PASAJERO EN TRANCE
“El futuro nos tortura y el pasado nos encadena. He ahí por qué se nos escapa el presente”
Gustave Flaubert
Es curioso esconderse en la multitud. Perderse hasta olvidarse de uno mismo. Supongo que eso busco cada vez que ingreso al mall. Después de una larga sesión interior frente al mar, algo me exige flotar entre desconocidos, sentirme como un fantasma que no despierta inquietud ni temor en los demás. En este tour, es indispensable cargar audífonos en los oídos, en lo posible con música neutra, desprovista de cargas emotivas, recuerdos o euforias. Melodías que decoren sin interrumpir, como la antigua programación de la radio Horizonte, cuando ostentaba el título de ser la emisora del adulto-joven (o “fome”, dependiendo del gusto).
Tampoco el extravío es extremo. Reconozco la posibilidad que este viaje multitudinario oculte también la intención de ser rescatado por alguien. Por eso es tan importante el discman: si quiero que ese encuentro, tan importante dado mi ahogo, sea realmente fortuito, casual, inesperado, debo caminar distraído, alternando rostros y vitrinas sin distinguir entre lo animado y lo estático. La idea es que del cielo caigan unas pinzas o tenazas tan firmes como las que se usan en esos juegos donde se regalan peluches. Que alguien me saque, me desconecte, me demuestre que nada es tan terrible, que basta con saber escapar a tiempo del pasado y concentrarse en el presente, con todos sus sinsabores y expectativas.
Avanzo y nadie me reconoce. Por lo menos nadie grita lo suficiente ni se acerca a tomarme el brazo. Es divertido que el mall de Viña mezcle culos emplumados y tipos pasados a ala que creen que la camiseta del Inter de Milán o el Real Madrid es un signo de status social. La estrechez económica de la ciudad que se jacta de ser la capital turística del país consiguió lo que soñó Marx: la abolición de clases. O sea, se notan las diferencias materiales, pero, les guste o no, están todos metidos en la misma olla. Eso me gusta. Es como ir al estadio, salvo que el espectáculo no se centra en el “verde césped” (como decía Labruna), sino en las ovejas que arremeten unas contra otras como en la secuencia inicial de “Tiempos Modernos” de Chaplin. Cuento las ovejas al tropezar con ellas en la puerta de la pasarela que une el Marina Arauco con el Líder. Trasquilaría a un par de viejas que no entienden que necesito quedarme quieto un rato para comprar una bebida enlatada en la máquina que un genio del espacio, contratado quizás por cuánto dineral, ubicó justo al lado de la maldita puerta donde avanza el más guapo o quien tiene más bolsas. ¿Se han fijado cómo caminan esas viejas que van cargadas con bolsas de tiendas caras? Sus movimientos son muy distintos al de la señora que se traslada con la lengua afuera debido al peso del detergente o el arroz. Creen que los nombres de sus bolsas, ojalá Zara o Mgn, les conceden más derechos de propiedad sobre los disputados metros cuadrados de esta mole del consumismo.
Atorado con la Coca-Cola, diviso cerca del Blockbuster a una improvisada tienda donde liquidan libros. Si siempre me quejo de los altos precios de los textos, tengo que aprovechar estos remates, aunque la plata no me sobre y con suerte sobreviva a fin de mes. Consumista al fin y al cabo, con la atenuante de interesarme por bienes que realmente satisfacen y que nadie me ha impuesto con frases pegajosas y minas en diminutos bikinis.
De los que compro, me parece que “Puras Mentiras” del argentino Juan Forn es la mejor adquisición. Dos lucas. Botado. Con los libros bajo el brazo, a pasos de la caja, me topo con una prima, la persona que supuestamente tiene que convencerme que no vale la pena achacarse por huevadas, sobre todo si uno está conciente que cuenta con las herramientas o instrumentos para salir adelante sin sonrojarse frente a nadie.
-Hola, primo
-Ah, hola…
-Tanto tiempo. ¿En qué andas?
-Nada especial, aprovechando estas ofertas. En el último pasillo, allá donde está esa señora de rojo, hay varias novelas buenas, aunque igual no sé si compartimos gustos.
-Ah, no importa. Yo estoy buscando uno de recetas de cocina…
Nada en común. El destino mueve las tenazas humanas tan antojadizamente como las intervenidas máquinas de peluches. Por suerte ya son las 18.30
Gustave Flaubert
Es curioso esconderse en la multitud. Perderse hasta olvidarse de uno mismo. Supongo que eso busco cada vez que ingreso al mall. Después de una larga sesión interior frente al mar, algo me exige flotar entre desconocidos, sentirme como un fantasma que no despierta inquietud ni temor en los demás. En este tour, es indispensable cargar audífonos en los oídos, en lo posible con música neutra, desprovista de cargas emotivas, recuerdos o euforias. Melodías que decoren sin interrumpir, como la antigua programación de la radio Horizonte, cuando ostentaba el título de ser la emisora del adulto-joven (o “fome”, dependiendo del gusto).
Tampoco el extravío es extremo. Reconozco la posibilidad que este viaje multitudinario oculte también la intención de ser rescatado por alguien. Por eso es tan importante el discman: si quiero que ese encuentro, tan importante dado mi ahogo, sea realmente fortuito, casual, inesperado, debo caminar distraído, alternando rostros y vitrinas sin distinguir entre lo animado y lo estático. La idea es que del cielo caigan unas pinzas o tenazas tan firmes como las que se usan en esos juegos donde se regalan peluches. Que alguien me saque, me desconecte, me demuestre que nada es tan terrible, que basta con saber escapar a tiempo del pasado y concentrarse en el presente, con todos sus sinsabores y expectativas.
Avanzo y nadie me reconoce. Por lo menos nadie grita lo suficiente ni se acerca a tomarme el brazo. Es divertido que el mall de Viña mezcle culos emplumados y tipos pasados a ala que creen que la camiseta del Inter de Milán o el Real Madrid es un signo de status social. La estrechez económica de la ciudad que se jacta de ser la capital turística del país consiguió lo que soñó Marx: la abolición de clases. O sea, se notan las diferencias materiales, pero, les guste o no, están todos metidos en la misma olla. Eso me gusta. Es como ir al estadio, salvo que el espectáculo no se centra en el “verde césped” (como decía Labruna), sino en las ovejas que arremeten unas contra otras como en la secuencia inicial de “Tiempos Modernos” de Chaplin. Cuento las ovejas al tropezar con ellas en la puerta de la pasarela que une el Marina Arauco con el Líder. Trasquilaría a un par de viejas que no entienden que necesito quedarme quieto un rato para comprar una bebida enlatada en la máquina que un genio del espacio, contratado quizás por cuánto dineral, ubicó justo al lado de la maldita puerta donde avanza el más guapo o quien tiene más bolsas. ¿Se han fijado cómo caminan esas viejas que van cargadas con bolsas de tiendas caras? Sus movimientos son muy distintos al de la señora que se traslada con la lengua afuera debido al peso del detergente o el arroz. Creen que los nombres de sus bolsas, ojalá Zara o Mgn, les conceden más derechos de propiedad sobre los disputados metros cuadrados de esta mole del consumismo.
Atorado con la Coca-Cola, diviso cerca del Blockbuster a una improvisada tienda donde liquidan libros. Si siempre me quejo de los altos precios de los textos, tengo que aprovechar estos remates, aunque la plata no me sobre y con suerte sobreviva a fin de mes. Consumista al fin y al cabo, con la atenuante de interesarme por bienes que realmente satisfacen y que nadie me ha impuesto con frases pegajosas y minas en diminutos bikinis.
De los que compro, me parece que “Puras Mentiras” del argentino Juan Forn es la mejor adquisición. Dos lucas. Botado. Con los libros bajo el brazo, a pasos de la caja, me topo con una prima, la persona que supuestamente tiene que convencerme que no vale la pena achacarse por huevadas, sobre todo si uno está conciente que cuenta con las herramientas o instrumentos para salir adelante sin sonrojarse frente a nadie.
-Hola, primo
-Ah, hola…
-Tanto tiempo. ¿En qué andas?
-Nada especial, aprovechando estas ofertas. En el último pasillo, allá donde está esa señora de rojo, hay varias novelas buenas, aunque igual no sé si compartimos gustos.
-Ah, no importa. Yo estoy buscando uno de recetas de cocina…
Nada en común. El destino mueve las tenazas humanas tan antojadizamente como las intervenidas máquinas de peluches. Por suerte ya son las 18.30