GAME OVER
Miro el reloj y noto que falta mucho para que me de sueño y cierre así un nuevo capítulo de esta solitaria "sit com", llena de extras y sólo con un par personajes de verdad. ¿Qué hago? Aunque suene contradictorio, algo que, por cierto, no me asusta, porque creo que la consecuencia es una condición absolutamente sobrevalorada, me dirijo al mall, donde, obviamente, me quedaría pegado en una librería o entraría al cine.
Nada. Apenas entro, veo que unos amigos me saludan desde una mesa. Me quieren, me estiman, lo sé, pero me da lata cargarlos con mis malas vibras e invento una chiva. Además, si no arranco, me van apabullar con sus viajes y éxitos, triunfos que me estremecen aún más al recordar que, en vez de ir a Buenos Aires el último fin de semana, un panorama que se ha vuelto cotidiano para muchos, le pegué un combo en el hocico a mi hermano, uno de las pocas personas que quiero en serio. What a loser...
Después de la finta, dejo atrás al grupo de "yupies" y apuro el paso para que me crean que busco a una tía perdida. El hambre me lleva de un ala al patio de comidas, escenario como de kermesse escolar, lleno de cabros chicos con pantalones por el suelo. Cuando era chico, me llamaba la atención ese afán de los "cuicos" por verse picantes, como que lo necesitan para sentirse más hombres o, qué sé yo, más tolerantes, pero, en el fondo, siguen siendo una raza clasista, empapada de prejuicios e ignorancia. Pido algo en el único local sin fila.
Adivinen, sí, correcto, el único que vende cosas como de fuente de soda. Un buen completo y para la casa. Ojalá me de sueño y pueda olvidarme del tiempo.