martes, febrero 28, 2006

EL CURA DE LAS NUBES

El padre Adolfo nos visitaba todos los fines de semana. Era raro compartir con él todas las semanas. Si se considera el fracaso matrimonial de mis padres, no entiendo que le habrán visto en su momento al cura que los bendijo. Era tan culto como amargo. Cada cierto tiempo, quizás sábado por medio, concluía que, si me hubieran metido al colegio de curas donde hacía clases, no habría sido tan travieso y callejero. Más lo odiaba. La hora del té se hacía eterna, quedábamos prisioneros al largo mantel repleto de dulces y cosas ricas. El sacerdote comía lento, haciendo muchas pausas para dar sus intervenciones filosóficas o felicitar a mi mamá por su buena mano. Yo no lo escuchaba. Lo único que importaba era retornar rápido a la pieza para ver los concursos chantas de Don Francisco, ojalá tras encontrar en el closet de mi vieja el chocolate Shane Nuss que sagradamente traía el cura. Era el desafío semanal. Si no lo encontraba, desprogramaba el televisor como desquite. Esa revancha se acabó la noche en que, frente al técnico que siempre iba, a la hora que fuera, a arreglar el artefacto, mi vieja me puso una vela encendida bajo las manos y me hizo jurar que nunca más apretaría las teclas de la vieja Sony.
Una tarde lluviosa, mi viejo con el cura salieron a la calle con dos vasos. Los seguí con curiosidad, sobre todo por verlos sin paraguas. Se asomaron un poco, sólo hasta que se llenaron los vasos. Luego, en el living, tomaron el agua. Impertinente como siempre, les dije que era asqueroso lo que estaban haciendo. Mi argumento era simple: si las nubes se alimentan de toda agua que hay en la superficie, es posible que gran parte del líquido, tomando en cuenta que vivíamos en la avenida Libertad, proviniera del estero Marga Marga. En otras palabras: estaban tragando mierda. Con risa condescendiente, al menos no pedófila, el padre Adolfo me explicó que existía un proceso de condensación que purificaba el agua. Nunca olvidé sus palabras.
¡Qué enorme facultad! Purificar. En términos futbolísticos, representa esa pelota que tiran larga, entre perdida e inalcanzable, generalmente el despeje de un defensa tronco, que uno logra controlar para enganchar a tiempo y dejar tirado al defensa. En términos laborales, sería absorber la intriga, la insidia y la frescura imperante con pulmones full equipo, capaces de escupir los gérmenes como el negro gigante de “Milagros Inesperados”. Absorber para limpiarse uno mismo. La acción de absorber es involuntaria, un acto reflejo producto de las limitaciones de un cargo que no da mayor atribución que el simple y humillante “sí, como usted diga”. He aprendido a absorber, quizás no tanto por afán purificador. Si se puede, mejor; pero lo que realmente me interesa es moverme con el instinto de Corleone, olfateando de cerca al tipo que me quiere cagar. Por algo no estudié en colegio de curas. Con el tiempo, se aprende a dominar la ira y uno disfruta de su racionalismo, sobre todo si antes arrastraba un historial de pataletas y arranques histéricos. Lamentablemente, lo digo con mucho dolor, en ocasiones, a pesar de los estímulos maravillosos que uno recibe fuera del trabajo, resulta imposible dominarse. La mala leche del resto, tan ajena a nuestro modo de ser, nos imposibilita, nos hace vegetar hasta que una explosión desahoga y recompone todo. Por más que uno se desquite con elementos inanimados, ya sea puteando a la hinchada de la UC por cómoda o criticando furiosamente la película de un director japonés sobrevalorado, alguien termina viéndose afectado por malas vibras que uno heredó de manera injusta por personas que no nos aprecian o ni siquiera nos conocen. Por eso el milagro de las nubes es más especial de lo que creía el Padre Adolfo. Cuando purifican, lloran. Si están molestas, gritan con truenos.

lunes, febrero 27, 2006

CALETA DE PECADORES

Hasta ayer, Horcón era la caleta de los volados. Tenía otras referencias. Tres veces fui a Cau Cau y por los carteles de tránsito me di cuenta que si seguía bajando me encontraría con Horcón. Nunca bajé, no sé bien por qué. Tenía la curiosidad, pero lo postergué las tres veces, quizás por no estar con las personas indicadas para un recorrido como los que me gustan. La otra referencia era una pretenciosa espada que una vez hallé por casualidad debajo de un mueble. Me dijeron que era de Horcón. Alguna vez, sin que nadie se diera cuenta, la desenvainé tortuosamente imaginando cómo había ido a parar de manera tan nostálgica y subterránea a aquel rincón de la pieza. Su procedencia me inquietó un poco. Uní Horcón a esa espada. Curioso vínculo. Puede ser que, a nivel de inconciente, yo mismo haya bloqueado mi interés por conocer la caleta. No quería encontrar el negocio donde vendían esa espada. Ahora me parece una tontera, aunque perfectamente entendible para alguien que se esmera en novelizar todo. Ya con más experiencia, he aprendido a convivir con múltiples historias sin cuestionarme más de la cuenta. Pienso mucho más en lo que se está escribiendo que en lo que ya se escribió. La geografía puede mutar sus colores si uno se lo propone y la aborda con libertad, sin estereotipos ajenos o impuestos por sentimientos caprichosos.

Pese a que estuvimos a punto de perdernos, llegamos cerca de las tres de la tarde a Horcón. Las personas se paseaban libremente con las toallas envolviendo sus cuellos como si fueran bufandas. Se cruzaban de un lado a otro, confundiendo a los conductores, incluida la Pina, sobre qué caminos se podían usar y cuáles no. Al fin encontramos un estacionamiento, justo donde una pareja tomaba una cerveza ya sin espuma. Le arruinamos su conversación, aunque convengamos que el galán no eligió el lugar más indicado para una cita romántica. Por último, un par de empanaditas en la picada del frente. Cada uno con sus gustos. Avanzamos por Horcón muertos de hambre. Creo que nunca, pero nunca, me tocó esperar tanto en un restorán como ayer. Pensamos en irnos, pero, instalados como estábamos, era una lata modificar todo. La garzona, de rostro árabe, alargado como una flauta, nos felicitó tanto por nuestra paciencia, que terminó aburriéndonos. Hasta se demoró en el bajativo que nos ofrecieron para compensar la espera. En algún momento pensamos que era hueveo. En todo caso, el pastel de jaibas estaba exquisito. En la carta, como sucede en muchas partes, estaba escrito con “v”, demostrando lo decisiva que es la memoria visual. Como no nos topamos muy seguido con la palabra, prevalece “jaiva”, como el grupo del Gato Alquinta, Mutis y los Parra.

Fue un paseo breve, pero muy bonito. Sirve de tranquilizante cuando los líos y cahuines del trabajo nos abruman.

jueves, febrero 16, 2006

ANTESALA

Exactamente hace seis años, todavía pendejo, trabajaba como salvavidas en una piscina de un club viñamarino. Tal como ahora, no tenía el físico para una pega de ese tipo, pero el sueldo no era malo y podía invitar a escondidas a mis amigos. Temprano, cuando no había nadie, leía “La Tregua” de Benedetti, muy conmovido por la historia de Santomé y Avellaneda. Eso era en las tardes. Por la mañana, partía temprano al Van Büren a ver a mi madre, que se recuperaba de un trasplante del riñón. Se rió mucho cuando le conté que me dedicaba a vigilar cabros chicos que ni siquiera se tiraban piqueros. Me había acostumbrado a que el hospital fuera su casa. Era parte de la rutina. Las visitas, si bien el contexto las hacía un poco raras, no eran tensas, porque nadie pensó que el nuevo órgano se dejaría vencer en su cuerpo. Quizás el único inconveniente es que eran secretas. Como en todo hospital público, la gente no tenía derecho a ver sus familiares fuera del horario formal, que era de 16 a 17 horas, justo en el horario de la piscina. Los guardias, más pobres que uno, disfrutaban sádicamente prohibiendo el paso. Tuve varias peleas, una de ellas casi termina a combos. Quedé vetado. Sin embargo, descubrí que no había control por la posta infantil, que quedaba en un edificio anexado. Simulando que era junior o algo así, me filtraba por los pasillos y logré memorizar el laberinto. Una vez me encontré de casualidad con mi vieja en el primer piso. Ella venía de una agotadora diálisis. Nunca olvidaré su cara al verme. “Cuídame, Nili”, me repetía, mientras buscaba mi mano con la poca fuerza que tenía.

Quedan pocos días para otro aniversario. Mi viejo no atiende el teléfono. Mi hermano no me ha comentado nada. El dolor nuevamente se dividirá en tres. Y eso me duele más, no por mí, sino por ella.

domingo, febrero 12, 2006

NECESITO TU AMOR

Voy a cambiar
voy a insistir
voy a pelear
voy a seguir.
Yo necesito tu amor
tu amor me salva y me sirve
yo necesito tu amor
cada día un poco más.
Yo tengo el vicio de dejarme llevar
y poner mi cabeza en Marte.
Tengo prejuicios que no puedo sacar
tengo un cuerpo que quiere amarte.
Yo ví tu amor
yo ví tu amor.
Dentro del mal
cerca del fin
cerca de vos,
dentro de mí.
Yo necesito tu amor
tu amor me salva y me sirve
yo necesito tu amor
cada día un poco más.
No tengo nadie que yo quiera escuchar
ni pasiones para abrigarme
no tengo máscara,
no tengo disfraz
ni señales para guiarme
al menos hoy
al menos hoy.

sábado, febrero 11, 2006

COMPLICES

Hoy escuché otra vez tu voz. Cada cierto tiempo la repito en mi mente para refrescarla. Lo insólito es que el libreto no incluye frases explícitas de cariño, sino cosas más banales, pero que concentran esencias de la relación que teníamos. Hoy estabas contenta, te veías bien. Me gustaría tener la precisión de un VHS para grabar las secuencias del encuentro. Hurgueteo horas después. Debería haber escrito apenas me di cuenta que estabas muerta. No lo hice porque estaba acompañado. Le he hablado de ti, quizás no tanto como quisiera, porque, como no te conoció, puede pensar que se trata de una idealización o que estoy trancado. No creo que sea casualidad que ayer me hayas pasado a ver, justo en un día especialmente raro, algo oscuro, que menos mal volvió a la normalidad por la noche. La has visto. No te imaginas lo feliz que me hace. He recuperado cosas que tenía absolutamente perdidas, a la vez que me ha ayudado a soltar amarras que me frenaban. He entrado a una dimensión de amor desconocida y fascinante. Todos los días son nuevos. ¡Nuevos! Hemingway, en “París era una fiesta”, atacó con amargura y algo de resentimiento a la gente que es capaz de conseguir eso, adjudicando esa facultad a los hijitos de papá que engrupen a las minas con días de cuento de hadas hasta que se aburren de follarlas y se largan hacia otra conquista. Yo siento que lo hemos conseguido. Y ni tengo que decirte que no tengo donde caerme muerto. Cuando se consigue una verdadera conexión, el decorado, si bien siempre es importante, no determina el ánimo. Tal vez por eso no tenemos la sensación de llevar tantos meses juntos. Gracias a esta obtención, para mí más difícil que ganar un Mundial con tantas mujeres egoístas y tontas circulando, los dos hemos sorteado, hasta el momento, la rutina de trabajos donde no podemos explotar todas nuestras condiciones.

Estoy temblando frágil en el turno nocturno. Llegan páginas para revisar. No pensé que aquí se cometieran tantas faltas y descuidos. Me divierto corrigiendo. Ojalá mañana no me notifiquen que se me pasó algo.

viernes, febrero 10, 2006

VAMPIROS Y RATAS


Una carrera de ratas para morir. A eso hemos llegado. Enfermos o cansados. Podemos putear, hundirnos en pantanos autocompasivos, alegar rompiendo vasos contra la pared sin recoger alevosamente los vidrios para cortarnos los pies a la mañana siguiente, como si esa carne ya no fuera parte de nosotros, sino materia prima de unos pocos que gozan con nuestro sacrificio. No se gana nada. Quiero seguir siendo dueño de mí mismo. Cuesta aceptar que una aspiración tan básica, tan elemental, encuentre hoy tantos escollos para concretarse o mantenerse en términos dignos. Yo no soy apóstol de Tom Wolfe. Menos de Abraham Santibáñez. Así y todo, me quieren entregar la trasnochada y aburrida posta en esta carrera de ratas. ¿Ya soy una rata? Observo mi entorno y me fijo que hay varias categorías. Distingo a un Pinky, otro Cerebro y un Jerry inocentón. Son ratas de corral, poco concientes de su condición. Se mueven con el entusiasmo ciego del hamster en la rueda de su jaula. Me ubico en la alcantarilla. Es más fácil escapar por una tubería que morderle la mano al patrón.

jueves, febrero 09, 2006

AM

Ángeles profanan mi cerebro con absoluta impunidad. Sus alas fashion, seguramente muy estiradas por el gimnasio, se frotan ruidosamente, con mucho empeño, resucitando fogatas sin guitarra y mucho cliché adolescente. Es difícil arrancar de los miedos, aunque ya el derecho a sentir miedo, algo que en algún momento veía inalcanzable, es un privilegio que reconforta un poco. En realidad, sirve de consuelo al saber que podría ser peor. Eso es. No saco nada torturándome pensando más de la cuenta. Victoria o derrota son conceptos de los que me desligué hace tiempo. Nada es tan espectacular ni fatídico. Me aferro a los matices. Así sobrevivo al desconcierto inesperado.

miércoles, febrero 01, 2006

DESIERTOS

En una reciente entrevista, Claudio Bunster, el científico que renegó de Volodia, recordó que Lawrence de Arabia amaba el desierto por su limpieza. Si bien creo que los mares de arena están sobrevalorados, es cierto que tienen poderes purificadores, sin caer, claro está, en la mística de los seudo-artistas que les conceden beneficios casi terapéuticos. Nada es tan automático ni gratuito.
He transitado nuevamente por el desierto. No soy un hombre nuevo. Tampoco “me encontré”. Reflexioné, pensé, evalué. Quizás hasta me reciclé. A eso invita la limpieza del desierto. No es una concesión per se, que envuelva a quien se le ocurra atravesar los solitarios parajes de la nada. Hay que buscarla.