jueves, mayo 25, 2006

MP3


La cueva está oscura. No distingo nada, salvo unos deshilachados argentinos que bailan dentro del telón. El video tampoco es muy nítido. Alguien, no sé si hombre o mujer, me toma la mano. Cuando me ofrece un cigarrillo, noto que es hombre, por más que su voz aflautada y su look "brit" lo oculten. Le explico sin pesadez que no soy gay y prefiero seguir solo. A pesar que fumé en Reñaca, sigo volado en Valparaíso, horas más tarde. Buena mano. No sé dónde ir.
El recuerdo aparece con toda su distorsión al escuchar una canción que hoy me pasaron inesperadamente en un disco de mp3. Esa noche de absoluta soledad, que terminé tirado cerca del estero de Reñaca, bajo un manto de dolor y desprecio por mí mismo, estaba borrada de mis archivos. La música transporta a sitios imposibles. A ver, otra vez. Repeat. Ya la he escuchado tres veces seguidas y continúan surgiendo nuevos detalles. Quiero constatar que ese dolor ya se agotó o, por lo menos, logro dominarlo. Me parece que sí. De forma inexplicablemente masoquista, hasta siendo una pizca de nostalgia por ese periodo de autodestrucción, aunque tengo claro que no podría sobrevivir dignamente otra fase de ese tipo, con la autoestima por los suelos, sintiéndome tan solo como el reo que ni siquiera sale al patio el día de visitas.

miércoles, mayo 24, 2006

CIUDAD TRAICIONERA


"La tentación de dramatizar mi dolor, fingiendo un viril estoicismo, tal vez me distrajeron de toda posibilidad de dolor"
("Funes el memorioso", Ficciones, Jorge Luis Borges)


Tengo una sana costumbre. Salvo cuando estoy demasiado borracho, cada noche reviso qué hice en el día, desmenuzando horas e instantes, hasta encontrar algo que me confirme que "viví" esa jornada. No tienen que ser sucesos extraordinarios. Ejemplo. Anoche me hice una nueva amiga. Como siempre coincidimos en el paradero de buses, muertos de frío, he conversado mucho con la señora encargada del aseo del tercer piso del edificio donde trabajo. Ayer hablamos de sus viejos amores, de sus penas, del sacrificio por sus hijos. Yo también le conté algunas cosas mías. Es maravilloso sintonizar con otro ser humano de manera honesta, sin dobles intenciones, sólo por conectarse, saber que no estamos solos, que por mucho que la sociedad promueva el individualismo y la desconfianza, todavía se pueden generar lazos sinceros de forma fortuita o impensada.
Ya en casa, después de comer algo, me acosté preguntándome si había vivido. La sonrisa de la señora me alegró mientras desordenaba las frazadas para sacar mis pies, porque, tal como George Constanza de Seinfeld, no puedo dormir con las sábanas recogidas en el colchón.
Mi trabajo no me tiene conforme. No me siento útil. Además, es muy aburrido, monótono, salvo por los intervalos de tensión de los lunes y viernes, que, obviamente, tampoco disfruto. Quizás no soy bueno para trabajar. Puede ser, aunque prefiero pensar que todavía no encuentro mi lugar. En este presente, donde me estoy sacrificando por engrosar mi curriculum, tengo lo esencial para no deprimirme: amor. Ella, con sólo verla y escucharla, me hace sentir vivo.
Algo decisivo, porque, en esta ciudad hipócrita y seca, cuesta sentir que se aprovechan los días.

martes, mayo 16, 2006

CHELSEA-ADIDAS


Hace 25 años, antes que irrumpiera el negocio de la venta de camisetas, la gran ambición de cualquier niño, incluso más importante que elegir al mejor del barrio en su equipo, era escoger el nombre del jugador al que trataría de emular en la cancha. "Yo soy Cazsely", gritaba el colocolino, mientras ubicaba, tras contar los cinco pasos reglamentarios, los polerones que simularían ser los postes del arco. No era una invocación al voleo. El chico tenía la obligación de recurrir al mismo libreto del ídolo: tirar túneles, hacer fintas, celebrar con el puño en alto. Algunos comentaban la jugada al mismo tiempo que la protagonizaban.
La venta masiva de camisetas originales, con apellido y número, sepultaron esta vieja costumbre. Los chicos asumen que, si uno viste la "10" de Ronaldinho, nadie puede discutirle su mejor derecho a creerse, aunque sea un tronco sin remedio, una réplica del mediocampista brasileño. Las poleras se cuidan con el mismo esmero con que Linus, el tímido amigo de Charlie Brown y Snoopy, protege su mantita.
Por si fuera poco, los astros locales fueron desplazados por los cracks de las ligas europeas. Producto de la globalización, las fuertes campañas publicitarias y el bajo nivel de la competencia chilena, ya ni siquiera sobrevive el clásico álbum de figuras en los quioscos. Los niños no pueden mencionar la formación de Cobreloa, pero cantan de memoria la de Real Madrid, Barcelona o Milan.
CHELSEA-ADIDAS
Es un fenómeno mundial. Cruzando el Amazonas, a punto de quedar sepultado por una tormenta de arena en el desierto, en cualquier parte, siempre aparecerá alguien luciendo una camiseta de fútbol. Las empresas lo saben. Adidas mejor que nadie. La compañía alemana selló un inédito acuerdo con el magnate ruso Roman Abramovich, propietario del Chelsea F.C. de la Premier League inglesa, para, entre los dos, meter un gol en el ángulo donde más duele a la competencia: levantándole sus rostros de campaña.
Apenas la Bolsa de Londres publicó un comunicado que señalaba que Chelsea había pagado más de 44 millones de dólares para separarse de Umbro, la marca deportiva que lo proveía, surgieron una serie de especulaciones sobre lo que el "patrón" Abramovich, la 49ª fortuna del mundo según Forbes, pretendía a futuro. El ruso, a quien hasta el mismísimo Gorbachov le ha solicitado que devuelva el dinero que ganó en las oscuras privatizaciones de la industria petrolera después de la caída del sistema comunista, no deja nunca detalle al azar.
La alianza Chelsea-Adidas supera largamente el patrocinio común y corriente. Los alemanes se han comprometido a enrolar en el club londinense a Michael Ballack, el regalón de la compañía, figura del Bayern München y líder de la selección anfitriona del próximo Mundial. Para recompensar el gesto, el ruso abrirá su pesada billetera y estaría dispuesto a desembolsar 218 millones de dólares para contar con los servicios de Ronaldinho y el camerunés Samuel Eto’o, la dupla que ha llenado de gloria al Barcelona y ha reportado importantes ganancias a Nike y Puma, respectivamente. El futbolista brasileño seguiría figurando en los comerciales de Nike, promocionando sus artículos deportivos, sonriendo junto al subtítulo "Just do it", pero, a la vez, también sería rostro del Chelsea-Adidas. Nueva enfermedad del siglo XXI: esquizofrenia publicitaria. El mejor jugador del mundo no alabaría los productos de Adidas; sin embargo, tan sólo vistiendo la casquilla de los "blues", con la leyenda Adidas en el pecho, seguro generará efectos en el mercado. Sin duda, es una campaña agresiva, de un desparpajo similar al que Ronaldinho recurre para desparramar rivales en el Camp Nou. Hasta ahora, las ganancias totales de Nike superan largamente las de Adidas. El año pasado, la empresa norteamericana tuvo ventas por US$13.739 millones y un resultado neto de US$1.211 millones, mientras que la compañía alemana anotó ventas por US$8.245 millones y alcanzó sólo un resultado de US$475 millones. Puma está bastante más atrás: vendió productos por US$2,208 millones y tuvo un resultado de US$355 millones.
Y hay más. El francés Thierry Henry, delantero del Arsenal, el mismo que dejó fuera al Real Madrid de la Champions League con un imparable y solitario contragolpe, será rostro de Reebok a contar del 1 de junio, compañía que hace unos meses fue absorbida por Adidas, por lo que no sería extraño que el ariete galo llegara también a Stamford Bridge. Como si no estuviera asegurada una cuota importante de goles con Henry, Eto’o y Ronaldinho, a lo que hay sumar el aporte de la actual plantilla, donde destaca el argentino Hernán Crespo, Abramovich pretende contratar al ucraniano Andrey Shevchenko del Milan, ex estrella de la marca Lotto y hoy en Mizuno.
La relación entre Chelsea y Adidas, a la que sólo falta ponerle la firma, tendrá una duración de cinco años. Abramovich cancelará 34 millones de dólares anuales.
¿TODA HINCHADA TIENE SU PRECIO?
Para los más románticos o puristas, el mercantilismo que se ha impuesto en el balompié no es algo de fácil digestión. A partir la de la llamada "Ley Bosman", que acabó con los cupos de los jugadores pertenecientes a la comunidad europea, permitiendo que un equipo italiano, si se le antoja, pueda salir a la cancha sin ningún "tano" en la oncena titular, la imagen de los clubes ha sufrido mutaciones que antes parecían inverosímiles. Basta recordar la plantilla de Barcelona en la época que era dirigido por el holandés Louis Van Gaal. El mote de "Barce-landa", originado por el número de holandeses contratados, generó controversia entre los catalanes, a quienes les costaba admitir que entre sus filas cada vez hubiera menos jugadores salidos de la cantera. Con la jugada Chelsea-Adidas, dos potencias que quieren romper un mercado muy competitivo, seguramente algunos hinchas de los "blues" reclamarán por la pérdida de mística. Ya no serán hinchas del Chelsea, sino del Chelsea-Adidas, por más que la publicidad lo oculte.
El mismo Abramovich lo tiene claro. Por eso, como hábil negociador, está apostando a que la tribuna se olvidará del asunto cuando vea a los ídolos mencionados en su estadio.
Así lo hizo antes. Cuando compró el 50% de las acciones del club en 240 millones de dólares, aprovechando lo angustiado que andaba Ken Bates, el anterior dueño, no cayó bien que declarara que había adquirido al Chelsea "por distracción". Una afirmación como aquella, que pisotea la historia del club, la identificación con su barrio, con su gente, no cae bien en ninguna parte. ¿De dónde salió este ruso?, pensaron los flemáticos ingleses. Con la premisa que toda hinchada tiene su precio, gastó 550 millones de dólares en refuerzos para poder cumplir el sueño de celebrar el centenario de la institución con un título, después de 50 años masticando derrotas. Y lo consiguió. Mejor que eso: los pupilos del técnico portugués José Mourinho acaban de coronarse bicampeones, terminando con la hegemonía que por años mantuvo Manchester United y luego, en un tono menor, Arsenal.
La hinchada del Chelsea, una de las más fieras de Inglaterra, se ha tenido que olvidar de sus prejuicios y aceptar al "zar". Todo un mérito. El escritor Nick Hornby, autor de "Alta Fidelidad", novela que después se llevó al cine con John Cusak como protagonista, escribió en una obra anterior que "a juzgar por mi propia experiencia, la fama que tienen los hinchas del Chelsea por su gamberrismo implacable, por su insensato racismo, por su penosa forma de abordar casi cualquier cosa, la tienen bien merecida, y todo el mundo es consciente de que se está más seguro en las localidades de pie, con el provecho de una labor policial bien organizada a conciencia, que sentado, ya que de este modo uno tiene cierta tendencia a quedarse aislado, a ser reconocido, a terminar hecho trizas, tal como le ocurrió a un amigo mío hace unos años".
El éxito económico ha acompañado al deportivo. Según un estudio de la consultora Deloitte and Touche, titulado "Football Money League", Chelsea ocupa el quinto lugar en facturación anual, con aproximadamente 274 millones de dólares. El ranking lo encabeza Real Madrid con 343 millones.
En caso de concretarse los traspasos que promete esta revolucionaria alianza, costará mucho derrotar al Chelsea, aunque, después del fallido experimento galáctico de Florentino Pérez en el Real Madrid o la desgracia permanente del Internazionale de Milan de Massimo Moratti, queda claro que la contratación de cracks no asegura trofeos. Las camisetas son otra cosa. Será un lío hacer los equipos cuando todos lleguen vestidos de azul al partido semanal con los amigos.

viernes, mayo 12, 2006

¿UD ES GÓMEZ? SÍ, A VECES

No sabía qué ramo electivo tomar. Sebastián, mi partner que siempre me acompañaba a espiar el pasillo de las lolitas de primero medio, había optado por Biología. No le interesaba completar las aburridas guías de la profesora Zanetti ni participar en laboratorio. Su única motivación eran las pechugas de una compañera que lo tenía al borde del onanismo compulsivo. Intentó convencerme que me inscribiera, pero nunca me interesaron los cromosomas, las mitocondrias o el adenosín trifosfato. Elegí Economía. Mientras los aplicados estudiaban la conformación del punto de equilibrio entre la oferta y la demanda, me entretenía con los pelusones de la última fila, tan flojos y payasos como yo. Fue mi primer contacto con la economía, bastante lejano, por lo demás. Rendí las pruebas siempre a destiempo, rogando por las décimas, suplicando por un último examen oral que me librara del rojo en la libreta.
Me reencontré con esta rama social en un breve y traumático paso por Ingeniería Comercial, carrera en la que sólo superé los ramos humanistas, como Administración y otros incluso menos útiles. Me despedí furiosamente de los números entregando el examen de Algebra en blanco, sin siquiera intentar resolver la primera ecuación.
-¡Cómo se le ocurre entregar así! –me dijo el profesor, de apellido Calvo, al que apodaban Homero Simpson.
-Lo siento – respondí lacónicamente, con cara de fatiga, con ganas de transportarme automáticamente a la playa, el refugio que escogía después que me mandaba cagadas grandes.
El dolor vendría después que mi familia se enterara que había fingido ir a la universidad durante un semestre, aconsejado secretamente por el cobarde de mi padre, el primero en lavarse las manos al destaparse la olla.
Retomé esporádicamente la economía, siempre como turista, a veces aparentando un interés mayor. Con los años, apenas me di cuenta que ya no podía seguir jugando al pendejo rebelde, empecé a leer el Cuerpo "B", pero más que nada por estar informado. Nadaba sin sumergirme. En conversaciones con amigos, en la pega, en general en cualquier parte, no desteñía demasiado con mis intervenciones. Hasta llegar acá. Cuando se mezcla la economía, que aunque algunos lo nieguen es una ciencia muy compleja, con política o intereses particulares mezquinos, dan pocas ganas de aportar. Mejor decir "paso" como en los juegos de cartas.