miércoles, mayo 07, 2008

MIRAGEMAN


Las mudanzas siempre dejan pérdidas. Las materiales son menos dramáticas, aunque la rabia puede durar largo tiempo. En la última, hace dos meses, extravié un número excepcional de El Hombre Araña: 11 de septiembre de 2001. Todos los superhéroes de Marvel, desde el patriota e izquierdista Capitán América hasta Iron Man, se lamentaban en la misma Zona Cero por no haber previsto el ataque a los Torres Gemelas. Ya no está en mi colección.

Siempre he necesitado de héroes. El último ha sido Jack Bauer. Parece una frivolidad, pero quien se haya metido en las confabulaciones políticas y tramas terroristas que rodean al agente interpretado por Kiefer Sutherland entenderá que se trata de una necesidad primaria. El miedo, caldo de cultivo en todas partes para impulsar medidas represivas, se pasea más allá del bien y el mal, confundiendo a todos, menos a Bauer. Si le hicieran caso al agente, la serie se llamaría 12 y no 24.

Cuando chico, exigía a mis papás que me vistieran de Superman si querían que los acompañara a misa. Tenía traje de repuesto en caso de emergencia. Mi abuelo arruinó una Navidad a mi madre al regalarme un Batman que lanzaba un cable y subía solo hasta donde había sido enganchado, figura que obviamente hizo que despreciara los patines por los que había jodido todo ese año a mi vieja. Como toda mi generación, detestaba los gruñidos de J.Jonas Jameson en el Daily Bugle y sus titulares a toda página contra el arácnido. También pertenezco al grupo que dio ilusamente los cuatros pasos del Superhéroe Americano con la esperanza de volar.

Con todos estos recuerdos, abreviados aquí pudorosamente, no es raro que el estreno de Mirageman sea un acontecimiento. El hecho que conozca a gente que participó en la película o sea cercana a los realizadores es sólo un bonus track y en ningún caso estimuló mi entrada al cine. En general, apruebo que el cine local haya abierto sus brazos a nuevos géneros, aunque no comulgue con varios de ellos o al menos no con la interpretación que los directores han hecho de ellos acá. Es positivo que surjan películas como Promedio Rojo, Malta con Huevo o Mirageman, porque amplían el espectro, robustecen la industria, entregan nuevas miradas. Si estas últimas nos chocan, las encontramos infantiles, básicas o absurdas, es otro cuento. Lo que importa es la extensión del fenómeno. En algunos casos, vale más una película adolescente de pandillas o una llena de patadas que un drama lacrimógeno y anacrónico, enfocado exclusivamente a conseguir subvenciones o mostrar artificialmente la desgracia del Tercer Mundo en festivales refinados. Mientras en las cintas light exista una mirada sincera, auténtica, que conozca el mundo que describe, tienen una gran chance de conquistar un público fiel.

Con lo anterior no quiero decir que Mirageman sea una buena película. Lamentablemente la historia se va desinflando a medida que avanza el metraje, especialmente por la débil construcción de los personajes. A Zaror, nuestro Stallone, no se le puede pedir más. A su favor, hay que que mencionar que el guión desperdicia la oportunidad de explotar el sueño compartido por los espectadores de tener un superhéroe chilensis. Por culpa de la periodista manipuladora, personaje que tampoco se desarrolla como corresponde, el foco se pierde definitivamente.

Aunque no haya disfrutado la película, celebro su aparición. No encontré lo que buscaba, pero, al menos, me sirvió de ejercicio nostálgico y también para comprobar que el pluralismo se ha instalado en el cine chileno. Al diablo los snobs que festejan los estrenos de Raúl Ruiz sin entender nada.