jueves, junio 30, 2005

CHAU FERROCARRIL



La banda de la Armada retumba en la Estación Puerto. La marcha imperial de "La Guerra de las Galaxias" acompaña el ingreso de quienes vienen a despedir al ferrocarril. A lo lejos, se escucha un pito. Al intendente Luis Guastavino le queda aire en los pulmones, aunque se pone más colorado que de costumbre. Simulando ser inspector del tren, anuncia que se cerrarán las puertas del último viaje. Nadie quiere quedar afuera. Cerca de 600 personas se reparten en los carros, apurándose para quedar junto a las ventanas, porque todas saben lo incómodo que es estirar el cuello desde el pasillo. Pocas veces se tiene la oportunidad de ingresar a la historia, de estar consciente que se está participando en algo trascendente, irrepetible, único.
Hay un vagón especial para las autoridades y la prensa. En esos sitios se pierde espontaneidad. Son como la primera clase del Titanic. La fiesta se vive más atrás, en los carros donde va la gente común y corriente. Una señora que lleva una bandera chilena nos apuesta que aquí lo vamos a pasar mejor. Seguro. Pensó en traer huevos duros, pero dice que le faltó tiempo en la mañana para prepararlos.
En el asiento del lado, Lillian Jorquera sostiene varias copias del poema que escribió para agradecer todo lo que el ferrocarril le ha dado. No es poco. Su padre fue jefe de conservación en La Calera. A menudo lo seguía al trabajo para jugar en las cabinas e imaginar que era capaz de arrastrarse velozmente por los rieles. Quería atravesar los cerros, cruzar los riachuelos, conocer estaciones infinitas, saludar a la gente que salía a su paso. El destino quiso que se casara con un maquinista. Cuando le pidieron que hiciera un poema para la ceremonia, cerró un instante los ojos, revisó su disco duro, escogió los capítulos necesarios y se sentó en el comedor. Los versos salieron en diez minutos.
Los miembros del grupo "Nostalgia Porteña", se afirman como pueden para entonar "La Joya del Pacífico", ubicándose algunos en los peldaños de las puertas y otros colgándose de los fierros. Atentos al vals, siguiendo el compás con las palmas, nos encontramos de sorpresa con el nuevo "X Trípolis" en el riel del frente. Da la sensación de estar frente a un espejo, sólo que, en vez de vernos más viejos, como le ocurre a la mayoría al notar arrugas en la frente o una "pata de gallo", nos sentimos más jóvenes y vigorosos. La máquina se mueve a la misma velocidad que la nuestra, pero, al poco rato, presume de sus condiciones y apura la carrera, relegándonos varios metros. Quiere justificar su existencia, demostrar que el progreso siempre se impone a la nostalgia. Un niño se acerca a la ventana y le pregunta al papá por qué el tren nuevo está vacío y sólo se ven algunos notebooks sobre algunas improvisadas mesas. El adulto le responde que es el futuro que nos viene a buscar, utilizando un tono algo quejumbroso, de poca resignación.
Olor a huevo duro. Una señora los reparte en una bandeja. En todas las estaciones hay homenajes, canciones y pañuelos. En la estación Chorrillos, un sacerdote bendice a los pasajeros desde el andén, con rostro ceremonioso, regalando sólo un atisbo de sonrisa.
¡Padre, bendiga a esta pecadora!, le grita una mujer para burlarse de la amiga sentada a su lado. El cura no entiende, pero en el vagón se ríen todos. Un universitario dice que el viaje se parece al recorrido que hace la selección de fútbol desde Juan Pinto Durán hasta el Estadio Nacional. Tiene razón, quizás con la aclaración de que aquí no hay cracks. El tren es el ídolo que se despide después de una larga carrera de 30 años entre Valparaíso y Limache. Si bien en todas las estaciones hubo festejos, lejos el más entusiasta fue en Villa Alemana. De la escalera telescópica de Bomberos se sostienen banderas chilenas, como si quisieran armar una ramada que cubra a los huasos que levantan polvo en la vieja estación.
Los pañuelos vuelan, mientras la gente contempla el tren por última vez. Hay personas que tiene la imaginación para dar mil categorías de un color: verde mar, verde musgo, verde melón, verde esmeralda, etcétera.
El celeste del último tren sólo puede definirse con el adjetivo con el que todos recuerdan a Pezoa Véliz: mustio. De verdad se ve triste, a menos que el adiós en Limache nos haya bajoneado más de la cuenta. En un rincón, muy quitado de bulla, sentado sobre una piedra, un hombre reflexiona junto a dos copas de champaña que le quitó al estresado garzón que reparte entre el público. Nos acercamos. Levanta la vista y se excusa de hablar porque dice que siente pena por el fin del tren.

lunes, junio 27, 2005

PECHO TIBIO


Por lo que me dijo, está en el gimnasio. Tengo que hacer hora. Pienso en algún lugar donde tomar un café y leer un rato, ojalá no muy caro, porque ando con lo justo. 8 Norte es una de las calles más bonitas de Viña. Me parece injusto que reciba la misma numeración del resto, si está a la vista que tiene algo especial, distinto, magnético. Todos hemos pateado sus hojas o la hemos atravesado en bicicleta, aguantando los bocinazos de los histéricos que no comprenden que hay más vida fuera de sus lanchas.

Avanzo y sé que me acerco al departamento de la Vero, le hermana de mi ex. Hace unos días me dejó un mensaje de voz en el celular, algo que tampoco me sorprendió mucho, pues es una familia muy cariñosa y siempre me trataron como uno más. Supongo que quería saber en qué andaba o tuvo un mal sueño, de esos que nos dejan angustiados en la mañana y sentimos como una premonición, una clarividencia, una oportunidad de evitar que a alguien le ocurra una desgracia. Quizás qué habrá soñado. Mejor ni saber.

Marco su celular. Me cuenta que todavía está en la pega, pero que está su madre, mi antigua suegrita, cuidando al Diego, que ya tiene seis meses de edad. Antes de tocar el citófono, escucho las voces de varios amigos criticándome por estar haciendo esto, como si yo no fuera capaz de dominar mis emociones. Nunca me he privado de nada. Además, quiero ponerme a prueba, ver cómo asimilo esta etapa, sin contar que adoro a esta familia. La norma social, tácita pero determinante, dice que no puedo tener ningún lazo con esta familia, como si ésta hubiese muerto junto al pololeo. Yo no soy como el resto. En el último tiempo, me han repetido que he acentuado mis rasgos freaks. Sé que soy capaz de separar los planos, que no hay razón para regirme por las reglas que imponen los pechos fríos. La vida pasa demasiado rápido para estar permanentemente pensando en qué cosas o actos pueden dejarme secuelas negativas o dolorosas. Uno se tiene que guiar por el corazón, por lo que siente en el momento, apartando la racionalidad, que no es más que una vieja de mierda que inventaron para restringir nuestro albedrío.

La ex suegrita no me reconoce por el citófono y me confunde con su hermano. Cuando subo los dos pisos, la encuentro con el Diego en los brazos. Está gigante. Lo había visto una vez antes, cuando tenía un mes a lo más, en unos de esos viajes relámpagos que hice estando en Arica. Tiene un remolino de pelos en su frente, sello inconfundible que será un niño travieso. Me toco mi remolino celebrando la coincidencia.

Conversamos de todo. Lo pasé muy bien cuidando al Diego. Más tarde llegan la Vero y Gonzalo. Tomamos té juntos y me doy cuenta que todo sigue tal cual, que nos seguimos queriendo como siempre, que no han cambiado las cosas. Ellos me acompañaron en los años más difíciles de mi vida y eso nunca lo voy a olvidar. No tenía a nadie, ni siquiera a mi padre, y ellos me cobijaron, me arrullaron, me cuidaron sin esperar nada a cambio, sólo por generosidad. Es hermoso sentir eso. No lo hicieron por caridad ni por jugar a ser el buen samaritano. Me integraron plenamente, compartiendo incluso sus miedos y dolores.
Nos despedimos con la promesa de vernos más seguido.

domingo, junio 26, 2005

MEME


Todavía no logro procesar todo lo que he sentido en los últimos días. Tengo miedo, mucho miedo. I see dead people. A veces los vivos provocan más terror que los muertos. Además, tengo varios trabajos pendientes que llevo chuteando por semanas y ya es hora de finiquitarlos. Tengo que cerrar el círculo de una buena vez, para bien o para mal. El destino entregará su veredicto.
Mientras tanto, como no tengo ánimo de contar lo que me pasa, contestaré el famoso “Meme”, a pesar que nadie me lo ha pedido. Al ser voluntario, me di algunas licencias y extendí el número de canciones de cinco a diez, divididas en español e inglés. Junto a cada una hay una breve explicación.

Español:

1. El Mercado Testaccio (Inti Illimani)

Funde acordes andinos con mediterráneos. Une nuestra música con la griega. Cuando le escuché por primera vez, siendo pendejo, no sabía si pertenecía a uno de los casetes combativos de mi vecino o a uno de los de música griega de mi vieja.

2. El baile de los que sobran (Los Prisioneros)

La letra sigue tan vigente como antes. Me recuerda una etapa muy triste, cuando tuvimos que irnos a vivir a la casa de mis abuelos debido a problemas económicos. La escuchaba todos los días. Era mi salida, mi válvula de escape. Compartía todo el día con gente muy cuica en el colegio y por la tarde volvía a la realidad: cuentas sin pagar y allegado.

3. Eiti Leda (Seru Girán)

“Lejos, lejos de casa. No tengo a nadie que me acompañe a ver la mañana, ni que me de la inyección a tiempo, antes que se me pudra el corazón ni caliente estos huesos fríos”. Si antes era de una mis favoritas, estando en Arica se transformó en un himno. Lo cantaba a capela todas las noches al salir del diario, mientras caminaba por la avenida Luis Valente Rossi hacia mi casa. Miraba el desierto y no podía comprender, entender, qué mierda hacía ahí, tan solo y lejos de mis afectos.

4. El amor es más fuerte (Soundtrack de “Tango Feroz”)

Pyñeiro interpretó a su manera la leyenda de Iglesias, el recordado Tanguito. En mayo se cumplieron 33 años de su muerte. Para mí, la historia representa la pérdida de la inocencia. El sistema estrangula la libertad, le hace llaves de judo a los sueños, a nuestras fantasías. Se empeña en convertirnos en seres amargos y productivos. Es un grito de libertad. Desgarrador, conmovedor, único. Lo canto cuando estoy mal, cuando siento que me abandonan las fuerzas. Primero elijo el track acústico y de ahí remato con el original. A todo pulmón.

5. Vueltas por el universo (Gustavo Cerati)

El primer amor de verdad. Todas las relaciones anteriores quedaron como sinfonías adolescentes. Ella iluminó todo, todo, y de verdad daban ganas de volar hasta el infinito. Se acabó, pero los recuerdos no me los quita nadie, ni siquiera los malos ratos del final.


Me demoré en elegirlas. Miro la hora y es tarde. Sólo voy a nombrar las canciones en inglés. Quedo debiendo las explicaciones, aunque me imagino que poco interesa.

1. Pictures of you (The Cure)
2. High and dry (Radiohead)
3. Slave to the wage (Placebo)
4. Enjoy the silence (Depeche Mode)
5. Fields of gold (Sting)
6. Racing in the street (Bruce Springsteen)

lunes, junio 20, 2005

TRAGO AMARGO

Los escucho un rato, mientras discuten sobre el nepotismo y los enredos del Ministerio de Obras Públicas. Son dos viejos amigos, ambos muy cercanos, a pesar que ya no nos vemos con la frecuencia de antes. A estas alturas, los tres estamos bastante borrachos, especialmente Pedro, que bajó solo una botella de Absolut. Juan Pablo, el dueño de casa, nos despide porque no quiere que repitamos los escándalos de antaño, como esa vez que rompimos el lavamanos del baño chico y se inundó todo.
Antes de subirnos al auto, Pedro me pregunta si conozco el “Lucas Bar” de Valparaíso. No sabía que existía. Me gusta ir a esos locales, no tanto por ver bailar a las minas, sino porque me gusta recoger historias, descubrir personajes, sumergirme en ambientes raros. Con los reporteros gráficos del diario he ido a antros muy parecidos a la casa granate de “Machos” y lo he pasado bien, aunque siempre hay alguna puta insistente que no entiende que uno no quiere follar. Ya poh, papito, vamos a la pieza. Cuando se convencen que no hay plata para otra piscola, se relajan y cuentan sus dramas. En ese momento, aprieto REC en mi mente, me concentro en cada detalle, en cada gesto de su cara, en cuánto le afecta volver a la última casa que cuelga del cerro y encontrarse con los niños muertos de hambre o con el cafiche que la espera para arrebatarle todo lo que recolectó en la noche. Me siento como Edwards Bello en sus correrías por Estación Central, donde seguramente conoció a Esmeraldo, el protagonista de “El Roto”.
Vamos al Lucas Bar, pero tú invitas. Pedro se alegra con mi respuesta y, en el camino, volando por la Avenida España, con una vieja canción de U2 de fondo, pasándonos una botella de plástico donde guardamos lo que quedó de pisco, me cuenta que en la tarde había salido a comer sushi con una de las minas del Lucas Bar.

- Oscar Wilde dijo que no hay huevón más tonto que el que confía en la palabra de una puta- le digo mitad en broma, mitad en serio, ansioso por ver su reacción.
-Oye, nada que ver poh, huevón. Esta mina trabaja ahí, sirve los tragos, nada más- responde, escondiendo un poco la rabia.
-Ya, ok, pero si le tiran unos billetitos igual sale a pasear. ¿O no? ¿Crees que sólo sale contigo a comer sushi?

Para salir del paso, Pedro canta con Bono. Sunday Bloody Sunday. Tres posibilidades: se le olvidó la letra, perdió el inglés o está curado a morir. Ya dejamos atrás Caleta Portales, falta poco para llegar al Puerto.
El local queda en la avenida Pedro Montt, cerca del Parque Italia. Sin entrar, me doy cuenta que no tiene el glamour de su homónimo santiaguino y que debe ser como cualquier boite porteña, quizás con mujeres más bonitas que el resto. Apenas nos asomamos a la puerta, los guardias reconocen a Pedro y lo saludan afectuosamente, confirmando mi teoría que mi amigo gasta gran parte de su sueldo en este lugar, levantando su ego entre fierros húmedos, mallas apretadas y perfume barato. Tres minas con las pechugas al aire, todas muy ricas, abrazan a mi compadre y le reclaman que las tenía botadas. Me separo inmediatamente del cuarteto con el fin de ahorrar tiempo y comenzar cuánto antes mis pesquisas en el negocio. Como siempre, hay varios gringos califas que gritan por todo y disfrutan haciéndose notar. A lo lejos, veo que Pedro se sienta en la barra con una mina de apariencia normal, nada de fea, que supongo es con la que salió más temprano a comer sushi. ¡Me aburro!, me repito como Homero Simpson cuando le quitan el control remoto de la televisión. La idea era reírnos, conversar, echar la talla, pero a este huevón le bajó el romanticismo. Falta que le regale rosas. Para que se de cuenta que estoy aburrido, le pido que me invite un trago. Sí, claro, pide lo que quieras. Ni siquiera me mira de lo embobado que está. Si no viviera en Concón, me iría de inmediato. Estoy cagado. Para vengarme, pido whisky, sin consultar precio ni nada.
Pasa un rato y me vuelvo a acercar a los tortolitos.

-Pedro, ¿cómo a qué hora crees que nos vamos a ir?
-No tengo idea

La mina interviene y me pregunta por qué no la he saludado.

-A ti no te conozco y estoy hablando con mi amigo, no te metas- le digo con el tono más pesado que encuentro.
-¿Qué te pasa, huevón?
-Pedro, dile a tu lolita que no se altere, que no es para tanto.

Pedro se para y me increpa por faltarle el respeto a su amiga. Lo miro y no lo puedo creer. Me quedo callado. Mi silencio provoca más a la parejita y Pedro comienza a darme empujones, hasta que tropiezo con un sillón y quedo desparramado en el suelo.

-¡Estás cagado de la cabeza! ¡Ándate a la mierda! –grito desde el piso, sin que nadie se acerque a ayudarme, a pesar que estoy lo suficientemente ebrio para caerme solo otra vez.

Salgo indignado del maldito bar. Doy unos pocos pasos y recuerdo que dejé un bolso en la maleta del auto y el disco de remixes de Depeche Mode en la radio. Me devuelvo y consigo que los guardias me dejen entrar otra vez. Pedro me pasa las llaves de la casa. Le explico que no son las del auto, pero me agarra otra vez a chuchadas. Pienso que quizás alguna sirva de verdad. No pasa nada. Otra vez al local.

Pedro está en la puerta con la mina.

-Oye, llévate a tu amigo para la casa. Está mal.
-¿Ah, si? ¿Ahora soy útil, verdad? Llévatelo tú.

Pedro me acompaña al auto y me entrega el bolso. Cuando le pido el disco de Depeche Mode, otra vez se enoja y me dice que no moleste más.
Camino hacia la avenida Errázuriz. Me largo a llorar de rabia e impotencia. Dos cuadras más adelante, un tipo que conversa con un travesti me mira y me molesta por mis lágrimas.

-Mira cómo llora el maricón. ¿Le pasó algo al hijito de papá?

Después de un par de idioteces más, giro y lo encaro.

-¿Y qué mierda sabes tú de lo que siento? ¿Por qué te metes?
-Que me venís a responder así, jote culiado, acaso quieres que te corte. ¿Querís que te corte, concha de tu madre?

Después de lo que ha pasado, siento que todo da lo mismo. Le digo que haga lo que tenga que hacer. El tipo se descoloca, no sabe si sacar el cuchillo, si es que de verdad lo tiene. El travesti le pide que me deje ir, que no me haga nada. Me sueltan y me voy lento, sin demostrar miedo, pese a que ahora me percato de la estupidez que acabo de hacer.
Espero la micro y se acerca un gay que vio todo. Me cuenta que el tipo es muy conflictivo y que le gusta armar escándalos. Amablemente, le respondo que si está buscando alguien, no pierda el tiempo conmigo porque no soy gay.

-No importa, no quiero nada. Sólo me llamó la atención lo que hiciste. ¿Por qué estás así?
-Chucha, no vas a partir tú también. Da lo mismo la razón de por qué estoy triste, lo que me da rabia es que cualquier tarado pueda basurearte a pito de nada, sólo por demostrar superioridad, ser el rey de la selva, ser el más cabrón de todos. Eso me emputece.

Me regala un cigarro y seguimos hablando hasta que pasa la micro para Concón. Me despido y le agradezco que me haya acompañado este rato. Llego como a las 6 o 7 de la mañana a la casa. Azoto el bolso contra la puerta del baño y me echo a dormir.

Despierto unas horas después. Todo el mundo está preocupado porque Pedro no llegó a la casa. Después de todo lo que pasó, resulta que me transformé en el amigo de Matute. Todos me preguntan cuándo nos separamos, dónde estábamos. Se portó mal, pero no lo voy a cagar. Es mi amigo.

jueves, junio 16, 2005

I WILL FOLLOW

Un bras inconu
a levé le soleil
parmi la pluie
Soleil montagnard
ce matin est plus tard que d´habitude
Une cloche a lancé á l' eau
toutes les heures
Mais nous sortirons le soir
chercher I´aventure

(Lluvia, Vicente Huidobro)


De verdad siento que esta mañana es más tarde que de costumbre. Me encantaría rebobinar y verte otra vez acorralada por las pozas, con el paraguas a media altura para evitar que las micros te empaparan. No había ninguna tabla, nada que pudiera evitar que te mojaras los pies. A unos metros, cobijado bajo el techo de la Shell, confieso que me dio risa tu desesperación. No te gusta que te desarmen los esquemas, pero, contra la naturaleza y el subdesarrollo de nuestras calles, nada se puede hacer. Por lo menos, el agua no alcanzó tus rodillas. Los pantalones se secan rápido, aunque se expongan a un sencillo "termoventilador", como le llaman al aparato que antes le decían "calefactor". Esos giros lingüisticos no son casuales, reflejan nuestro arribismo ostentador. El aparato es exactamente el mismo de siempre: una cajita pequeña, con una hélice que no se puede ver bien debido a la rejillas que la cubren. "Termoventilador" está a la altura de un país que firma TLC con el Tío Sam y la Unión Europea. Nos creemos la raja y seguimos igual que siempre.
-Me gustaría ver ese calefactor - dije en la tienda, después de comparar precios.
-Ah, usted se refiere al termoventilador - me respondió condescendientemente el empleado, con tono de maestro de escuela.
No pude evitar reírme en la cara del dependiente. De hecho, le hice este mismo comentario, pero no me infló, seguramente porque estaba cansado.
Volvamos a tí, a lo que sentí ayer. Sé que te aburren estos paréntesis, sobre todo cuando son largos y me paro de la mesa para actuarlos, simulando caras, ruidos y voces, a lo Mark Phantom, ese argentino que recreaba "Rambo" en los estelares de Gonzalo Beltrán.
Quizás sea un error hablarte así. No lo sé. Me falta tanto por conocerte, a pesar que ya he avanzado bastante. Por otro lado, nada augura que vaya a tener el tiempo para profundizar más. "Cuánta verdad hay en vivir el presente y nada más", dice la canción "Presente" del soundtrack de Tango Feroz. Cierto, muy cierto, aunque, a veces, es inevitable proyectarse más allá de 24 horas, asumiendo, en todo caso, que a lo más serán 48. Ni un minuto más. Por favor, no te asustes. Ja, ja.
Lo pasé muy bien. En escenas como en la que Norman Bates limpiaba el baño y recogía el cuerpo con la cortina de la tina, el silencio permitía escuchar la lluvia que rebotaba en los techos y en los automóviles. Puede parecer un detalle menor, un suspiro quinceañero, una volada producto del pito anterior a la película, pero me detuve en eso. Esperé el cambio de escena para abrazarte. ¿Habrá otro gil que sienta algo así mientras ve "Sicosis"? Hess o Pepe, probablemente. Quizás los dos.
Creo que es peor comprar cabritas ( lo de "pop corn" es tan arribista como lo del termoventilador), ir al Blockbuster y llegar a casa con un bodrio de Meg Ryan, Julia Roberts, o la mina que haya hecho la última película romántica de Hollywood. Eso es peor.
Pero al atardecer saldremos a buscar aventuras. ¿Está bien la traducción? Después de una tarde como la de ayer, incluyendo la suerte de haber encontrado micro rápidamente a la vuelta, algo no menor, es fácil soñar con atardeceres entretenidos.

miércoles, junio 15, 2005

CUARTEL DE INVIERNO

"Every step we take that’s synchronized. Every broken bone reminds me of the second time that I followed you home. You shower me with lullabies. As you’re walking away, reminds me that it’s killing time on this fateful day"
(Bitter End, Placebo)
Escojo las canciones del casete para el trote. El lado “A” tiene que ser bien relajado, muy light, mero acompañamiento para las olas y los árboles. El lado “B” tiene que ser potente, motivador, furioso, digno de una roadmovie, porque, de lo contrario, jamás retornaré a la casa y quedaré tirado en la carretera, sin bencina para dar un paso más.
Me entretengo bastante. Todos quisimos ser DJ alguna vez. Como Cusak en “Alta Fidelidad”, selecciono las canciones de acuerdo a mi propia biografía, ninguna está unida a otra por casualidad. Los vínculos son asombrosos y sólo yo los puedo entender. Épocas y estilos se confunden como en un plato de ensalada, sin colores que distingan la lechuga del repollo. Los médicos que atendieron al “Tila”, el violador que se suicidó en la cana, concluyeron que tenía esquizofrenia, entre otras cosas, por su raro gusto musical. En su pieza, en una repisa de madera que seguramente él mismo armó, donde también guardaba los “monos” de pasta base, tenía casetes de Beethoven y Los Prisioneros. Mal diagnóstico. Prefiero ni pensar que tengo ciertos patrones de conducta que coinciden con los del chacal. Mi lado oscuro: el miedo, la ira……A Yoda le suena mejor.
Lista la compilación. Un café para calentar el cuerpo y bajo a Playa Negra. A los cinco minutos ya voy raja, con el pecho apretado como cuando se estrujan los jeans en los mochileos, a punto de desfallecer. El tabaco puede ser dañino para la salud. Vaya que sí. Me reto por ser tan pajero y me concentro en las canciones y el mar, que está muy tranquilo, quieto, aunque con colores algo turbios, señal que la lluvia en cualquier momento va a continuar. Una gota, dos gotas. Se largó. El agua me da un segundo aire y logro terminar el circuito. Me detengo a un par de cuadras de la casa para sentir la lluvia caer en mi cara. Miro al cielo, cierro los ojos y apago el walkman. El viento abraza los pinos, sacudiéndolos suavemente, musicalmente, en un vaivén que me puedo imaginar sin verlo. Siento un poco de frío por la transpiración que se va congelando, pero me quedo un rato más, con las zapatillas pegadas en el barro.
De vuelta a casa. Después de la ducha, me siento cerca de la estufa. Falta café. Con la taza en mis manos, retomo la lectura de “Literatura y Marxismo”, uno de los encargos de la española. Avanzo bastante.
Hace unos días, vi “Mar Adentro”, la última de Amenábar. Algunos se empeñan en decir que es chileno porque nació por casualidad acá y se fue tras el golpe militar siendo un bebé, como si a esa edad la tierra o sus costumbres marcaran. Por la forma en que aborda el caso Sampedro se nota a la legua que de chileno no le queda nada. Yo, sinceramente, si el hombre me lo hubiese pedido, también lo hubiera ayudado en su plan de muerte. Si mal no recuerdo, los suicidas tienen un espacio en uno de los círculos infernales de Dante. ¿Cuál es su castigo? Transformarse en árboles, ver cómo transcurre todo sin poder mover una rama ni gritar, hundidos en la desesperación de ser incapaces de arrancarse las raíces.
Sampedro vivió 28 años como un árbol. Si se fue al infierno, seguramente será más agradable que lo que vivió acá. Aquí, en Chile, si uno intenta quitarse la vida y no le resulta, debe responder ante la Justicia. ¡Qué mierda tiene que hacer un juez, refrigerador insensible, frente a algo así! No hay leyes que interpreten la angustia, el vacío, las ganas de zafarse de todo y todos, de mandar al carajo una existencia que lo único que provoca es dolor, frustración, autocompasión. Sampedro soñaba abriendo la ventana y volando casi a ras de piso, esquivando los árboles, riéndose de ellos, tan estáticos los pobres, tan ignorados por el resto, que sólo se acuerda de ellos para fotografías o para las campañas de Greenpeace. Todos tenemos una ventana. Yo cerré la mía hace un tiempo, cuando me convencí que no tengo el coraje ni los huevos para tomar una decisión tan drástica. Hace un tiempo, un amigo escribió, en un pasquín universitario, una columna donde anunciaba que, en el mismo momento en que escribía esas líneas, estaba preparando su suicidio. Contaba los segundos. Lo encontré francamente horrible, estúpido, de adolescente mimado. No se bromea con esas cosas. Si lo escribes, actúa. No te hagas el huevón.

sábado, junio 11, 2005

PROA AL CAÑAVERAL

"Vas aquí, vas allá, pero nunca te encontrarás al escaparte"
(Seminare, Charly García)

El Gato Alquinta se escucha desde la avenida Errázuriz. Nunca pensé que volvería al “Proa”. La entrada no es la misma de antes. La escalera por donde rodé hace algunos años atrás está clausurada, seguramente porque los dueños se aburrieron de ver a los borrachos caer como palitroques. Yo ni siquiera caí: volé. Ese porrazo me dolió varios días. Aterricé en el primer peldaño, sin atinar a nada, con miedo a moverme. Menos mal que estaba el Jano y me sacó de ahí. Párate, huevón. No toparme con la escalera sirve de aliento para ingresar al bar. Puede pasar cualquier cosa adentro, pero, por lo menos, ya no existe ese riesgo. Luca con derecho a una Escudo. Nos encontramos con unas amigas. Salud. El segundo piso está más despejado que antes, ya no hay mesas pegadas a la ventana. A pesar que no están, me veo sentado en ellas. En una me veo conversando con Pepe sobre las chances de la “U” de Miguel Angel Russo en la Libertadores del 96’. Dibujamos estrategias para vencer a River Plate en el Monumental. En otra, me veo junto al Nico, observando cómo una masa salta furiosamente al compás del rockabilly de los primeros discos de Los Prisioneros.
Nunca pensé que volvería al Proa y aquí estoy. Ella me dice que pensó que tenía superada esta etapa. Nos reímos, mientras las amigas se mueven al ritmo de nada que menos que Pachuco y la Cubanacán. Mami, el negro está rabioso.

-Necesito tomar más para bailar.
-Totalmente de acuerdo.

Alcanzamos la dosis para bailar, tarea en la que no nos demoramos mucho gracias a las cervezas que tomamos en el centro. Para estar más cómoda, deja sus cosas en el suelo, muy cerca de nosotros. Grave error. Después de un rato, nos percatamos que la chaqueta y el chaleco han desaparecido. Corremos a la salida para agarrar a los ladrones. Voy adelante y cuando ya identifico a un par de sospechosos, siento que ella está reclamando unos pasos más atrás, cerca de la fatídica escalera.

-Ladrona, abre tu cartera, sé que tienes mis cosas ahí.

Ella es dueña de la situación, no tengo que intervenir. Me demuestra que los garabatos no son indispensables, que uno se puede imponer sin ser grosero. Efectivamente, las cosas están en la cartera de la mina, que tiene facha de universitaria común y corriente. Conversamos con los guardias, un par de ineptos que hace dos semanas deben haber trabajado como nocheros en el cementerio. No saben tratar con los vivos. Nos quedamos hasta como a las 4 de la mañana, tal vez un poco más. Para ahorrarnos el taco de buses, caminamos varias cuadras hacia Bellavista, donde los choferes dejan de ratonear y aprietan el acelerador. Parece que no nos despedimos de las amigas, pero no importa, pues el frío obliga a actuar rápido, además que siempre existe la posibilidad que me empiece a doler el pecho.

Llegamos al bar clandestino de la avenida San Martín. Como siempre, la casa luce tranquila por afuera, como si fuera propiedad de un matrimonio de ancianos que no ha querido cambiar el barrio a pesar de la invasión de restoranes, bares y karaokes. Golpeamos. Somos caras conocidas, nada de contraseñas o explicaciones. No se ve nada, salvo las nubes de humo, y a lo lejos, muy a lo lejos, se escucha una canción de Bowie. Busco sus ojos en la oscuridad.

jueves, junio 09, 2005

MADRE

"Recuerdo cuando dije que este invierno sería menos frío que el anterior. Aquí estoy: congelándome" (Paramar, Los Prisioneros)
Dos hermanas se proponen adelgazar. Una amiga encontró en internet una sopa, compuesta sólo por verduras verdes, que dicen que es milagrosa. No pierden nada con probar. No es tan urgidas, más que nada es para comprobar si es tan efectiva. La madre se ofrece a prepararla, algo que las alivia un poco, porque ninguna disfruta estando mucho rato en la cocina. A la hora de almuerzo, se miran antes de probarla, como un rito previo a saber si es mala o no. La menor, sólo dos años más chica, descubre que hay un trozo de algo naranjo en el plato, un pedazo minúsculo, que podría haber pasado desapercibido entre las cucharadas y la conversación de la mesa. El naranjo desentonó en el fondo verde, tan espeso como la laguna Sausalito con sus algas a ratos invisibles.

-¡Mamá! ¡Le pusiste zanahoria, te dijimos que sólo era con verduras verdes!
-Yo no le puse nada, seguí la receta que me dieron, tal cual –se defiende la madre, ensayando una cara de sorpresa, apretando un poco la boca.

Las hermanas quedan con las cucharas en la mano. La mayor recuerda que en la mañana vio que quedaba una zanahoria en el refrigerador, en el último compartimiento, junto a las lechugas y una pequeña malla de limones. Se paran y corren a la cocina, sin dejar tiempo para que la madre invente una excusa o se levante al momento a acompañarlas. Llega tarde. El refrigerador alumbra todo, como queriendo tragarse la calefacción y a la vez delatar a la dueña de casa. Como el día está muy nublado y la cocina es bastante cerrada, la luz se proyecta como el reflector que utilizan los policías gringos en los interrogatorios de las películas. Confiesa, mamá. Ella niega todo hasta hoy, después de varios años.

Estas historias son las que más me gustan, las disfruto tanto que a veces me quedo para adentro, callado, como ahora, quizás haciendo que, erróneamente, mi amiga piense que no la sigo con atención. De hecho, al final se excusa definiendo la anécdota como demasiado doméstica. Son las mejores. ¿Qué habrá pensado la mamá? ¿Fue involuntario? No creo. Tiene que haber pensado que la sopa era muy liviana para las niñitas y que no se iban a dar cuenta si le ponía algo más, aunque la zanahoria no fuera una carga muy vitamínica. Saco mis conclusiones sobre la arena, con un atardecer muy discreto, egoísta en colores y fuegos.

Minutos después, en la micro hacia una nueva batalla del Medal of Honor en el ciber-café del Enano, suena el teléfono y me entero que el examen a la madre de otra amiga estableció que el tumor era benigno. Es imposible no unir las historias. A las dos madres me las he imaginado y diría que hasta, cierto punto, se parecen, algo nada raro en realidad, pues las mamás comparten muchos denominadores en común, de acuerdo al léxico matemático. Siento una alegría enorme por la noticia, celebro en el último asiento que esta familia, de la que conozco sólo a mi amiga, a quien, en realidad, todavía no conozco a cabalidad, se haya salvado de un trance tan doloroso. El destino movió los caballos y los alfiles mejor que el cáncer, jugador de movimientos fulminantes, de jaque mate implacables. Me acuerdo de la clásica escena de El Séptimo Sello de Bergman.

A unas cuadras de la casa, sin conseguir que la chaqueta me cubra el cuello, recuerdo que mi vieja a mí también me acompañó hoy.
Encerrado en la casa de mi padre, un ser ya desconocido, esperaba que regresara del baño. La conversación había sido tensa como siempre. Como cree en la vida eterna, lo torturé preguntándole cómo piensa que mi vieja lo está juzgando por todos los malos ratos que me hace pasar, por su indiferencia cruel y desnaturalizada. Se quedó callado. Mientras esperaba que volviera del baño, pensé que esas palabras sobraron, que no me podía rebajar, que no podía permitir que los problemas me consumieran y me privaran de cordura. No quiero provocar daño, aunque se lo merezca. Se demoró demasiado, su próstata ya no debe funcionar bien. Le pedí a mi vieja que me ayudara a controlarme y no incendiar todo. Por casualidad, sin intrusear mucho, encontré unos viejos casetes de música griega que eran de ella. Coloqué Milise Mou, una de mis favoritas, fija en los domingos de la infancia y en las fiestas de la colectividad, cuando éramos una familia feliz o, por lo menos, en apariencia. Sentí que la vieja había entrado en la casa, pese a que seguramente le debió dar asco. La sentí conmigo. Mi viejo volvió, pero ya fue más fácil.
Sentí a tres madres muy cerca hoy. Eso alivia de zorras españolas, deudas y cesantías.

lunes, junio 06, 2005

SIN IDENTIDAD

Perdí otra vez el carné. Hay gente que extravía seguido las llaves o la plata. Yo no. He quedado nuevamente a merced de todos los estafadores que se ven en los programas sensacionalistas. ¿Ya habrá otro Daniel dando vueltas por ahí, solicitando un crédito de consumo con tasa de interés mensual sobre el 3, 5%? Ojalá que no.
Le explico al tipo del banco que no voy a poder cobrar mi vale vista por no tener carné. Se ríe como si fuera un chiste o, quizás, le llama la atención mi cara de angustia. Mientras subo las escaleras del BCI de calle Prat, en pleno wall street porteño, me imagino reclamando amargamente en un noticiero por haber sido estafado. No puedo evitar la risa. Es chistoso reconocerse tan patético. Como tengo unos minutos libres, tomo el ascensor del cerro Concepción para pasear un rato. Mirando la bahía concluyo que no voy a pagar cuatro lucas a Dicom para que me bloquee, como lo hice la última vez. Me quería proteger de los patos malos y me encontré con que el sistema más encima cobra por algo que tiene cero costo. Un par de clicks y listo, pero los sinvergüenzas me asaltaron en mis narices. La secretaria cerró la ventana del computador y me pasó la boleta. Descargué toda mi rabia contra el sistema a través de esa mujer. Seguramente todavía se acuerda de mí. Yo no olvido las cuatro lucas.
Camino por el cerro Concepción, mi preferido, sólo comparable a la república independiente de Playa Ancha. Luego de tomar un café en "El Desayunador", doy vueltas por los pasajes de siempre, esquivando a los perros vagos. Me quedo en un mirador. Amo a Valparaíso. No lo digo con ese romanticismo panfletario de tantos seudo-artistas que usufructuan de la belleza de sus cerros para ganarse el Fondart. "Es que Valparaíso, viejo, es mágico", dicen los lateros, como si uno no se diera cuenta que no son capaces de nombrar cinco calles de El Almendral. Ese "viejo" es alargado, como si estuvieran aspirando el humo de un pito del porte de uno de esos lápices de pasta de siete colores, como la flor que buscaba Angel, que parece que ya no los fabrican. Malditos engrupidos. Viejo para acá, viejo para allá. Son tan falsos como los carné duplicados.
Miro la hora. Es hora de regresar al pasquín. Bajo por las escaleras. En mis oídos, los Beatles me distraen un poco del carné y del asunto que debo arreglar o, mejor dicho, deben arreglar conmigo. Conozco las reglas del juego y sé que la falta es merecedora de tarjeta roja y una larga suspensión, no tan severa como la del Cóndor Rojas, pero lo suficiente para dejarme a la deriva y sin club. Sería una pena, porque también perdería parte de la identidad que había recobrado desde mi llegada de Arica. Curiosa casualidad. ¿A quién se puede alegar cuando se pierde la identidad de alma, no la de plástico desechable? No queda otra que renovarla, a pesar que el trámite es más engorroso que la fila del Registro Civil.

jueves, junio 02, 2005

GRACIAS, CORTÁZAR

CAPITULO 7 DE "RAYUELA"
"Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo, mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como en una luna en el agua"