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DESPUÉS DE LOS COMENTARIOS DEL POST ANTERIOR, ME DI CUENTA QUE NO ESTOY SOLO. POR LO MENOS HAY TRES DROOGOS MÁS. SUFICIENTE PARA REINICIAR LA TAREA, AUNQUE ME AVERGÜENZA UN POCO HABER PRESENTADO UNA RENUNCIA TAN INDIGNA Y ELÁSTICA COMO LAS DE LOS ENTRENADORES DE FÚTBOL.
Schiapacasse, gordo que se las trae, habló sobre la importancia de los mundiales como puntos de referencia autobiográficos. Gracias a Estados Unidos 94’, con las fantasías de Romario, el penal de Baggio, la dolorosa muerte de Escobar y tantos hechos más, recuerdo que, en tercero medio, me gustaba una pendeja que no me daba boleto y que lo único que me interesaba era partir de viaje de estudios. Francia 98’ me devuelve al dolor que sentí por traicionar a un amigo por una mujer que no valía la pena. México 86’ me transporta a mi llegada a la Quinta Claude, donde abrí los ojos y me convertí en el pelusón que sobrevive hasta hoy.
Cuatro años. ¡Cuántas cosas pasan en cuatro años! Entre Corea-Japón 2002 y Alemania 2006 pasaron TVN, los líos de la tesis, El Mercurio de Valparaíso, la desintegración de mi familia, Arica, la ruptura con mi ex, tantas cosas. Por eso me tomo los mundiales tan en serio. Sé cuánto me ayudan para recopilar información. Esa función es el gran bonustrack de la euforia futbolística.
El día de la final entre Francia e Italia, salí a trabajar temprano con mi polola. La acompañé a supervisar el funcionamiento de los stands tecnológicos en las sucursales de La Polar en La Reina, San Bernardo, Gran Avenida y La Florida. Calculamos justo el tiempo para que yo llegara a la casa a ver el esperado partido, mientras ella fiscalizaba por última vez en La Reina.
Tomé el control remoto y me acosté. El televisor no encendía. Intenté una y otra vez. Moví el cable, revisé el enchufe, hice todo. A medida que se acercaba el pitazo inicial, mis chuchadas subían de volumen, hasta que estallé de rabia. Con lágrimas de impotencia, gritaba que no merecía esta desgracia, que cómo justo ahora, cuando acontece algo que sólo se da cada cuatro años, tenía que estropearse el aparato. Me sentí como Mister Wilson cuando se pierde el florecimiento de su cuidada planta por culpa de mi tocayo travieso. ¡Por qué yo, carajo! No tenía minutos en el celular para avisarle a mi polola que me iba a cualquier boliche a verlo.
Salí corriendo. En Pedro de Valdivia con Bilbao, resbalé y volé. Me saqué la chucha. La gente que esperaba la luz verde bajó los vidrios para reírse más fuerte. Quedé completamente mojado. Pensé comer algo en el restaurant Hemingway, uno de los pocos locales abiertos en el sector, pero me di cuenta que sólo tenía mil pesos en mi billetera. Menos mal que encontré un bar al otro costado del cine. Quedé al fondo de la barra, muy lejos de la tele. El barman, un calvo con facha de artista engrupido, no me pescó cuando le conté lo que me había pasado. Sirvió el shop y se fue al sector donde un hincha italiano no paraba de alabar a Cannavaro y Buffon. La admiración al arquero y al defensa central resume la estrategia de un equipo tacaño, mezquino, por más que los especialistas alaben su equilibrio. Uno aplaude el talento, no a los tipos que se encargan de destruirlo. Así me criaron.
Por si fuera poco, dos viejas cuicas ociosas se instalaron junto a mí. Peor que eso: una empezó a coquetearme al mismo tiempo que la otra se empinaba un pisco sour tras otro. Sin pedir permiso, me paré y quedé en el pasillo, apretado y con el italiano levantando la voz por cada trancada o despeje, como si fuera la gracia del juego.
Cuando concluyeron los 90 minutos, abandoné el bar y retorné corriendo a casa para ver el suplementario. Mi polola ya había arreglado la tele, sin mirar el partido. Algunas mujeres no necesitan bitácoras, son más prácticas.