martes, octubre 18, 2005

PASAJERO EN TRANCE

“El futuro nos tortura y el pasado nos encadena. He ahí por qué se nos escapa el presente”

Gustave Flaubert



Es curioso esconderse en la multitud. Perderse hasta olvidarse de uno mismo. Supongo que eso busco cada vez que ingreso al mall. Después de una larga sesión interior frente al mar, algo me exige flotar entre desconocidos, sentirme como un fantasma que no despierta inquietud ni temor en los demás. En este tour, es indispensable cargar audífonos en los oídos, en lo posible con música neutra, desprovista de cargas emotivas, recuerdos o euforias. Melodías que decoren sin interrumpir, como la antigua programación de la radio Horizonte, cuando ostentaba el título de ser la emisora del adulto-joven (o “fome”, dependiendo del gusto).

Tampoco el extravío es extremo. Reconozco la posibilidad que este viaje multitudinario oculte también la intención de ser rescatado por alguien. Por eso es tan importante el discman: si quiero que ese encuentro, tan importante dado mi ahogo, sea realmente fortuito, casual, inesperado, debo caminar distraído, alternando rostros y vitrinas sin distinguir entre lo animado y lo estático. La idea es que del cielo caigan unas pinzas o tenazas tan firmes como las que se usan en esos juegos donde se regalan peluches. Que alguien me saque, me desconecte, me demuestre que nada es tan terrible, que basta con saber escapar a tiempo del pasado y concentrarse en el presente, con todos sus sinsabores y expectativas.

Avanzo y nadie me reconoce. Por lo menos nadie grita lo suficiente ni se acerca a tomarme el brazo. Es divertido que el mall de Viña mezcle culos emplumados y tipos pasados a ala que creen que la camiseta del Inter de Milán o el Real Madrid es un signo de status social. La estrechez económica de la ciudad que se jacta de ser la capital turística del país consiguió lo que soñó Marx: la abolición de clases. O sea, se notan las diferencias materiales, pero, les guste o no, están todos metidos en la misma olla. Eso me gusta. Es como ir al estadio, salvo que el espectáculo no se centra en el “verde césped” (como decía Labruna), sino en las ovejas que arremeten unas contra otras como en la secuencia inicial de “Tiempos Modernos” de Chaplin. Cuento las ovejas al tropezar con ellas en la puerta de la pasarela que une el Marina Arauco con el Líder. Trasquilaría a un par de viejas que no entienden que necesito quedarme quieto un rato para comprar una bebida enlatada en la máquina que un genio del espacio, contratado quizás por cuánto dineral, ubicó justo al lado de la maldita puerta donde avanza el más guapo o quien tiene más bolsas. ¿Se han fijado cómo caminan esas viejas que van cargadas con bolsas de tiendas caras? Sus movimientos son muy distintos al de la señora que se traslada con la lengua afuera debido al peso del detergente o el arroz. Creen que los nombres de sus bolsas, ojalá Zara o Mgn, les conceden más derechos de propiedad sobre los disputados metros cuadrados de esta mole del consumismo.

Atorado con la Coca-Cola, diviso cerca del Blockbuster a una improvisada tienda donde liquidan libros. Si siempre me quejo de los altos precios de los textos, tengo que aprovechar estos remates, aunque la plata no me sobre y con suerte sobreviva a fin de mes. Consumista al fin y al cabo, con la atenuante de interesarme por bienes que realmente satisfacen y que nadie me ha impuesto con frases pegajosas y minas en diminutos bikinis.

De los que compro, me parece que “Puras Mentiras” del argentino Juan Forn es la mejor adquisición. Dos lucas. Botado. Con los libros bajo el brazo, a pasos de la caja, me topo con una prima, la persona que supuestamente tiene que convencerme que no vale la pena achacarse por huevadas, sobre todo si uno está conciente que cuenta con las herramientas o instrumentos para salir adelante sin sonrojarse frente a nadie.

-Hola, primo
-Ah, hola…
-Tanto tiempo. ¿En qué andas?
-Nada especial, aprovechando estas ofertas. En el último pasillo, allá donde está esa señora de rojo, hay varias novelas buenas, aunque igual no sé si compartimos gustos.
-Ah, no importa. Yo estoy buscando uno de recetas de cocina…

Nada en común. El destino mueve las tenazas humanas tan antojadizamente como las intervenidas máquinas de peluches. Por suerte ya son las 18.30

miércoles, octubre 05, 2005

DEUTSCHLAND ÜBER ALLES?

El comentario que dejó la Dani en el post anterior me obliga a hablar otra vez de “La Caída”. Tocó un punto que también pensé a la salida del cine. La vergüenza que sienten los alemanes por el Holocausto la percibí desde chico en el colegio. No es un tema nuevo. Es cierto que ellos mismos eligieron a Hitler, nadie se los impuso. El Führer captó el desencanto del pueblo germano por los efectos del Tratado de Versalles. Aprovechó la sensación de injusticia que invadió a la gente mediante un discurso mesiánico, paternalista, enfocado también al orgullo natural de los alemanes. Los conozco y les aseguro que los argentinos, a quienes vemos como los tipos más sobrados del planeta, no son nada al lado de los fríos alemanes.

No es casualidad que Alemania invirtiera tanto dinero en colegios en el extranjero. En Chile, hay más de diez, la mayoría con infraestructura de lujo. Bajo la apariencia de una difusión cultural, quería demostrar al resto, incluido un país tan pequeño como el nuestro, que no eran tan malos. Tampoco es casualidad que hasta antes de la caída del muro de Berlín tuviéramos que soportar los cortos de “El Mundo al Instante” en los cines. Si recuerdan bien, sólo mostraban notas de Alemania. Así nos enterábamos de los cuidados jardines de Stuttgart, de cómo el río Elbe se recoge en Hamburgo, la alegría de la Oktoberfest en München y tantas cosas más.

Hitler es un trauma para los alemanes. Lo bueno es que no lo niegan. Los delitos y abusos de Pinochet me duelen, pero no los asumo como propios. Mi familia no le tiró maíz a los militares para que quemaran La Moneda. Ningún cercano se benefició de la mano negra de la dictadura. Como plantea mi amiga Daniela, sería útil que nosotros hiciéramos una revisión más exhaustiva del asunto. Justamente hoy se cumplen 17 años de la derrota de Pinochet en el plebiscito.

martes, octubre 04, 2005

DER UNTERGANG


Aprovechando que los lunes es un poco más barato el cine, ayer fui a ver “La Caída”. Mientras esperaba que se apagaran las luces y varias cabezas calvas se paseaban frente a mi butaca, me di cuenta lo ansioso que estaba. Estaba a minutos de ingresar al búnker de Hitler.

Son los últimos 12 días del Führer. La cinta está basada esencialmente en el diario que escribió Traudl Junge, la secretaria del afiebrado chacal. Ella se ha excusado diciendo que era muy joven y que no entendía muy bien lo que sucedía a su alrededor, lavándose las manos frente a los crímenes. Tal como los chilenos que creían que Villa Grimaldi era un invento del comunismo internacional, esta mujer asegura que nunca sospechó la exterminación de 6 millones de judíos. El cinismo de las viejas aristócratas que ahora, después del informe Rettig y la comisión Valech, lucen espantadas por los abusos del Mamo Contreras y sus boys, es el mismo de esta dactilógrafa. Aparece como una inocente y extraviada joven. Duda entre morir junto a su patrón o arrancar con los cobardes jerarcas de la SS. El director, quizás anticipando que la figura virginal de Junge no es muy creíble, en una escena la muestra contrariada por la amabilidad del Führer en la intimidad y las frases brutales de sus discursos.

Berlín se desploma. El Ejército Rojo, decisivo en el término de la guerra, está a unos kilómetros de distancia, listo para dar el zarpazo final. Hitler, interpretado magníficamente por el suizo Bruno Ganz, pierde la cordura y cae en desvaríos que ninguno de sus subordinados se atreve a contradecir. Ganz, protagonista de “Alas del deseo” de Wim Wenders, aceptó la responsabilidad de ser el primer Hitler de ficción que verían los alemanes. Hasta ahora, sólo lo habían visto en documentales. En una entrevista, contó que asumió el riesgo de quedar estigmatizado y la responsabilidad de encarnar un personaje tan nefasto como Hitler, tarea doblemente dificultosa por el carácter o tono de la película, muy alejado de trabajos anteriores. Ganz no podía aparecer como Chaplin en “El Gran Dictador”.

Concuerdo plenamente con la crítica esencial de Wenders a “La Caída”. Vemos cómo caen judíos, alemanes, soldados rusos, el mismo Goebbels con todo su clan, pero nos priva de ver la muerte de Hitler. Wenders acusó a Hirschbiegel de cumplir con el último deseo del Führer: que nadie encontrara su cuerpo y así evitar que lo exhibieran como trofeo.

Se ha dicho que “La Caída” ha servido para alentar movimientos neonazis en Alemania debido a que presenta un rostro más humano del Führer: atento con las mujeres, cariñoso con los niños y preocupado por su mascota. En mi caso, nunca me olvidé que estaba frente a la recreación de las últimas horas de un demonio. Hirschbiegel lo sacó de las llamas no sólo para completar un ciclo inconcluso en el alma alemana, sino también para gritarnos que este tipo de tiranía es repetible, como también es repetible que masas incultas apoyen liderazgos tan dañinos, injustos y malvados. Por algo ganó Bush. Hitler no bajó desde Marte para dominar el mundo.

sábado, octubre 01, 2005

ENEMISTAD

Donde estemos, donde coincidamos, siempre será incómodo. Apenas escuché que saludaba al dueño de casa, me preparé para el aislamiento. Los bandos se dividieron y quedé solo en mi trinchera. Me parece estúpido que después de tantos años todavía se mantenga el rencor, molestia, enojo o lo que sea. El tiempo de enemistad ya superó al de amistad. Fuimos amigos cuatro o cinco años y nos alejamos hace ocho. Pese a la estadística, todavía lamento lo que pasó, pues admito que soy culpable, aunque, de todas maneras, puedo exhibir un montón de atenuantes que ningún prejuicioso tomó en cuenta en su momento. Si no lo hicieron cuando correspondía, menos ahora. Además, me da lata resucitar un conflicto que, con la edad que tenemos, debería haberse superado sin secuelas. El silencio que aparece cada vez que compartimos un espacio es absurdo, ilógico, diría que hasta de teleserie. No podemos quedarnos pegados en los errores que cometimos a los 20 años.

Yo intenté recomponer la relación en muchas ocasiones. En ese sentido, mi conciencia está muy tranquila.