viernes, febrero 20, 2009

NUEVE AÑOS



-¿Cuántos años tenías?
-22.
-Eras chico.
-Supongo que sí.

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Desciendo del bus saltando en una curva. Basta con seguir corriendo para no caerse. La Universidad de Playa Ancha se asoma a lo lejos con sus ladrillos desteñidos y un par de sauces que nadie riega. El viento surge con una fuerza que no se siente en ninguna otra parte de Valparaíso. Es parte del patrimonio de esta república independiente. En la vereda hay algunas lápidas sin nombre ni fecha, aguardando la muerte. Las maderas del piso crujen cuando entro al negocio. Nadie responde a mi provinciano aló. De la pared cuelga una vieja fotografía de Wanderers, muy cerca de una repisa con losas que todavía están en bruto. Salgo. Unos pasos más allá encuentro el típico bar “Quitapenas” que acompaña a cada cementerio de nuestro país. El olor a cerveza descompuesta y meado de gato garantiza que al dueño sólo le importa servir como refugio para quienes de verdad no encuentran consuelo o se sienten lo suficientemente muertos para no acomplejarse por la mirada de algún transeúnte distraído. No tengo claro si quiero quedarme. Confundido por mi miseria, pido una caña de vino y me siento en la última mesa playera del local. Cerca mío hay una silla con el logo de la desaparecida Free. El par de viejos curados que comparte una Escudo de litro no me cotiza. Sólo me observaron levemente cuando entré y luego siguieron con sus dilemas. No me quedo más de 15 minutos.

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-Hoy iré al cementerio.
-Qué bueno. Por lo menos tendrá flores.
-¿Vendrás a Viña este fin de semana?
-No creo, pero, de todas maneras, si voy, no iré al cementerio. No me hace bien.

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Con el ácido gusto del tinto, llego a la pequeña pérgola de flores. Pido un ramo modesto de dos lucas y la locataria amablemente me presta un balde vacío de pintura para el agua que necesite adentro. La subida al mausoleo se hace tan interminable como la vez que seguimos a la carroza. Para bloquear los recuerdos, busco nombre raros en las tumbas y me detengo en las que tienen fotografías o banderas, la mayoría de niños. Abro con dificultad la reja del sencillo mausoleo debido al óxido de la cerradura. Dentro de un macetero que tiene tierra griega hay una escoba para barrer la baldosa. Limpio el lugar y de mi mochila saco un Raid para matar a las arañas. También saco una cruz de madera y un tubo de pegamento. Ya no creo en Dios, pero sé que a mi madre le hubiese gustado tener a Cristo en su tumba. Lloro al leer su nombre inscrito en una lápida idéntica a las anónimas que media hora antes encontré en la vereda.

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-Antes sentía culpa por no ir.
-No te preocupes, te entiendo.
-Gracias.
-Y no te olvides que no estás solo.