad. Por lo menos, al quedar pegada a 1 Norte y San Martín, no pasa desapercibida, aunque son pocos los que descansan en sus bancos. De noche, cuando resucita con las luces que bailan con el agua de la fuente, aparece una que otra pareja romántica y se sientan en el puente. Es tan corto el puente y, a la vez, tan seguro como el Ecuador, su hermano mayor, que es lógico aprovechar el paseo deteniéndose un rato.
Bernardo O’Higgins está cansado del ajetreo mercantil. Ya ni se acuerda cuando estaba rodeado de agua y las palmeras lo acompañaban como si fueran pequeños islotes. La transformación del sector, con mall incluido, ha espantado la tranquilidad de antaño. Antes era una plaza de barrio, donde los niños corrían sin preocuparse de automóviles ni buses. Los vecinos todavía recuerdan a un tal Campusano que, arriba de su bicicross, saltaba ocho niños acostados en el suelo como sardinas, impulsando el salto con una pequeña rampa de cartón. El último, que era sorteado al "cachipún", tiritaba al sentir que las ruedas se acercaban. Si hiciera eso hoy, sería un acontecimiento, dada la cantidad de gente que circula por la zona. Tal como los barrios han debido enrejarse por miedo al otro, por más que lo disfracen de seguridad ciudadana, las plazas no sólo han dejado de ser puntos de encuentro o intercambio, sino también han perdido su condición de lugar de esparcimiento. Mejor quedémonos en la casita.

miércoles, julio 06, 2005

ESPEJOS


Detesto los espejos. Son tan atentos como las sombras. Siempre me ha llamado la gente que se detiene frente a ellos, saludando al clon con gestos tontos como subirse el pantalón para que el resto crea que tiene poto. Una tarde, esperando que llegara la hora de la función en el cine Arte, observé un rato a las personas que venían desde la Galería Florida y se dirigían a Arlegui. Pocos se resistían frente al espejo que separaba la disquería de una tienda de ropa, tan amplio como los que hay en los gimnasios. Parecían perros persiguiendo su cola. El reflejo es engañoso. Nunca somos el tipo que tenemos al frente, por más que nos ilusionemos.
¿Are you talking to me? Tampoco es para caer en el delirio alienado de Travis Bickle. Simple: lo que se ve no existe, no hay nada al frente, tal como le ocurre a los vampiros. Por eso ando despeinado y me corto con la máquina de afeitar. Mientras más rápido sea el trámite con ese mudo que como puede da entender que soy yo, mejor me siento. Además, está latente la posibilidad que me acostumbre a su presencia y me convierta en el pitufo vanidoso, quizás no tan contento como el enano azul, tomando en cuenta mi nariz chueca, un par de dientes ausentes y los cachetes que no paran de crecer. Siguiendo mi teoría, asumiendo que cada uno hace su imagen, tal vez la nariz no esté tan chueca. Sé que no es un tirabuzón boxeril, pero puede ser que no tenga agujeros de enchufe y de distinto tamaño. Menos mal que sólo me miro cuando me afeito.
Hoy me sentí obligado a verme con detención. Después de tantos retos y bromas en el trabajo, estimé conveniente comprobar científicamente qué tan ordinario tenía el pelo. Pretendía parecerme a un futbolista o rockero argentino, pero me encontré con un vendedor de helados. No sacaba nada con explicarles mi postura sobre los espejos, porque seguramente repetirían lo de siempre: vos estás loco, huevón. Me resigné y asumí al instante que, efectivamente, nadie puede trabajar con ese pelo.
Llegué a la galería Carrusel de la calle Valparaíso, cuyo primer piso está repleto de peluquerías. Me di cuenta que hacía mucho tiempo que no venía. Ya no está la Mely. Dicen que sus hijos metieron mano en el negocio y la arruinaron. La vieja tuvo que arrancar a Estados Unidos para aguantar el bochorno. Su imperio se derrumbó el año pasado, para felicidad de los otros locales, aburridos que la Mely acaparara tantos clientes con sus tres negocios. Si el mercado no te caga, siempre están los familiares chupa sangre para cumplir su labor. Entré a una peluquería donde vi que había dos minas con cara de simpáticas. Me reí mucho con ellas. La conversación me distrajo tanto, que no me di cuenta que tenía un reflejo idiota frente a mí.

martes, julio 05, 2005

DEAD MAN WALKING

No es tan tarde. Me siento como Sean Penn en su celda, aunque no tengo ninguna monja que me consuele. Fumo tanto como él. Por lo menos no tengo esposas en las muñecas. Sé que duelen. Una vez me esposaron a un tubo de gas por varias horas, castigado por pegarle al perro de los guardias que cuidaban el edificio donde vivía en mi niñez. Al perro, que se llamaba Capitán, le gustaba morder los tobillos cuando pasábamos en bicicleta cerca de su casucha. Me rompió una zapatilla y no aguanté la rabia: le pegué la patada más grande que he dado en mi vida. Maldito animal. Mi mamá se negó a comprar un nuevo par y me tuve que conformar con unas viejas que estaban tóxicas. Me daba lo mismo andar en el barrio con ellas, pero sentía un poco de vergüenza al usarlas en el colegio, porque, como casi todos eran cuicos, te tasaban inmediatamente. Dime cómo vistes y te diré quién eres. Mi vieja sabía que, exponiéndome de esa manera, mataba dos pájaros de un tiro. Cuidaría mis cosas y me curaría a la fuerza de complejos estúpidos. La señora sabía perfectamente lo que hacía.
Basta de flashback. Ella no está. Tampoco Susan Sarandon. La sentencia todavía no ha sido comunicada, pero siento que mi cuello pesa como si llevara una bufanda de madera. Me veo en una plaza. El público, compuesto por viejos conocidos, babea de impaciencia. Uno que otro se incomoda con el reflejo del sol en la guillotina. Conversan animadamente, como si estuvieran en el estadio, salvo que la cerveza está permitida. Hace calor, pero yo tengo el pecho congelado, a punto de partirse en dos, tal como mi pescuezo.

-Era esperable, si este huevón siempre fue muy loco – interviene el profesor de Educación Física.
-Igual hubo un rato que aperró, como que parecía que iba a salir adelante –dice la mamá de un compañero de curso, con un tonito de piedad.
-Cagó por huevón no más, sin atenuantes- dirime una abogada de ojos azules.

No saben que los escucho, quizás debido a que mis ojos están desorbitados, perdidos en la muchedumbre. Tampoco son tantos. Nunca congregué multitudes, menos ahora.

-Te apuesto que pidió un pito como último deseo
-No, el caliente de mierda debe haber pedido una última pajita en el baño
-No, les apuesto que no. Es tan taimado, que seguro escupió al juez cuando le ofreció el deseo
-Puede ser. Sólo a un tarado se le ocurre elegir la guillotina en vez de la inyección letal

Busco caras de amigos. No hay. Parece que prefirieron el pay per view. Siempre fui un personaje desechable, un vicio tan prescindible como el playstation.

Pasan las horas. Nadie llama de la universidad. The final countdown.

lunes, julio 04, 2005

120 KM


El metro tiene pocos pasajeros, como en la carátula del “Pateando Piedras”. Qué alivio. Me ubico junto a una puerta para que nadie me empuje ni me hable. La última vez que vine a Santiago, un borracho me aburrió 20 minutos con sus reclamos contra el sistema, las isapres y las AFP. El anarquista se despidió con un beso, que casi me lo dio en la boca. Sus labios, tan morados como los de Volodia Teitelboim, delataban que la tarde había sido regada con vino tinto en caja.
Enciendo el discman: Depeche Mode. Miro el suelo con la esperanza que aparezca una bola de pelos, tal como ocurre cada vez que viajo en el metro. Se mueven como los critters, abriéndose paso entre piernas y bolsos, sin preocuparse mucho del viento, como si fueran autónomas. Hay serios problemas de calvicie en esta ciudad o las pelucas son de pésima calidad. También he visto pelos más chicos y gruesos por los pasillos, pero prefiero ni pensar cuánta gente se rasca las pelotas con tanto cariño. Después se encuentran con alguien y le dan la mano. Supongo que así surgen algunas enfermedades. Conviene tener tantos jabones como Jack Nicholson en “Mejor Imposible”. Hoy cualquiera se peina los pendejos y luego te saluda.
Avanzan las estaciones. No se asoman pelos. Me bajo en la Escuela Militar y al rato encuentro a mis amigos. No sé qué pensará el resto, pero, a mi modo de ver, cada vez cuesta más encontrar a personas geniales, fuera de serie, únicas. Por eso cuido tanto a mis amigos. Las responsabilidades e imposiciones extinguen virtudes, al contrario de lo que creen los “trabajólicos”, que viven obsesionados con escalar y no dudan en adquirir más y más compromisos. De a poco pierden colores y se confunden con el gris del resto.
Estos dos amigos, de mundos e intereses aparentemente muy distintos, son geniales. Celebro íntimamente la oportunidad de compartir con los dos al mismo tiempo. Me gustaría tenerlos más cerca, pero, por el momento, tendré que conformarme con los viajes esporádicos a Santiago.

viernes, julio 01, 2005

ADAPTATION


Yo no soy Charlie Kauffman. Me gustaría serlo. El guión tiene altos y bajos, anécdotas entretenidas, pero ningún pasadizo secreto ni hermanos gemelos retardados. Ensayé dos finales posibles. Aunque cambie el escenario o escoja nuevos diálogos, el protagonista no se salvará. No lo merece. En la primera opción, el personaje cae dignamente, reconociendo que los hechos lo han superado. Da un paso al lado. La segunda alternativa es más romántica: insiste en su afán hasta desangrarse. Suena a culebrón venezolano. No lo es. El tipo se la juega hasta quedar agotado, a pesar que duda si quizás le conviene dejar la puerta abierta o construir una giratoria, bien liviana, con muchas idas y vueltas y nada de cámara lenta. Siente y piensa mucho.
Una vez, un amigo sorprendió a Balzac llorando desconsoladamente frente a las hojas donde escribía una novela. Se acercó, lo abrazó y le preguntó qué le pasaba. El escritor le respondió que uno de los personajes había muerto y no había podido evitarlo.
Si existe una tercera alternativa, por ahora queda postergada indefinidamente. Creo que no hay forma de salvarlo. Sírvase desconectar.