Que jurara o prometiera era lo de menos. La ansiedad por presenciar un hito republicano abstraía de detalles de fe. Tras firmar las tres copias del decreto que oficializó el cambio de mando, Michelle Bachelet se dispuso a recibir la banda presidencial de manos de Eduardo Frei, presidente del Senado. Luego, Ricardo Lagos le agregó la piocha de O´Higgins, réplica de la desaparecida durante el bombardeo a La Moneda. Un abrazo fraterno entre Bachelet y Lagos, más largo de lo protocolar, selló el comienzo de una nueva era. Por primera vez, una mujer dirige el destino de Chile.
aplausos
11.30 horas. El Salón de Honor del Congreso Nacional parece un patio escolar. Sergio del Campo, edecán del Senado, es el único que mira insistentemente el reloj. Al centro del hemiciclo, los invitados se saludan relajadamente. Patricio Aylwin acapara abrazos y sonrisas, seguido por Frei, feliz con su nominación como presidente de la Cámara Alta. En las tribunas, los centenares de reporteros, provenientes de todo el mundo, se pelean la mejor ubicación, desesperando a los carabineros que privilegian la vista de los invitados especiales, sentados cómodamente. La asistencia de 1200 personas desborda el recinto tal como se pronosticó, pese al esmero de los organizadores. Diez minutos más tarde, la comitiva de automóviles Peugeot que transporta a Bachelet arriba a la avenida Pedro Montt, mientras Lagos espera en una sala contigua que todos estén en sus asientos para ingresar solemnemente. En otra, más lejana, la secretaria de Estado norteamericana Condoleeza Rice recibe un charango que Evo Morales le trajo de regalo.
A las 11.50, todo está en orden. El mandatario venezolano Hugo Chávez, situado en primera fila, no siente el perfume de Rice, elegante y compuesta, tres corridas más atrás.
Cinco minutos más tarde, con la puntualidad de siempre, Ricardo Lagos ingresa al salón. La ovación es tremenda. Muchos periodistas se olvidan sanamente de la objetividad, de la credencial que cuelgan en el cuello, y aplauden con entusiasmo. Francisco Vidal, ministro del Interior saliente, hurga en su bolsillo hasta encontrar uno de los pañuelos que anunció que portaría para secarse las lágrimas por la despedida. Los aplausos no cesan. Pasan minutos, sin que nadie se altere por la falta de formalidad, que incluye cánticos sacados de los estadios. "Olé, olé, olé, Lagos, Lagos", se escucha con fuerza. A segundos de convertirse otra vez en ciudadano, Lagos levanta sus manos con la seriedad y sobriedad de estos seis años. Contiene la emoción al mirar hacia las tribunas que lo felicitan. Hace seis años llegaba, ahora se va. Imposible no sentir nostalgia. Nadie es de hierro, aunque por su carácter lo parezca.
INGRESA BACHELET
La misma ovación recibe minutos más tarde a Michelle Bachelet, tras recibir la solicitud formal del secretario del Senado para que se integre a la ceremonia. La doctora socialista viste un vestido blanco, tan albo como las sábanas de los comerciales de detergentes, escogido especialmente para que resalte la banda presidencial. Agita su mano derecha. Se la lleva al corazón. Los aplausos de nuevo persisten por largos minutos. Sentada, con rostro relajado y sonriente, indica a Lagos dónde están ubicados su madre y sus tres hijos. Sebastián Dávalos, el mayor, tiene una humita que no tiene nada que envidiar a las que usa Luis Riveros, recién renunciado rector de la Universidad de Chile.
El intermedio entre la firma del decreto y la entrega de la banda presidencial es el único momento de silencio. Bachelet aprovecha de identificar a gente en la tribuna y la saluda con alegría. "Te amamos, Michelle", grita alguien. Ella responde llevándose otra vez la mano al corazón, que late fuerte como el de todos. Lejos la firma más rápida es la de Antonio Leal, presidente de la Cámara de Diputados.
A las 12.20, Chile ya tiene Presidenta. La emoción se siente fuertemente, sobre todo al iniciarse la interpretación del Himno Nacional. Lagos, acompañado de su esposa y sus ministros, abandona el Salón de Honor. Algunos miembros del gabinete se abrazan, quizás por la satisfacción de una misión que creen cumplida.
Andrés Zaldívar, ministro del Interior, es el primero en pararse frente a la flamante mandataria. A continuación, sus colegas se van formando en una hilera que evidencia la paridad de género que todo el mundo celebra. La más popular es la actriz Paulina Urrutia, a cargo de la cartera de Cultura, muy conocida por su participación en teleseries y su anterior rol sindical. En cada firma, Bachelet se ve obligada a estirarse un poco hacia adelante, incomodándose un poco con la banda presidencial. Gracias a la ayuda del edecán del Senado, se la coloca otra vez a su gusto.
Han pasado 45 minutos. Pocos se han dado cuenta. Ha sido una ceremonia tan breve como emocionante.
Chile no es el mismo de hace seis años. Es cierto. Hubo cambios profundos en materia cultural, social y económica. También muchos problemas y contratiempos. Ahora vienen cuatro años con un nuevo estilo, desconocido para los chilenos. Tiempo de mujer.